Por Robinson Silva Hidalgo
La Convención Constitucional entra en tierra derecha, ya ha sido presentada al pleno las propuestas de reglamento en las que se trabajó en estas primeras semanas, en medio de comisiones y las discusiones entrabadas por diversos momentos de confusión, tanto por la escasa colaboración del poder político actualmente en curso, como por los errores y zancadillas de la misma convención, no sólo en el caso Rojas Vade. A ello hay que sumarle el boicot constante de la derecha, tanto la que está dentro como la foránea al instrumento constituyente.
Todo y así, parecía que las cosas tomaban su curso y se abriría camino a la aprobación de los reglamentos que permitirán discutir los temas de fondo a incorporar en la nueva carta magna, pero la cola de las viejas costumbres políticas se metió nuevamente y la mesa, fiel al acuerdo a noviembre, intentó colar los dos tercios para aprobar los quórums que regirán la votación sobre estas normas internas. En efecto, sin preguntar al pleno intentaron pasar sus boricadas, pero ante ello una activa oposición de los convencionales de pueblos originarios lograron parar la jugada e instalar una discusión de suyo importante: la soberanía.
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La cuestión de la soberanía de este espacio de discusión se ha soslayado permanentemente y tal como indica la manida frase de la campaña de Bill Clinton en 1992 que evoca el título de esta columna, es la pieza fundamental que puede darle a la Convención esa legitimidad que ha sido horadada en las últimas semanas, en la medida que se separen de la disputa política ordinaria del actual sistema político, y en ello se incluyen las prácticas denominadas maquineras y/o muñequeras -tan propias del régimen actual-, que han quedado de manifiesto el día jueves, cuando debió suspenderse el pleno dado a las mañas en que incurrió la mesa directiva.
La soberanía entonces, el poder originario de los pueblos de Chile, tiene la virtud de dotarse de las reglas que estime conveniente, rediseñando las formas de hacer política. Por de pronto fijar sus quórums, establecer las maneras de participación popular ya no bajo las lógicas de la representación sino desde ejercicios de democracia directa, como los cabildos o asambleas, los plebiscitos dirimentes o las iniciativas populares de norma constitucional como ya se está proponiendo desde algunas comisiones, eso dotará de calle, le dará la carne y el color del paisaje social y cultural que hoy presenta Chile y con ello construirá la legitimidad, la potencia que derribará cualquier intento de boicot neoliberal que busque defenestrar este intento de democratización.
Pero bueno, los intentos derechistas no son el único peligro, también las maneras tibias que apelan a los hechos consumados y a la contemplación analítica propias del progresismo también son un daño a esta necesaria soberanía. El llamado a rodear la Convención sólo se ha manifestado en un ejercicio retórico que solamente se expresa en furibundos tuits y posteos en redes sociales, transformándose en alegato estéril.
No; la soberanía debe ejercerse y hacerse valer ante el que sea, ante la institución que sea, incluso ante la propia historia de mala política presente en las acciones de algunos de los actuales constituyentes, de no ser así, veremos caer otro esfuerzo vano por enaltecer a los pueblos de Chile.