EDITORIAL| La pretendida impunidad en el caso Macaya

La política se cruza con la crónica roja en muchas ocasiones; el delito y el poder se entremezclan con una frecuencia pasmosa, casi que es un cruce inevitable. Ya desde la antigüedad los señores y sus cortes cometían todo tipo de delitos con tal de conservar u obtener el tan ansiado lugar de privilegio y, si bien la humanidad algo ha mejorado en este aspecto, aún es habitual ver a los políticos muy cerca de todo tipo de crímenes.

El caso Macaya es uno de esos momentos en que el delito y el poder se cruzan con total desparpajo, en este caso -y no ahondaremos en los macabros detalles ventilados en el juicio- el intento de pacto de silencio familiar y el blindaje de su grupo al presidente de la UDI, hijo del imputado, revelan las turbiedades a las que la derecha nos tiene, lamentablemente, acostumbrado. No es que en la izquierda no ocurra, pero no con la frecuencia y contumacia de los sectores conservadores.

Hay pocas cosas que causen tanta odiosidad y malestar en las personas como los delitos sexuales contra niñas y niños. Es de esas cosas en que hemos avanzado como sociedad, estas cosas que se mantenían escondidas y minimizadas por todo el mundo hasta hace pocas décadas hoy no son toleradas. Por lo menos nos hemos empeñado en eso y hasta la institucionalidad se ha puesto al día para evitar estos crímenes.

Debido a lo anterior es que el cruce política y delito cobra significado, porque ya hay cosas que no estamos dispuestos, como comunidad humana, o por lo menos en nuestro país, a dejar que pasen inadvertidas, aunque sean cometidas por importantes familias políticas. Ya no es posible este tipo de impunidad y debiera ser respondido, aunque sea social y políticamente, por parte del pueblo.

Y esto cobra mayor importancia cuando la justicia, aquel espacio que no avanza tan rápido como la sociedad en los cambios que nos hacen mejores, no responde y entrega -una vez más- sentencias irrisorias frente a las evidencias incontratables que se han presentado. Como sea, ya no es tiempo para tolerar no ya el delito en sí mismo: No es tiempo para tolerar cualquier impunidad.

 

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