Por Nelson Alarcón
Escribo esta columna mientras el fuego, la ceniza y el humo se visualizan desde mi casa en Quillón. Las sirenas y la gente observando el cuadro creado por el incendio forestal son el marco general de una crítica que ya pareciese escrita.
En 2012 escribí un punto parecido y si hiciese copy/paste de aquel texto sería decepcionante no solo para ustedes como lectores, sino para mí, puesto que gran parte que lo argumentando en aquel entonces tiene plena vigencia.
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Los culpables de siempre, las forestales y su nulo manejo que continúan con su modelo de plantación rodeando comunidades campesinas. Por otro lado, el Estado y su incapacidad, casi patológica, de movilizar recursos contundentes de prevención frente a desastres. De poco sirve adquirir helicópteros y móviles de combate de incendios sino se ha realizado un trabajo previo asociado a la prevención comunitaria y planes de manejo sectorial.
Pareciese una crónica de una muerte anunciada, para peor pierden los mismos de siempre, las comunidades campesinas dedicadas a la pequeña agricultura que ven como el esfuerzo de años se esfuma entre las llamas y el olor a eucalipto reseco por fuego. Mención honrosa a bomberos y voluntarios que han aportado con insumos claves para la prevención del incendio tratando de combatir en este difícil terreno.
Ubicado en esta coyuntura, los culpables y víctimas siguen siendo las mismas, el paradigma político - económicas también. Una mirada desde la retrospectiva nos lleva a una conclusión contundente, no hemos avanzado nada. No obstante, sí se aprecia un cambio fundamental entre el contexto 2012 y el actual y tiene que ver con un momento país distinto en donde la urgencia de cambios pareciese ser la tónica.
Esta urgencia, asociada al proceso constituyente y la reciente elección presidencial, marca una buena oportunidad para generar cambios de fondo tanto en la matriz productiva como en una mayor prevención frente a estos fenómenos. La derogación de la polémica bonificación hacia la plantación forestal o la delimitación de áreas exentas de estas plantaciones son un primer paso hacia una nueva mirada en la planificación territorial. Una mirada que involucre la participación social y la preservación del ecosistema, una mirada que sea capaz de hacerse cargo de los territorios del S XXI y no solamente las necesidades económicas extractivistas de exportación y de inserción en mercados globales.
Espero no tener que escribir una nueva columna en cinco años más planteando la urgencia. A esa altura acá en la zona no tendremos árboles al cual subirnos para mirar el futuro, pero tampoco agua ni terrenos.
Quillón, 27 de diciembre 2021