"El silencio de las estatuas": La guerra de los símbolos en Concepción

Si se pudiera reducir la política en tres grupos, habría que organizarla en: la importancia del relato, la estrategia, y el proyecto político, con esto cada grupo puede moldear plásticamente la realidad. De estos tres elementos, el más importante para lograr este cometido es el relato. Este blande su origen en el vocablo latín relātus, en la literatura es la narración estructural de sucesos, personajes y hechos por medio del lenguaje. El relato político, al igual que el literario, apunta al mismo objetivo, referir sintéticamente la historia de un bando por medio de símbolos, que en este caso específico serán las estatuas.

Colectivo Crisis / resumen.cl

Hace pocos días acaba de finalizar la 9° edición del BioBioCine, festival residente en Concepción. En su variada cartelera, destacó la sección regional dedicada a la producción fílmica realizada en la región del Biobío. En esta nómina se encuentra el mediometraje El Silencio de las Estatuas de Pablo González, joven director penquista.

Existen diversas razones para dirigir la mirada a este reciente trabajo: con justo juicio se puede decir que es la primera película que se atreve a reflexionar sobre la violencia política ejercida por la juventud en las calles céntricas de Concepción durante los primeros meses del estallido social. Sin duda es una propuesta valiente. Usando el dispositivo de los monumentos nos hace girar la mirada a esos seres petrificados, que funcionan como instrumentos de reproducción de identidad.

Ciertamente Concepción se estructura urbanísticamente como lugar simbólico: porta la tensión de ser un enclave de frontera entre el Estado chileno y la Nación Mapuche. La misma plaza central tiene ese tatuaje urbanístico. En la punta norte se erigía Pedro de Valdivia, y al sur Lautaro con vista hacia el Bío Bío. Junto a estos, existen otros puntos simbólicos en la ciudad que se descubren a medida que avanza la película. Una mirada ingenua podría pensar que estos monumentos solo cumplen una función estética urbana: llenar el espacio. Es este punto específico el que se encarga de cuestionar la obra, porque  las estatuas cumplen un papel central en la ciudad: aspiran a perpetuarse, reproducen identidad, algunas en particular son una representación del poder.

Organizativamente la obra se puede dividir en dos partes. La primera, se centra en la explicación de lo que significa una estatua: su implicación estética, histórica y urbana. La segunda parte desarrolla la implicación simbólica de su derrocamiento. Este punto, a mi gusto, es lo central de este mediometraje, porque logra conectar con el momento histórico. Todo sistema porta en sus entrañas el deseo de ser destruido, sobre todo aquel que pierde su hegemonía: la dirección moral e intelectual, donde los dominantes convencen que el proyecto particular es común a todos (cita). La movilización es justamente eso, el nacimiento de una nueva hegemonía que expresa su energía política en el derrocamiento de la estatua que quedó vacía de poder, sin capacidad de sostener un relato.

La primera línea, terminología de guerra proveniente de la antigua legión romana, logró construir un nuevo relato, apoderar para sí la Damnatio Memoriae, como se denominaba en la antigua Roma a la condena judicial de la memoria a quienes eran considerados enemigos del Estado, destruyendo imágenes, borrando nombres, derrocando estatuas. Lo que en un principio fue mandato privilegiado del poder oficial, con el tiempo se logró invertir. La remoción de Pedro de Valdivia por parte de la multitud fue el signo del nuevo tiempo venidero. Presagio simbólico de lo multicultural que asoma. No por nada quien preside la convención constituyente es Elisa Loncon, lingüista Mapuche.

Para terminar solo una pequeña reflexión: sin duda alguna, cualquier obra está imbricada con el transcurso histórico, político y cultural. Bueno, si bien eso se ve insinuado en la reflexión de mediometraje, en su conjunto no logra una relación orgánica con el momento histórico. A nivel de trasfondo político lo logra completamente, en forma estética no del todo. Básicamente en el hecho, que no sale de la forma convencional de hacer documental, suele ser bastante estructurada en su narrativa. Entendiendo que 18 de octubre fue un proceso de cambio experimental de la sociedad, al parecer eso aun no transmuta hacia frente estético en lo cinematográfico: arriesgarse en experimentar más con la forma estética con el montaje, la narrativa hubiera conectado de mayor manera con el espíritu del tiempo histórico. Pero más allá de eso, es una pieza valiosa, que crispa la mirada sobre lo que solemos entender por monumento, que invita a no verlas como cosas inocentes carentes de simbolismo, si no como estructuras portadoras de discursos del poder.

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