Juventud combatiente, expresión de rebeldía popular

La conmemoración del Día del Joven Combatiente el 29 de marzo de cada año, es una forma de homenaje que el pueblo chileno rinde a los jóvenes luchadores sociales que ofrendaron su vida en la lucha contra la dictadura militar. La celebración surge como consecuencia  del asesinato por parte de Carabineros de los hermanos Pablo y Eduardo Vergara Toledo el 29 de marzo de 1985 en la Villa Francia, de Santiago. Coincidentemente, en horas de la noche del mismo día, en la comuna de Lo Barnechea fue ejecutada por agentes de la CNI la militante de la Resistencia, Paulina Alejandra Aguirre Tobar. En la misma fecha, pero del año 1984, había caído en Pudahuel enfrentando a las fuerzas represivas el miliciano Mauricio Maigret Becerra. Estos cuatro ejemplos constituyen una expresión de la rebeldía popular que desataba el pueblo chileno en el esfuerzo por derribar a la tiranía.

La condición esencial de estos cuatro jóvenes es que todos provenían de sectores populares y se encontraban ejerciendo una activa labor en la lucha contra la dictadura, tanto en tareas sociales y milicianas como en tareas y actividades clandestinas. La coincidencia de fechas, de hechos dolorosos y características comunes de estos casos, llevó a que desde el año siguiente la conmemoración de sus muertes en resistencia se convirtiera en algo más que un rito de memoria sino en intensas jornadas de lucha popular. Son una clara evidencia de la voluntad del pueblo chileno de ejercer el derecho a rebelión contra la tiranía y a la autodefensa contra la represión, y estos jóvenes luchadores fueron parte de los colectivos humanos que llevaron esos derechos a la práctica.

Los hermanos Eduardo Antonio, de 19 años, y Rafael Mauricio Vergara Toledo, de 18 años, residían junto a sus padres y familia en la Villa Francia, de la actual comuna de Estación Central. Ambos eran estudiantes y dirigentes de la Unión Nacional de Estudiantes Democráticos (UNED) en sus respectivos centros de estudio y, además, participaban en organizaciones locales de la población y en actividades milicianas de la Resistencia Popular en la comuna. Ese 29 de marzo, los hermanos Vergara se dirigían a realizar una acción miliciana en la intersección de Las Rejas y Cinco de Abril. En el trayecto hacia su cometido, fueron interceptados por una patrulla de la 21° Comisaría de Carabineros de Estación Central; fueron reducidos y, acto seguido, ejecutados a balazos por los policías que tripulaban el furgón policial.

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Tres años más tarde, otro hermano Vergara Toledo, Pablo Orlando, de 25 años de edad, murió accidentalmente en acciones de Resistencia el 5 de noviembre de 1988 en los alrededores de la ciudad de Temuco. Junto a Pablo, murió también la luchadora Araceli Romo Álvarez (26).

Paulina Aguirre, de 20 años de edad, fue ejecutada por agentes de la Brigada Azul de la CNI cuando regresaba a la vivienda interior que arrendaba en una casa de Lo Barnechea. La entidad represiva había sido alertada por la propietaria de la vivienda de la existencia de armas en la habitación arrendada por la joven que habían quedado expuestas como consecuencia del terremoto del 3 de marzo de ese año. Un accidente del que Paulina no se habría percatado por no encontrarse en su vivienda al momento del sismo. A partir del soploneo, los criminales montaron un operativo de vigilancia que culmina con el asesinato de la joven luchadora en momentos en que esta regresaba a la vivienda alrededor de las 23 horas de aquel 29 de marzo.

Paulina había comenzado su participación en la Resistencia a los 15 años de edad. Se integró directamente a realizar tareas clandestinas, vinculadas al impulso de la lucha armada contra el régimen y en especial en la concreción del plan de guerrilla en Neltume. Luego del fracaso en que resultó ese intento, su labor continuó en la misma línea de actividades, militares y clandestinas, hasta el momento de su asesinato.

Mauricio Maigret era un activo integrante de las milicias de la Resistencia en la comuna de Pudahuel. Cayó abatido el 23 de marzo de 1984, un año antes de los sucesos de Villa Francia y Lo Barnechea, por efectivos de Carabineros en momentos que trataba de impedir que una patrullera policial de la Tenencia Cerro Navia acudiera en apoyo de un cuartel de Fuerzas Especiales que estaba siendo atacado por otra unidad miliciana.

Para el momento en que Estados Unidos ejecuta el golpe de Estado a través de sus marionetas de la derecha chilena y las Fuerzas Armadas, todos estos jóvenes luchadores eran niños que no superaban los 10 años de edad. Los hermanos Rafael, Eduardo, y Pablo Vergara Toledo tenían 7, 8 y 10 años respectivamente; Paulina Aguirre tenía 8 y Mauricio Maigret 7 años. Es decir, crecieron y vivieron la mayor parte de su infancia y juventud bajo dictadura.

Son un reflejo de la juventud que enfrentó a la dictadura, una muestra de la rebelión que caracterizó a aquella generación del pueblo chileno. Una hornada de muchachas y muchachos que crecieron bajo el terror implantado por el régimen tirano, que conocieron de cerca las injusticias y violencia con que era oprimido su pueblo. En ese derrotero de temor forjaron su decisión de buscar formas de lucha que condujeran a derrocar la tiranía. Muchos de ellos y ellas optaron por la militancia revolucionaria, fuese en el MIR o en el FPMR, y otros integraron las milicias populares en diversos momentos de la contienda. Así templaron el espíritu y coraje que llenó las calles del país de luchadores y luchadoras sociales que se pusieron de pie, tomaron las armas y trazaron el camino para terminar con el oprobioso régimen.

En ese camino de esfuerzo y sacrificio, muchos de esos jóvenes perdieron la vida. Algunos cayeron en jornadas de lucha contra las fuerzas represivas de la tiranía; otros tantos, fueron vilmente asesinados por las hordas uniformadas y organismos represores. Sólo en el curso de los años 80 por lo menos unos 65 jóvenes luchadores sociales, de no más de 18 años de edad, rindieron la vida en su afán de luchar por un mundo mejor. Pero no fueron los únicos caídos. Antes que ellos, desde el golpe militar en adelante, hasta fines de los años 70, por lo menos 175 jóvenes fueron ejecutados por las hordas criminales de la dictadura. De ellos, la mayor parte fue víctima de las represalias del golpismo sobre el campo popular. Otros tantos fueron víctimas del ensañamiento de los aparatos de represión especializada en el exterminio (DINA, CNI, SIFA, SICAR, CIRES, CC, etc) convirtiéndose en detenidos desaparecidos.

Sin embargo, dejaron un legado que se extiende a través de los años de las luchas populares. Por ello no es fruto de la casualidad ni de exaltaciones circunstanciales que cada 29 de marzo haya sido adoptado por el pueblo chileno como un hito de homenaje a los jóvenes caídos pero también en un acto presente de la rebeldía popular. Las grandes manifestaciones y movilizaciones que se desarrollaron en el país a partir del Estallido Social iniciado en octubre de 2019 son una muestra de que el espíritu de rebelarse contra la injusticia sigue impregnado en la conciencia colectiva de la población; la mayor parte de los participes de las movilizaciones del último tiempo son jóvenes de la actual realidad social, que han sostenido el peso de las acciones en la calle y han cargado también con el costo de su esfuerzo de lucha.

El espíritu de rebelión de la juventud no logra ser aplastado por la cruenta represión que sobre ellos se desata. No lo fue en la época de la dictadura militar, ni lo ha sido en esta época de falsa democracia. Pese al costo en vidas humanas, en daños oculares, en detenciones arbitrarias, en torturas, abuso sexual, violaciones, en encarcelamiento político, en desgaste emocional y familiar, los y las jóvenes no bajan la guardia y se mantienen alertas para abordar los desafíos del futuro.

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