El mito de la privatización

Por Ignacio E. Muñoz Ramírez*

Hay un consenso sobre que el privado hace todo mejor, incluso en servicios que proporciona el Estado. El viejo mito de que el sector privado siempre lo hace mejor es una de esas afirmaciones que se lanzan como un hecho incontestable en los círculos de los que defienden «la libertad». «Dejen que el mercado resuelva», dicen, como si la mano invisible del capitalismo fuera un cirujano tan preciso que ninguna intervención pudiera fallar. Pero se olvidan de algo fundamental: las grandes compañías privadas, con cientos de miles de empleados, también son burocráticas, también son lentas y, de hecho, tienen una estructura de gobernanza interna que no se diferencia tanto de la que manejan las instituciones públicas.

Veamos, por ejemplo, el caso de empresas gigantes como Amazon o Google, que cuentan con decenas de miles de empleados. Estas empresas no sólo tienen una cadena de mando compleja, con múltiples niveles de toma de decisiones, sino que dependen de sistemas de gobernanza corporativa casi tan intrincados como los de cualquier ministerio gubernamental. ¿Son eficientes? A veces. ¿Son siempre efectivas? No tanto. Incluso en el sector privado, la burocracia y la ineficiencia pueden florecer como malas hierbas en un jardín, y los errores de gestión se acumulan como hojas en otoño. La diferencia es que cuando una empresa privada falla, es noticia; cuando una institución pública lo hace, es motivo de debate ideológico. Si una empresa privada mal administrada muere es porque cumplió un ciclo y si una empresa mal administrada por el Estado tiene pérdidas, es socialismo.

Te puede interesar: Opinión | Meritocracia: Un vestido imaginario para la élite chilena

El argumento de que el sector privado es intrínsecamente más eficiente ignora un pequeño detalle: no todos los emprendimientos privados sobreviven para contarlo. En Chile, aproximadamente el 50% de los emprendimientos fracasan antes de cumplir los cinco años, según un informe del Ministerio de Economía. En contraste, en Alemania, país con una robusta economía y un Estado que no teme involucrarse en la planificación económica, el porcentaje de fracaso empresarial dentro de los primeros cinco años es notablemente menor, alrededor del 30%. Entonces, ¿dónde está la supuesta eficiencia infalible del mercado?

Las empresas privadas tienen el lujo de cerrar cuando sus modelos de negocio fallan, mientras que las instituciones públicas no pueden simplemente abandonar sus responsabilidades cuando las cosas se complican. Si el Estado privatizara todas sus funciones, estaríamos apostando por un modelo que también fracasa con regularidad, pero sin la posibilidad de corregir o adaptarse a las necesidades públicas.

Algunos creen que el sector privado opera perfecto, sobre todo los que estudiaron tres meses microeconomía, saltándose la parte de las fallas del mercado para ir a tomar en el pasto de la universidad. No obstante, la verdad es que las grandes corporaciones suelen estar tan llenas de burocracia como cualquier ministerio. Con juntas directivas, comités de revisión, supervisores de supervisores y auditores de auditores, la eficiencia es, a menudo, un ideal que se sacrifica por la seguridad organizacional o para administrar riesgos. Tal como en el Estado, hay una lucha constante entre la agilidad y la rendición de cuentas y si una empresa privada está obsesionada con el corto plazo (como tantas veces ocurre), su capacidad de planificar de manera estratégica a largo plazo es limitada.

El caso es que, tanto en el sector público como en el privado, la clave no está en el tamaño de la organización, sino en la calidad de su gestión y en las herramientas que se utilizan para que todo funcione. Aquí es donde un Estado funcional tiene una oportunidad de oro: al invertir en procesos, tecnologías y personal capacitado, el gobierno puede aprender lo mejor del sector privado sin caer en la trampa de la burocracia excesiva y la ineficiencia.

Entonces ¿es realmente más eficiente el sector privado que el público? Depende. Depende de la gobernanza, de los procesos y, sobre todo, de la inversión en metodologías y tecnología. La empresa privada no es una panacea mágica de eficiencia, y de hecho, cuando falla, lo hace de manera espectacular. ¿Recuerdan Lehman Brothers? Sí, las crisis también tocan a la puerta de los colosos privados, mientras el Estado debe seguir adelante, lidiando con las crisis y, en muchos casos, absorbiendo las consecuencias de esas fallas.

La solución no es achicar el Estado hasta convertirlo en una sombra de lo que debería ser. Es dotarlo de las herramientas necesarias para competir con los estándares de eficiencia del sector privado sin perder de vista su objetivo central: el bienestar ciudadano.

 

*Presidente Centro de Estudios Conciencia y Síntesis (CECS)
Estas leyendo

El mito de la privatización