La pandemia del coronavirus ha develado la cara más despiadada e infame del modelo neoliberal y del sistema político que domina nuestro país. Ha mostrado, además, la cara más hipócrita y deleznable de la derecha gobernante y la clase política en general.
La realidad que se ha instalado desde la llegada de la enfermedad COVID-19 a Chile, ha aumentado la desconfianza de la población chilena hacia las decisiones adoptadas por este gobierno de Piñera. Y con justa razón puesto que esas decisiones atentan contra la vida y la sobrevida de la población directa o indirectamente afectada por la propagación del virus.
A la negativa absoluta del gobierno de Piñera de tomar decisiones que apunten a frenar la expansión del virus, particularmente en aquellas comunas más populosas y sectores más vulnerables, se suma la negativa de adoptar medidas que vayan en auxilio directo e inmediato de las clases sociales populares o sectores geográficos poblacionales más afectados por las consecuencias sanitarias y las consecuencias económicas que ha generado esta contingencia. Por el contrario, las medidas sanitarias aplicadas por el gobierno nada más pretenden administrar la propagación de la epidemia y las medidas económicas solo atentan contra los trabajadores y trabajadoras y contra los sectores más desprotegidos de la población.
Todo parece indicar que la motivación social de Piñera y su gobierno es someter al pueblo por la vía de la cesantía, por la vía del hambre, por la vía de la salud, por la vía de la necesidad de sobrevivencia, por la vía de infundir miedo. Cada día que pasa se acentúa la impresión en cuanto a que están usando la propagación del virus como herramienta represiva y punitiva contra la población que hasta hace unas semanas atrás se manifestaba en las calles, sublevada contra este modelo y este sistema. Huele a represalia biológica por las movilizaciones de esos meses pasados. Todo huele a podrido.
Las estrategias definidas por el gobierno y su comité de expertos no resultan ser las más eficientes para enfrentar el virus; menos aún resultan convincentes en una ciudadanía que no tiene motivos para confiar en un gobierno que no ha vacilado en reprimirles sin miramientos durante meses y que, peor aún, en plena crisis sanitaria no ha variado su lógica represora y continúa comprando equipamientos y armas para las fuerzas policiales y militares.
Hay una serie de países -y gobiernos- en el mundo que han aplicado estrategias de enfrentamiento sanitario y estrategias de apoyo social a la población que demuestran que es posible anticiparse y limitar los efectos de la epidemia y al mismo tiempo tener políticas sociales solidarias (China, Corea del Sur, Nueva Zelanda, Dinamarca, Alemania, Australia, entre los más eficientes). La condición básica para lograr estos resultados positivos es esos países, ha sido querer hacerlo, querer derrotar al virus y querer salvaguardar la vida de la propia población. Resulta evidente que este gobierno de Piñera no quiere derrotar al virus sino utilizarlo en su mezquino y bastardo interés. La estrategia gobernante implementada por Piñera y Mañalich apunta a administrar la difusión del virus según sus propias necesidades e intereses, gerenciar la propagación de éste usándolo como elemento controlador de las masas populares, para someterlas, doblegarlas y, si lo desean, aniquilarlas. En ese propósito, por supuesto, que deben contar con el beneplácito de esa indolente fracción compuesta por el empresariado arrogante y del 1% displicente que no ha vacilado en manifestar que "el coronavirus fue lo mejor que pudo pasarle a Chile".
No otra cosa puede entenderse de la obcecada insistencia en aplicar las llamadas "cuarentenas dinámicas". Mañalich y su grupo adoptan medidas dirigidas a un Chile del sector social que dispone de agradables entornos urbanísticos, de viviendas de 500 m2 o de espacios habitacionales que rondan los 5000 m2, de sistemas de salud a todo evento, o sea, el mundo de la burbuja donde el poder habita, reposa, se refugia en bunkers, de desplaza en blindados y se traslada en avionetas o helicópteros. El Chile verdadero queda lejos, muy lejos, de la realidad de estos gobernantes.
En el país real impera una extrema desigualdad estructural y una segregación brutal en donde las mayorías resultan ser las desfavorecidas; allí no se pueden tomar decisiones sanitarias colectivas sin tener en cuenta este factor dominante, es parte esencial de la realidad que no es posible obviar, ignorar, hacer como si no existiera, sobre todo a la hora de enfrentar una epidemia de estas características. El gobierno de Piñera elude deliberadamente esta realidad. Aquí se está cometiendo un crimen, sino una masacre, con premeditación y alevosía. No son cuarentenas dinámicas, son cuarentenas diabólicas.
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La realidad social es tan distante entre el 1% del poder y el resto del país que no se puede imponer a todos una fórmula que solo sirve a los primeros. Así como es absurdo imponer desde el centralismo santiaguino las decisiones que afectan y competen a realidades provinciales y territoriales ¿Cómo es posible que se apliquen los mismos criterios técnicos para evaluar la determinación de medidas sanitarias en realidades tan distintas como Vitacura y Puente Alto? ¿O como Lo Barnechea y Hualpén? ¿O como Las Condes y Padre Las Casas? ¿O como Providencia y Maipú? ¿De qué burbuja sacaron a los expertos que conforman el grupo de Mañalich? ¿Cómo pretenden estos gobernantes imponer criterios que no caben en la realidad de los barrios populares, en las poblaciones marginales, en los campamentos urbanos, en los conventillos de inmigrantes? ¿Cómo va ser lo mismo vivir en un edificio en Providencia que vivir en alguna de las edificaciones de los ghetos verticales que pululan en la comuna de Estación Central? ¿Cómo va ser lo mismo vivir en La Reina que en un campamento sin agua ni servicios básicos en Temuco o en Bajos de Mena?
El gobierno adopta criterios para todos por igual. Utilizan factores de densidad poblacional, de densidad demográfica, de número de habitantes por km2, de número de contagiados por cuadrículas, sin tener en consideración el contexto social de cada una de esas cuadrículas de ingeniería de marketing. No es lo mismo que se contagien 10 alumnos en el Saint George, por ejemplo, a que se contagien 10 alumnos en una escuela básica del Chile real, el efecto no es el mismo, el daño no es el mismo, la contención del contagio es diametralmente distinta, opuesta, desigual. Pero, en el marco de esta epidemia, el gobierno de Piñera está terminando con la desigualdad por secretaría; ahora somos todos iguales y todos juntos derrotaremos al virus. Esa es la falacia instalada.
Los gobernantes han intentado encubrir sus reales objetivos con la moraleja de mantener funcionando las empresas, de proteger el trabajo, de que hay que evitar el colapso del sistema y otros artilugios, y sin duda seguirán haciéndolo. Es cierto que quieren seguir manteniendo el funcionamiento del mercado, aún a costa de la miseria o de la vida de los trabajadores, como lo han expresado diversos empresarios durante las últimas semanas. En todo caso, para los poderosos patrones, los trabajadores y trabajadoras son objetos sustituibles, descartables, renovables, son sólo fuerza de trabajo, si mueren unos traerán otros pues cesantía ya tienen de sobra, en especial luego que el gobierno dictara medidas ad-hoc de crisis. Con esta misma fría lógica actúan desde La Moneda; la población para ellos es solo un dato estadístico, números a gerenciar, objetos a manipular.
Más allá de esa verdad, lo cierto es que Piñera y su gobierno no quieren controlar ni eliminar el virus ni evitar su propagación. Ya que no se produjo la transmisión exponencialmente masiva que deseaban y pronosticaban a comienzos de marzo; ahora les sirve y les acomoda la propagación programada, medida, controlada en función de sus intereses económicos y de sus mezquindades políticas. Ya el coronavirus les sirvió para contener la movilización social puesto que la gente desconfió y prefirió replegarse, guardarse y prevenir el contagio; además, les sirvió para sacarse de encima la inevitable derrota del plebiscito y sacarse de encima el plebiscito mismo, aunque solo fuera postergándolo para octubre, lo cierto es que se sacaron de encima una situación terminal. Pues bien, lección aprendida y Piñera y los suyos no tienen motivo alguno para no usar esa misma situación exógena para prolongar su salvación temporal por tiempo indefinido. Pronto comenzarán la campaña para "postergar" o no hacer el plebiscito de octubre (¿No están ya en eso algunos medios de comunicación?). Por ahora gerencian la propagación de la epidemia según sus arbitrios. En tanto, los contagiados siguen multiplicándose y los muertos siguen sumando.
Por si no fuese suficiente tener que soportar los desatinos de los gobernantes, nos vemos sometidos, además, a un impresionante acoso mediático liderado por los medios empresariales y gubernamentales de comunicación en donde lo primordial es mantener a la población agobiada por el temor, ahogada por el miedo, angustiada por la incertidumbre que provoca un virus que, a juzgar por la falacia mediática, es mucho más cruel de lo que es (como lo han demostrado los países que han desplegado estrategias acertadas). Y por supuesto que el coronavirus SARS-CoV-2 que causa la enfermedad COVID 19, siendo mortal no es tan implacable como lo tratan de mostrar los medios de comunicación empresariales, entre otras cosas, con el afán de minimizar las criminales determinaciones del gobierno estadounidense.
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Los medios de comunicación empresariales creen que la población del Chile real es tonta, o creen que se merece tanta grosera manipulación mediática como la que ellos instrumentan. Pero no son los únicos que creen tal cosa, puesto que esta actitud es encabezada por Piñera, Mañalich, y su cohorte quienes propalan y repiten hasta el hartazgo que tienen todo bajo control, todo programado, todo organizado, que aquí no pasará lo mismo que en Italia, que ellos son previsores, que no hay que preocuparse; con esas bravuconadas incentivan el relajo preventivo de la población y justifican la no aplicación de medidas que son necesarias para repetir la catástrofe italiana u otros países de pésimo manejo estratégico (como el propio Estados Unidos y Brasil, los referentes de Piñera y la derecha gobernante). ¿Qué es lo que tienen programado? Ocultan y manipulan las cifras de contagios, reducen los testeos, tardan los resultados de los laboratorios, cambian los parámetros de ciertas mediciones, son desprolijos en la administración de datos, regatean la entrega de insumos, equipamiento y materiales a los centros de salud pública. ¿Cuál es el objetivo de esa programación y organización? Hay mucha turbiedad bajo el agua.
Los descriterios son tales que no se sabe si están errados o si son decisiones deliberadamente erróneas, lanzadas como petardos o fuegos artificiales para distraer la atención de un objetivo principal no visible. ¿Qué sentido tiene, por ejemplo, el otorgamiento de un carnet de alta respecto del virus? Aparte de ser y parecer una soberana estupidez, más bien tiene cara de distractor. Simultáneamente están diciendo de modo oficial que las identidades de los contagiados deben mantenerse en reserva y luego les otorgarán un "diploma" de alta (¡¡¿?!), ¿para presentar en el trabajo, en el barrio, en los colegios? ¿Cree usted, por ventura, que alguno de los eventuales contagiados del 1% necesita ese documento o se tomará la molestia de retirar el tal papelito? Pues no pasará tal cosa, el circo no es para ellos. ¿Cuál es el sentido o la utilidad real de ese famoso carnet? Ninguno, sólo embolar la perdiz de la población con tonteras, con ridiculices.
No es que no entiendan, no es que no les interese lo que provocan estas "medidas" extrañas; es que las hacen con alguna finalidad específica. Y ese objetivo no puede ser solo la manipulación de cifras, algo tan simple y característico de estos señores, y la adjudicación de situaciones por secretaría o por gerencia, como la oscura cifra de "recuperados", que hace recordar la forma como Piñera redujo las listas de espera en los hospitales públicos hace unos años atrás, durante su primer gobierno. Esta vez es algo más sutil y perturbador.
La desconfianza en los gobernantes es inevitable, aunque puede convertirse en un arma de doble filo porque, dada la falta de transparencia en la información, cuesta discernir, descubrir o dilucidar, cuándo una medida de las dictadas desde el gobierno es atingente a la epidemia o sólo una maniobra más de oscuros intereses.
Pero cuidado. Los gobernantes, Piñera y su derecha, Mañalich y su cohorte, están yendo demasiado lejos. Si no quieren establecer una cuarentena general obligatoria para contener y evitar la propagación del virus según lo han hecho exitosas estrategias de otros países, pues allá ellos. Si no quieren establecer una cuarentena obligatoria para no paralizar sus mercados y sus negocios, pues allá ellos. Si no quieren establecer una cuarentena general obligatoria para no tener que resolver simultáneamente las necesidades más apremiantes de la población, pues allá ellos. Si no quieren establecer cuarentenas con apoyo social del Estado en las comunas y sectores que más lo necesitan, pues allá ellos. Solo dejen de jugar con la salud y la vida de nuestra población, del pueblo. Los gobernantes debieran dejar de estirar el elástico porque todo tiene su límite y el pueblo chileno aún está en marcha, aunque su principal ocupación actual sea evitar la propagación del contagio movidos por la necesidad de hacer lo que el gobierno niega y oculta.
Los reclamos que esta situación de emergencia genera deben ser resueltos de una buena vez y dejar de usar la salubridad pública como instrumento de represalia política, de desquite social, de venganza patronal. Las demandas que surgen de esta emergencia sólo se suman a las que se expresaron durante la movilización social de los meses recientes. Las transformaciones de fondo por las que ha estado luchando el pueblo chileno desde octubre pasado solo se ven reafirmadas en el presente y la epidemia del coronavirus no ha hecho más que desnudarlas y expresarlas descarnadamente. La necesidad de lograr cambios profundos y terminar con este modelo y este sistema se vuelve cada vez más apremiante.
Resumen