Informe sostiene que América Latina sufrió una disminución del 94% de las poblaciones de animales silvestres durante los últimos 50 años

Según un informe de la ONG Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, por sus siglas en inglés), las poblaciones de animales silvestres ha caído un 69% en medio siglo, apuntando directamente a la actividades de deforestación como principal responsable. La situación es aun más dramática en nuestro continente, donde esta pérdida llega al 94%.

Por Alejandro Baeza

Entre 1970 y 2018, las poblaciones de animales silvestres monitoreadas en Latinoamérica disminuyeron en un 94%, principalmente debido al deterioro o la desaparición de los hábitats como resultado de la deforestación, actividad que constituye la causa más común en esta región. Se calcula que hasta el momento se ha perdido el 17% de los bosques originales y que otro 17% ha sido degradado. En este caso Chile es uno de los ejemplos más paradigmáticos en la región por desaparición de ecosistemas a causa del reemplazo de bosques por plantaciones de monocultivo forestal de pino y eucalipto.

En las especies de agua dulce, sus poblaciones han caído en un 83%. Según la ONG, esto ocurre por la pérdida de hábitats de rutas migratorias para los peces la que se produce, indican, por la degradación de los cuerpos de agua por el cambio en el uso de los cuerpos de agua y los suelos, la sobreexplotación, la contaminación, el cambio climático y la introducción de especies exóticas e invasoras, tanto de flora como de fauna.

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El informe sostiene que la crisis se puede mitigar con el aumento de los esfuerzos de conservación y restauración, la producción y el consumo de alimentos de forma más sostenible, y la rápida y profunda descarbonización de todos los sectores.

Los 89 autores y autoras que participaron en la redacción del texto piden a los responsables políticos que transformen las economías para que los recursos naturales se valoren adecuadamente. "El informe deja claro que los sectores públicos y privados deben cambiar los valores y normas que definen nuestra relación con la naturaleza, porque estos tienen un sesgo que conduce a la degradación, mediante prácticas destructivas que dañan los océanos, selvas y humedales del mundo. Urge un enfoque transformador que también tome en cuenta otros factores que contribuyen a la pérdida de la biodiversidad y que incluyen asuntos financieros, como la especulación; los económicos, como centrarse en el crecimiento del PIB; los socioculturales, como los actuales patrones de producción y consumo; o aquellos relacionados con una gobernanza deficiente", señaló Jordi Surkin, coordinador de conservación de WWF en Latinoamérica.

La ONG identifica diez áreas de alta prioridad para la mitigación de riesgos, algunas de estas en América Latina: la cuenca del Amazonas (que está constituida por todos los ríos que drenan al río Amazonas), el bosque Atlántico (ubicado entre Brasil, Argentina y Paraguay) y el norte de los Andes, hasta Panamá y Costa Rica.

El informe destaca la situación en la Amazonía, el bosque tropical más grande y con mayor biodiversidad del mundo, cuya cuenca se encuentra degradada en un 17%. Advierte que el 26 % de éste presenta un estado de perturbación avanzada, lo cual supone degradación de los bosques, incendios recurrentes y deforestación.

En el debate de la crisis ecológica global, se habla cada vez más del Antropoceno, término resultante de la combinación de las palabras griegas «anthropos» (humano) y «kainos» (nuevo) para señalar que el estado actual del planeta a raíz del cambio climático ya corresponde a una era distinta al Holoceno. Este concepto se refiere a la escala global del impacto de la actividad humana en la composición y funcionamiento del «sistema de la tierra». En su versión más común, la idea del Antropoceno se basa principalmente en consideraciones ecológicas. Esto apunta especialmente a la extinción acelerada de un mayor número de especies, la progresiva reducción de la disponibilidad de combustibles fósiles y el aumento de emisiones de gases de invernadero, incluidos el dióxido de carbono y el metano. Aunque se trata de un fenómeno muy reciente a escala geológica, ha quedado ya bien establecido que la actividad antrópica (es decir, de origen humano) es causa directa de estos fenómenos y ha influido profundamente en las transformaciones del medio ambiente a escala global.

 

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No obstante, muchas críticas apuntan a lo inexacto de este concepto, porque no es precisamente la actividad humana la generadora de la crisis, sino el modelo de producción capitalista. El sociólogo norteamericano Jason W. Moore critica el relato «antropocénico» porque se centra sólo en los efectos de la degradación ecológica. De este modo, se está en realidad descuidando el análisis de las causas de ese deterioro, lo que hace por tanto más difícil identificar a los responsables de la crisis ecológica y buscar soluciones políticas al problema. Por el contrario, debemos ir a la raíz del asunto, reconociendo que el capitalismo, si bien no tiene disposiciones para ser un sistema respetuoso con el medio ambiente, es en sí mismo, inevitablemente, un sistema ecológico.

Visto en este contexto, puede tomarse el impulso hacia la insostenibilidad ambiental por parte del capitalismo como algo ya inherente en la organización del trabajo que apunta a la acumulación ilimitada. Gracias a esta oportuna puesta al día de este concepto contemporáneo, el juego de herramientas teóricas está demostrando su continuada pertinencia, señalando que la coacción forzada del trabajo (tanto humano como no humano), subordinada al imperativo del beneficio a cualquier precio -y por tanto de la acumulación ilimitada- es lo que está provocando la ruptura del equilibrio del ecosistema. No hablamos entonces del Antropoceno, sino más bien del «Capitaloceno«.

 

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