Hemos vivido como país la tragedia de padecer la pandemia en tiempos en que ejerce el gobierno una camarilla de mercaderes y fanáticos. Una desgracia que se ha traducido en un castigo para el pueblo chileno, pues debe lamentar la muerte de casi 30 mil personas, al tiempo que la propagación del virus ya supera el millón de contagios y no tiene visos de detenerse. Esta verdadera plaga se forja en los salones de La Moneda y ministerios que actúan con total displicencia respecto de la situación que afecta a la población. El responsable de estas desgracias no es el SARS-CoV-2 o cualquiera de sus variantes, sino la implacable ineficacia de un gobierno déspota que nos ha sumido en un desastre sanitario.
A los desatinos originados en la sobreideologización neoliberal de mantener activos los mercados y la actividad económica ligada a los grandes grupos económicos, y que ha traído como consecuencia el aumento exponencial de la cifra de contagiados y de víctimas fatales, se suma la inoperancia para enfrentar y poner freno a este galopante colapso sanitario. Y junto a ello, se agrega la preocupante amenaza de las nuevas cepas o variantes del virus que acechan con invadir el territorio nacional. Un peligro ante el que el Gobierno no ha adoptado medidas eficaces y oportunas de protección de los habitantes del país.
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Con el pretexto del turismo y la libertad de circulación de personas las fronteras nacionales siguen abiertas (salvo cuando se trata de inmigrantes venezolanos o de países andinos) para servir de cobertura al trajín incesante del mercado de exportaciones e importaciones. En ambos casos, turismo y negocio, el trasiego del virus es inevitable y el gobierno chileno se ocupa sólo de contemplar las bolsas de comercio y las ganancias de los grandes grupos económicos para quienes trabaja. Ni una palabra de cerrar las fronteras, ni un atisbo de ello. Hace un año, al comienzo de la pandemia, Chile fue el último país en cerrarlas y lo hizo cuando todos los demás países habían cerrado sus pasos con el nuestro y los vuelos internacionales desde otras latitudes hacia Chile estaban cancelados. Es decir, cuando ya nadie quiso o necesitó entrar a Chile. Ahora estamos en el mismo escenario ante la emergencia del rebrote de la pandemia en brazos de nuevas variantes del virus que resultan ser más contagiosas. El peligro más inmediato para nuestro país lo representa Brasil por el preocupante incremento de la denominada Cepa de Manaos y la más preocupante política de pandemia asumida por Bolsonaro, el demente presidente de ese país. El bolsonarismo no sólo impera en Brasil causando estragos, sino se pasea por los pasillos y salones de La Moneda sembrando sus políticas nefastas entre funcionarios mediocres y fanáticos de ideologías mercantiles.
El Minsal es parte de esta inoperancia sistémica. Secundado por un conjunto de Seremías de Salud ineptas e inútiles, la cartera muestra una nula capacidad de respuesta frente a los problemas que su propia gestión provoca. Las cifras son una elocuente gráfica de la gestión de estos personajes. Entre las Seremis ineptas destaca la de la Región Metropolitana, que no entiende más que las limitadas normas burocráticas de su función, y la del bolsonarista Seremi del Biobío, que se ocupa más de mantener activos sus cultos religiosos que de aplicar criterios de prevención y resguardo sanitario de la población. Menos aún se ha ocupado éste último de controlar el cumplimiento de las escuálidas medidas de prevención establecidas por su gobierno, sino que hace vista gorda ante el desparpajo con que actúan las grandes empresas y se muestra riguroso (frente a la presencia de medios) para controlar al pequeño comercio ambulante. Ineptos y fanáticos al servicio de la mediocridad de su gobierno.
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El ministro Paris: un observador privilegiado de su propio desastre
La lógica sanitaria y preventiva de las cuarentenas perdió todo sentido práctico y toda utilidad producto de la política de permisividad que significa el mentado plan "Paso a Paso" con que el Gobierno ha camuflado su decisión de proteger los intereses del gran empresariado manteniendo activos todos los sectores de la economía que estos le exijan. Este plan es un esquema institucionalizado de permisividad orientada a servir de respaldo legal al mercado y la economía. Nunca tuvo ni ha tenido el propósito de proteger la salud y la vida de la población. Y así estamos. Dos millones de permisos en menos de 24 horas son la evidencia de que esta política del "Paso a Paso" es una burla más de este gobierno, un chiste de mal sabor, que está costando decenas de vidas diarias y miles de contagios por día. El ministro señor Paris, sigue impávido y cómodo en su rol de sirviente de los caprichos de su amo.
Los calificativos de infelices con que la presidenta del Colegio Médico, Izkia Siches, se refirió a quienes adoptan las decisiones de salud y sanitarias en nuestro país, se queda corto pues no da cuenta de la perversidad y malvada disposición de gobernantes ineptos y de funcionarios sirvientes del gran empresariado enquistados en posiciones de poder dentro del Estado y en el gobierno de turno. Se hacen los ignorantes y se desentienden del hecho que Chile tiene ya casi 30 mil muertos producto de esta pandemia, pero sobre todo de la deficiente política de salud del Gobierno y de la total ausencia de una política de protección social por parte de un Estado controlado y maniatado por mercaderes inescrupulosos.
Ante los dichos de Siches, la cuadrilla de funcionarios administrativos que operan como seremis de Salud, rasgó vestiduras y salieron prestos a cubrir las espaldas y proteger la imagen del aquiescente ministro de Enrique Paris que está conduciendo la política de salud según la voluntad y estúpidas apreciaciones que le ordena su jefe, Sebastián Piñera, el presidente en funciones. Esa misma cuadrilla ha guardado silencio y se hacen los desentendidos ante los constantes reclamos y demandas del personal de salud dedicado por entero a las labores de sanidad en los centros asistenciales y hospitalarios del país, tanto de los problemas ligados a la pandemia como de las otras necesidades del desguarnecido sistema público de salud.
Ya es hora que el Gobierno abandone su política de utilizar la pandemia para frenar la movilización y protesta social. Ya basta de tanta mezquindad y perversión humana. Es imperioso que se establezcan resguardos a tiempo cerrando las fronteras y estableciendo medidas de prevención que sean efectivas instancias de confinamiento de la población. El confinamiento requiere del Estado un apoyo efectivo mediante la asignación de una Renta Básica Universal y suficiente para que las masas trabajadoras puedan enfrentar en mejor forma una situación extrema. Ése debe ser el punto de partida para establecer mecanismos de detección y seguimiento de los contagios y poder controlar en los hechos la propagación de la pandemia y sus nefastos efectos. El confinamiento y medidas sanitarias adecuadas se tornan una necesidad urgente ante la amenaza que representan las nuevas variantes del virus.
Hace un mes era previsible que el famoso plan de vacaciones del señor Piñera, expresado a través de su ministro Paris, iba a significar un descalabro sanitario tanto para los pueblos y localidades balneario como en los centros urbanos más importantes que generaban la mayor tasa de veraneantes. Así llegamos a este punto, enfrentados a cifras galopantes que causan estragos entre la población. Es momento que el Gobierno tenga un gesto de buena voluntad, realice un acto de interés nacional, y adopte por fin efectivas medidas frente a esta desastrosa situación. Los centros de salud están al tope de sus capacidades y posibilidades, por lo mismo es que se hace urgente un cambio radical en la forma de actuar.
El problema radica en la inoperancia absoluta de este famoso plan. Mientras no se ponga término al trasiego incesante y masivo de masa trabajadora concurriendo a lugares de trabajo y de regreso a sus viviendas, mientras no se termine con la continuidad de actividades de empresas que no son esenciales para el mantenimiento de la población y el funcionamiento del país, mientras no se termine con las fiestas y celebraciones del cuiquerío y asociales que violentan la vida en comunidad, mientras no se acabe con los privilegios para empresarios con poder de lobby y de protegidos grupos religiosos con poderes fácticos, las cuarentenas y las medidas restrictivas dibujadas en el "Paso a Paso" de Paris seguirán siendo una burla cruel, un chiste macabro.
Hay, sin embargo, una mayoritaria franja de población que se autoprotege, que se autoayuda, que trata de resguardarse y hace sus mejores esfuerzos para evitar contagiarse con el virus circulante y sus efectos. Esa población merece que se le respete. Señores del Gobierno, terminen con las maquinaciones y las farsas y así empezaremos a salir de esta tragedia.
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