A tres años del Estallido Social la elite se autoconvence que fue una pesadilla (para ellos)

Sin duda el triunfo del Rechazo tiene a la élite nacional extasiada en autosatisfacción por haber logrado prolongar el statu quo, al menos por un tiempo más. A través de todos sus medios de comunicación intentan instalar la idea de que el Estallido Social se trató sólo de episodios de delincuencia. No obstante, todos los motivos que provocaron este hartazgo de la población con el sistema que explotó con proporciones colosales -que la sola idea de que pudiese repetirse hace temblar a clase empresarial y la clase política- permanecen exactamente iguales. Nada ha cambiado.

Por Alejandro Baeza

El Estallido Social sacó al pueblo chileno a las calles, que se expresó de todas las formas, pacíficas o no, desde el 18 de octubre de 2019 hasta marzo de 2020, deteniéndose sólo con el inicio de la pandemia. Fueron meses en que no le tuvo miedo ni a militares ni a policías que violaron de manera masiva y sistemática los derechos humanos. No hizo caso a los medios de comunicación de la élite, a los cuales no les quedó otra opción que tratar de entender con sus precarias herramientas, así como falta de ganas, esta rabia que estaba expresando el pueblo contra el sistema que funcionaba tan bien para unos pocos, pero que se sustenta en la explotación y privación de las inmensas mayorías.

Esta situación de descontrol de un pueblo volcado en protestas, cortes de calle, actividades artísticas, saqueos, performances, enfrentamientos con la policía, canciones, vandalismo, memes e incluso intentos de quemar canales de televisión, tenía a toda la élite no sólo asustadísima, sino con pánico y crisis nerviosas, una verdadera pesadilla para su orden social. Por primera vez la clase dominante le tuvo tanto pavor a un pueblo emputecido.

Fue tal la desesperación que incluso acordaron cambiar la Constitución de Pinochet para aplacar a la bestia incontrolable que eran las manifestaciones callejeras. El 15 de noviembre de 2019 la clase política transversalmente se puso de acuerdo para institucionalizar un proceso constituyente y si bien le pareció correcto a buena parte de quienes estaban en las calles, sobre todo a los sectores medios, profesionales y universitarios, las protestas sólo cesaron con la pandemia, es decir, para una buena parte del pueblo este «Acuerdo por la Paz» nunca fue «acordado» ni logró imponer su paz.

Aún así, el proceso se llevó adelante, con todas las cortapisas y problemas que tuvo, tanto los propios como los que les logró poner la élite, que poco a poco agarraba más confianza a medida que veía más lejanas estas potentes manifestaciones callejeras, consiguiendo el resultado que conocemos del pasado 4 de septiembre.

En este sentido el premio nacional de Historia, Gabriel Salazar, señala que «El triunfo del Rechazo no es sólo un triunfo de la derecha que rechazó el texto constitucional, es un rechazo de muchos sectores del pueblo chileno a todo lo que signifique sistema, clase política y las viejas prácticas en las que somos dirigidos desde arriba», es decir, que fue un rechazo al modelo político en general que se ha utilizado en Chile.

Otra forma de interpretarlo también, es como un derrota del «noviembrismo», porque lo que no funcionó fue el texto forjado bajo los límites impuestos por aquel pacto, por ende, lo que hace el triunfo del Rechazo es volver a poner las demandas en las calles, más allá de constituciones.

Los motivos que impulsaron un sismo de las proporciones que fue el Estallido Social siguen ahí intactos, sin encontrar solución. Este resultado electoral no sepulta en ningún caso las frustraciones y el malestar social.

Sí, las elites políticas y empresariales tienen motivos evidentes para estar felices. Sin embargo, están confundiendo su triunfo puntual en una elección con haber conseguido una hegemonía política entre la población. Que el Rechazo haya ganado no significa que el pueblo abandonó necesariamente a la voluntad de cambios y mucho menos que la gente se haya derechizado. Ya le pasó a Sebastián Piñera que pensó que el porcentaje con que llegó a La Moneda por segunda vez significaba una renuncia a las ansias transformadoras de una población que supuestamente quería era más neoliberalismo y esto le estalló en la cara.

Ahora vivimos un momento en que la élite trata, a través de sus medios de comunicación, que la población olvide aquella épica sublevación. Intentan imponer la idea de que el Estallido Social fue un proceso únicamente de episodios de criminalidad o que «habían demandas legítimas pero fueron aprovechas por delincuentes». Con su clasismo habitual, nos rotean como pueblo diciéndonos que nuestras quejas no son más que delincuencia, y a su vez intentan imponer la idea que los ajustes a los problemas se resolverán con la misma camarilla de expertos en neoliberalismo de los 30 años (algunos, literalmente los mismos).

Por ello es importante mantener la memoria viva del pueblo de uno de los momentos más importantes de su propia historia. El Estallido es y será por siempre un recordatorio a élite de lo que un pueblo es capaz de hacer. Que sigan teniendo cuidado.

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A tres años del Estallido Social la elite se autoconvence que fue una pesadilla (para ellos)