Debo confesar que acabo de ir a ver la película Barbie, luego de leer distintas reseñas sobre ella, e iba con la intención de poder escribir algo crítico al respecto sobre su contenido, pero superó tanto mis expectativas, que terminó en buena hora por ridiculizar mi propio ego masculinizado intelectual, con pretensiones de deconstruir la cinta.
Por Andrés Kogan Valderrama
Lo planteo así, ya que mi idea original era poder visibilizar una mirada blanca y liberal del feminismo de parte de la película, incapaz de ir más allá de una crítica light, despolitizada, heteronormativa e individualista del patriarcado, pero me encontré con una película muy inteligente y entretenida, llena de detalles y reflexiones sobre una masculinidad hegemónica, que ha sido en verdad un lastre para la humanidad y para la vida en el planeta.
De ahí que más allá de algunas críticas a la película que he podido leer, de no ser feminista, socialista, ecologista, interseccional y hasta decolonial, y de por supuesto una ultraderecha completamente ofendida y escandalizada con como se muestra al hombre ahí, haré hincapié en los enormes aportes que tiene Barbie sobre lo ridículo que nos vemos los varones cuando intentamos solo mirarnos el ombligo y ser el centro del universo.
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En consecuencia, Barbie es una película que no solo muestra el dominio de los hombres de manera tradicional en el mundo real y patriarcal, siendo exitosos, manejando grandes corporaciones, controlando la política, apropiándose del espacio público y usando los cuerpos de las mujeres como meros medios de consumo, sino también en nuestra torpeza a nivel emocional y relacional.
Es lo mostrado durante la película con el personaje Ken, que se muestra en un comienzo profundamente incómodo y extremadamente dependiente de Barbie, revirtiendo completamente el modelo patriarcal de hombre seguro, osado y que puede salir solo adelante, sin necesidad de nadie, como se nos ha enseñado desde muy pequeños.
Por lo mismo, resulta muy interesante ver a Ken tan preocupado de complacer todo el tiempo a Barbie, para así no ser rechazado e ignorado por ella, lo que nos abre la conversación sobre tanto mito que se ha construido sobre los hombres, como seres superiores y capaces de mover la historia del mundo.
Asimismo, quizás la parte que más disfruté fue cuando Ken lleva el patriarcado a Barbieland y lo transforma en Kendom, en donde la conquista, la competencia entre hombres y el culto a los caballos, como símbolo de la masculinidad hegemónica, nos deja en ridículo de manera muy graciosa, siendo una invitación a reírse de nosotros mismos.
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Es decir, se ríe de una masculinidad rígida y acomplejada que intenta destacar en todo momento, olvidándose de disfrutar la vida de manera libre y sin la necesidad de tener que ser el mejor de todos, para ojos de otros hombres evaluando constantemente de lo que hacemos o no.
Por lo mismo, muchos hombres seguramente se sentirán ofendidos o distantes en el mejor de los casos con varias de las escenas de la película para no tener que hacerse cargo, pero lo importante es abrirse a la autocrítica y reflexionar a partir de nuestras propias experiencias, las cuales con tal de mostrarnos más hombres hemos sido capaces de seguir mandatos de género y sexuales acríticamente.
Por lo demás, celebro que la película no haya caído en lo políticamente correcto y lo excesivamente woke, al mostrar a nuevas masculinidades y varones deconstruidos, a la par con Barbie, ya que aun seguimos estando muy en deuda, aunque algunos crean lo contrario.
En definitiva, Barbie no será una película feminista que cuestione la colonialidad y una sociedad de consumo insostenible ambientalmente, pero es una muy buena sátira sobre el patriarcado que vale la pena ver sobre todo para varones dispuestos a hacerse preguntas en su manera de relacionarse con el mundo.