[resumen.cl] Recientemente ha concluido la edición 32 del Festival Internacional de Cine de Viña del Mar (Ficviña), en el cual un amplio público pudo visionar múltiples obras realizadas en naciones de América Latina.
Fueron decenas de cortos y largometrajes que se transmitieron a través de internet, plasmando paisajes pretéritos y actuales, rostros diversos y situaciones que, siendo disímiles entre sí, están marcadas por las condiciones económicas y políticas propias de nuestro continente. Muchas de estas obras también estuvieron acompañadas de conversaciones del equipo del Festival con quienes laboraron en su realización, entregando impresiones y antecedentes que nutrieron la interpretación del público.
El actual director artístico del Ficviña, Claudio Pereira, antes de comenzar esta edición señaló, entre otras cosas que «resulta ser una verdadera paradoja que el cine latinoamericano obtenga múltiples reconocimientos y premios en exclusivos circuitos internacionales, pero no esté en las pantallas de públicos de la misma latinoamérica...». Y en contravenir esta tendencia, es que la organización del Festival ha hecho un esfuerzo notable.
Ahora bien, tal como anotábamos al inicio, esta fue la edición 32 de Ficviña y los planteamientos sostenidos por su actual equipo organizador son tributarios de sus orígenes, que están en el cineclubismo de Viña del Mar, en los años 60 del siglo pasado, cuando un 1963 un grupo de aficionados/as decidió hacer un Festival en esta ciudad, reiterándolo en los años sucesivos. No obstante, las expectativas de este núcleo desbordó los alcances de estos primeros encuentros. El contexto político de entonces y la voluntad del grupo de cinéfilos y realizadoras/es emergentes, hasta entonces, desembocó en la organización de una instancia que representará un punto de fuga para el cine en América Latina: el Festival Internacional de Cine de Viña del Mar de 1967.
Los planteamientos de sus gestores/as constituyen un motivo para reflexionar sobre los modelos actuales de realización y gestión cinematográfica, cómo condicionan estos procesos y la cultura de quienes laboran en su realización, además, para replantear la preguntar por el o los criterios estéticos y políticos coherentes con las realidades y necesidades de las mayorías de este continente.
Aldo Francia, su principal impulsor, junto al cubano Alfredo Guevara, fue convocado al Noveno Festival de Cine Internacional de La Habana en 1987 para conmemorar ahí los veinte años de esta edición del Festival Internacional de Cine de Viña del Mar. En el lugar se encontraban, entre otras personas, Armando Hart Dávalos, entonces Ministro de Cultura de Cuba, y Gabriel García Márquez, a la sazón Presidente de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano. A la muestra también concurrieron directores como Eliseo Subiela y Miguel Littin, quien realizó el discurso inaugural, que ahora constituye una enjundiosa retrospectiva de este histórico Festival y, por ello, pasaremos a revisar algunos de sus elementos.
El director de Allende en su laberinto partió rememorando:
«Hace ya veinte años, en 1967, se reunieron en Viña del Mar cineastas de todo el continente, con el propósito de participar con sus films en el Festival de Cine Latinoamericano y el primer encuentro de cineastas de América Latina.
Era la primera vez que este hecho ocurría en el Continente. El Cine Club de Viña del Mar, dirigido por Aldo Francia, había tenido que luchar tenazmente para lograr reunir películas y cineastas y, en especial, para lograr la presencia de la delegación cubana, ya que por acuerdo de la OEA, el gobierno de Chile como todos los gobiernos de América Latina, a excepción de México, habían roto relaciones diplomáticas con La Habana.
Sin embargo, la perseverancia y la fuerte voluntad de Aldo Francia, Luisa Ferrari y sus colaboradores, habían logrado vencer el obstáculo y junto a cineastas de Perú, Argentina, Mexico, Venezuela, Bolivia, Brasil, Uruguay, asistieron representando a Cuba, Alfredo Guevara y Safil Yelin.» [...]
«Ocupaban por fin las pantallas de un cine que era nuevo, en la medida que era lo que la realidad reflejada. 55 films, 46 delegados de los cuales 15 eran de Argentina; 9 de Brasil; 2 de Cuba; 11 de Chile; 4 del Perú; 4 de Uruguay; y una representante de Venezuela, Margot Benacerrat, constituyeron el núcleo participante de ese primer festival y encuentro de cineastas de América Latina.
Durante una semana, del 1 a1 8 de marzo, asistieron a proyecciones y a reuniones donde se discutió con pasión las definiciones y planes del futuro. En el enunciado de objetivos del Festival de Viiia del Mar 1967 se establecía:
a) Exhibir y confrontar obras de tendencia experimental que concurran a la promoción del cine como arte.
b) Investigar nuevas formas de lenguaje cinematográfico a través de una expresión latinoamericana auténtica y propia, fundamentando la problemática del hombre y de la raza; redescubrir lo autóctono e incorporarlo a nuestro cine.
c) Reunir a la gente de cine latinoamericano en sus diferentes actividades y manifestaciones, con el fin de intercambiar experiencias y posibilitar la asociación de esfuerzos comunes.» [...]
«Ya en 1960 Glauber Rocha, nuestro más bello cometa -como lo llamara Carlos Diegues- la luz de una estrella que aún no se extingue, había escrito: «Nuestro cine es nuevo porque el hombre brasileño es nuevo y la problemática es nueva y nuestra luz es nueva, y por eso nuestros films son diferente.. Queremos films de combate en la hora del combate. El cineasta del presente deberá ser un artista comprometido con los grandes problemas de su tiempo».
Era claro, esa inserción en los procesos políticos sólo era posible manteniendo la autonomía, los matices y características nacionales.
Así, este cine se llamó Cinema Novo en Brasil; se llamó ICAIC en Cuba; fue el cine de indagación y encuesta de la Escuela de Cine de Santa Fe, en Argentina; fue en Bolivia el cine de [Jorge] Sanjinés y luego del grupo de UKAMAU; fue el cine nacido en la Universidad al calor de las manifestaciones populares en Chile; fue el cine independiente mexicano; el cine nuevo uruguayo y su cinemateca del Tercer Mundo; el cine documental colombiano; fue Margot Benacerrat en Venezuela; y fue el movimiento creado en el primer Festival de Mérida en el 68.» [...]
«»Nuestro país esta cansado de no tener rostro" -afirmaba Jorge Sanjinés- «lo que queremos es darle un rostro y un cuerpo, pero sabemos que no es suficiente y hay que remodelar y subvertir otras cosas, otras estructuras más importantes» -y agregaba vehemente- «queremos hacer un cine que refleje la vida boliviana, la vida de miles y miles de campesinos y mineros, lo que queremos hacer es un cine de observación, de combate y testimonio, sin embargo no queremos hacer demagogia o relatar historias rosadas».» [...]
«En Viña del Mar 1967, junto con darse los premios, se decidió terminar con ellos y llamar al próximo festival de 1969. Su fundador, Aldo Francia, en el ajetreo final había definido el Festival:
Nunca pensamos hacer un festival mundial, aunque tuvimos presiones para ello. La razón es que no aportaría ningún beneficio real para nuestro cine, actualmente preocupado en encontrar su camino. El cine en América Latina no debe seguir el camino europeo o norteamericano. Este no es un festival de estrellas sino de realizadores».
Esta decisión marcó una senda y, al respecto, Miguel Littin consigna:
«..si en el 67 se echaron las bases del futuro, en el 69 ya era posible verlo plasmado en imágenes y en 80 films que hablaban el nuevo y renovado lenguaje de un arte cinematográfico nutrido por la literatura, por la música, por la dramaturgia, la memoria popular, por las tradiciones de lucha, por la nueva canción, por la poesía, fundidos a fuego al calor de las luchas sociales.
Un total de 80 films, de los cuales: 50 eran documentales, 30 de ficción, 53 films fueron rodados en 35 mm., 27 en 16 mm., constituyeron la presencia cinematográfica en Viña del Mar del 69.»
Habían transcurrido veinte años desde 1967. Buena parte de las naciones de América Latina habían sufrido o eran gobernadas por cruentas dictaduras militares con una doctrina genuflexa ante explotadores nacionales y extranjeros. Y es en este contexto que «en la década infame del 70 caen en la lucha compañeros como Raymundo Gleyzer y Jorge Cedrón, de Argentina; Carmen Bueno, Jorge Müller y Hugo Araya, de Chile», indica Littin.
Al cierre de intervención, el director de Actas de Marusia, asevera:
«Compañeros, somos irremediablemente optimistas. Nuestro entusiasmo es irreductible; sin embargo,no somos ni queremos aparecer como complacientes o autocelebrativos: los años 80, a la víspera inaugural del nuevo siglo, nos exigen lucidez critica, rigor y capacidad para enfrentar la nueva realidad, más compleja y más plural que en el pasado.
Es urgente la necesidad de renovación del lenguaje y formas expresivas. Es urgente resolver los problemas inmediatos. Entre ellos, recuperar pantallas y espacios para nuestro cine. Posibilitar así la independencia econ6mica que garantice la libertad creativa.
Que no nos detenga la nostalgia.
Que no nos paralice el conformismo.
Recordar Viña del Mar es recuperar su espíritu de búsqueda y renovación creadora.»