El incendio que sí podemos evitar

Cada verano la receta se repite, aumenta el calor, el viento sopla, y las llamas encuentran donde arder. Luego las redes nos abruman con las consecuencias y el costo de la recuperación tras el desastre. Pero, entre el humo y las cenizas, detengámonos a pensar ¿por qué el fuego siempre gana? Y aún más allá, ¿Cómo lo estamos alimentando?

Incendios, el menú de la temporada. Nuestro país arde, y aunque parece inevitable, muchos incendios no lo son. De acuerdo a los datos de CONAF, en la última temporada, más del 58% de los incendios en la región del Biobío fueron intencionales. La pregunta incómoda entonces es ¿somos nosotros quienes encendemos la mecha?, lo único claro es que cuando la responsabilidad de la gestión del territorio recae en nosotros, qué hacemos y no hacemos tendrá consecuencias, y hoy, estas son casi irreversibles.

Pero la expansión de las llamas no es arbitraria, depende de 3 ingredientes: topografía, clima y vegetación. Y aunque no podemos controlar el clima -por cierto, el cambio climático en gran medida se debe a nosotros-, mucho menos mover montañas, sí podemos intervenir en la vegetación, implementando políticas que fomenten la diversidad de cultivos, la reforestación con especies nativas y la gestión adecuada de los recursos hídricos.

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La raíz del problema. Durante décadas, miles de hectáreas se han entregado a destajo a los monocultivos, donde en un ciclo interminable la misma especie vuelve a aparecer, en serie, agotando el suelo, empobreciéndolo, y dejándolo finalmente sin vida. El escenario perfecto para las llamas.

Aun con la peor sequía, y el paisaje más árido, los incendios no comienzan solos, siempre habrá quien lance la primera chispa. Si continúa así el panorama, sin tomar medidas significativas, el número de incendios forestales aumentará un 50% para 2100, según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA).

Y aunque todo parezca arder, podemos cambiar el rumbo ¿Qué necesitamos? Primero, reconocer que estas catástrofes no responden al azar, sino a la acción humana, cómo gestionamos nuestro territorio. Otros países están instaurando modelos donde la naturaleza tiene derechos -así como los derechos humanos-, y los respetan. Suena paradójico, pero nosotros somos quienes debemos velar por el respeto a estos derechos, protegiéndolos de nosotros mismos.

Es urgente que adoptemos un enfoque más sostenible y respetuoso con el ambiente, preparar nuestros paisajes para enfrentar las llamas. No solo nos lo debemos a nosotros, sino a los que vienen. Una tierra cuidada y protegida se recupera rápido y previene el desastre. Si tenemos éxito, compartiremos una tierra donde celebraremos con júbilo la lluvia y con suerte los incendios no consuman los noticieros cada verano.

Valeria Palma Soto Ingeniera en Recursos Naturales (UFRO) y candidata a magister

Camila Palma Millán Activista por los Derechos de la Naturaleza

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