En el siglo XIX el ingeniero catalán Ildefons Cerdà i Sunyer escribió la Teoría General de la urbanización, obra por la cual se le considera el padre del urbanismo moderno. Cerdà fue un hombre muy moderno, influenciado por ideas liberales y el socialismo utópico, fue él quien estuvo a cargo de la reforma urbanística de Barcelona (1860) conocida como "Plan Cerdà", que fijo entre otras cosas la altura máxima de 16 metros de construcción o los chaflanes de 45 grados en las esquinas para mejorar la visibilidad, su lema: "ruralizar la ciudad y urbanizar el campo"
Por Joaquín Pérez
Cerdà terminó con la antigua Barcelona medieval y concibió la Barcelona moderna. Los estudios de urbanismo en las universidades nacen precisamente a partir de sus textos y experiencias. El Plan de Cerdà fue casi en paralelo a los denominados trabajos haussmanianos, que al igual que en Barcelona transformó el París medieval. El nombre de los trabajos se debe a que el emperador Napoleon III, designó a cargo de la tarea al alsacio Georges-Eugène Haussmann (1852-1870).
París y Barcelona siempre han estado a la vanguardia del desarrollo urbanístico a nivel internacional, por eso resultaba tan brutal escuchar la campaña comunicacional desarrollada hace un par de años por la cámara chilena de la construcción "Concepción no es Barcelona". Qué duda cabe que no lo es, pero es que además presentaban el caos y desastre urbanístico de nuestra penco polis, como algo positivo y transformarnos en una versión sureña de la comuna santiaguina de Estación Central llena de guetos verticales, como algo positivo.
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Barcelona y París no solo fueron innovadoras desde el punto urbanístico en el siglo XIX, en este siglo XXI lo siguen siendo. Ambas ciudades discuten hoy la reconversión urbanística de ambas ciudades en función del cambio climático: sacar los autos del centro de la ciudad, re naturalizar el espacio público, ampliando la presencia del árbol urbano, generando incluso corredores biológicos para conectar la ciudad a grandes parques suburbanos, entre otras medidas.
Es un hecho reconocido a nivel internacional que el cambio climático está impactando no solo a las ciudades, sino también a la calidad de vida de las personas que las habitan. Hay estudios del impacto en vidas humanas de las olas de calor cada vez más intensas y reiteradas en los fallecimientos de personas por esta causa.
Muchos estudios han demostrado las bondades del árbol urbano, como un factor que modera las consecuencias de las olas de calor en las ciudades, sin embargo, en Concepción, contra todo raciocinio, las autoridades municipales vienen cortando y mutilando árboles de forma sistemática desde hace años.
La cuestión del retroceso del árbol urbano en Concepción es de una brutalidad tal en los últimos años, que resulta incomprensible en nuestros días. Es casi surrealista escuchar a las autoridades municipales defender su postura, porque no tiene sustento político alguno, solo en función de que es legal y lo pueden hacer, como lo han ratificado los tribunales penquistas que no han acogido los recursos de protección que los vecinos y vecinas de la misma ciudad han presentado para detener estos horrorosos actos.
Concepción, una ciudad que se caracterizó por sus calles arboladas, aún resisten porciones de pasajes y avenidas con esas características como O Higgins o Barros Arana, desde Paicavi hacia el sector de Plaza Juan Bosco, por lo que la destrucción de estos constituye no solo la destrucción del patrimonio natural urbano, sino también cultural.
Hoy resulta penoso, ver las plazas y las calles con cada vez menos árboles, el espacio urbano con guetos verticales y más y más cemento, prefiriéndose la basura aérea de las compañías eléctricas y telefónicas por sobre la salud de los árboles urbanos. Si seguimos eligiendo en nuestros municipios gente como esta, solo merecemos las peores condiciones de vida que nos dará una ciudad que lejos de avanzar acorde a la actual situación climática, se llena de cemento.