Por Robinson Silva Hidalgo
El foro político chileno está lleno de hipócritas y tránsfugas, desde los 90 vemos desfilar uno tras otro a decepcionantes personajes que se esfuman como los fuegos fatuos de un carnaval, uno tras otro fueron decepcionando las esperanzas populares por una vida mejor que se abrían tras la larga noche dictatorial. Treinta años de embaucadores y chantas profesionales son suficientes para seguir soportando a más de estas figuras de cartón.
Poco antes de la Revuelta de octubre vimos atónitos a un neoliberal paladín de la justicia mentir con un extraño tumor que lo llevó a engañar a importantes personajes públicos, el ingeniero comercial Rafael Garay fue hasta el extremo de mentir con una enfermedad mortal todo con el fin de cimentar una carrera política y pingues beneficios producto de la estafa que lo llevó a la cárcel. Este caso fue ya el paroxismo del país de mentirosos y sinvergüenzas en que nos convirtió el modelo de ganadores y perdedores que nos inocularon hasta la sociopatía.
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Hoy, con estupor y rabia, descubrimos que es el convencional Rojas Vade, quien construyó su campaña en torno al cáncer, nunca tuvo la enfermedad con la que se convirtió en ese especie de santón en Plaza Dignidad. Antes de cualquier análisis debemos repudiar enérgicamente su acción, por las víctimas del cáncer y sus familias, por la mínima ética humana que debe guiar nuestra actitud frente a estos casos, sabiendo de la indiferencia del Estado delante de la situación que afecta a tantos y tantas en este país. Por otra parte, es importante señalar que la acción política en torno a la afectación es tremendamente legítima, prueba de ello es Fabiola Campillai, ninguna mentira impedirá que hechos que nos indignan o perturban nos lleven a la política.
Traigo a colación la situación de Garay para aquilatar aun más el gran error de Rojas Vade, pues decepcionar un proyecto político nacido de la protesta popular será siempre más grave deleznable que mentir para el afán personalista, que es el caso del primero. Así es, Rojas Vade no le miente a él o a su grupo cercano, está decepcionando una parte de esas expectativas que abren la opción de una nueva sociedad y un nuevo sistema político para Chile, es mucho más grave por esa razón, es un impresentable.
Ahora bien, pienso en el contexto en que este tipo de personas ha construido su caminar político y creo que es importante decir algunas cosas, primero defenestrar estos liderazgos personalistas y carismáticos, este caso refuerza la idea de la necesidad de contar con proyectos trasformadores que sean colectivos, basados en ideas y propuestas que sobrepasen a estas epifanías que son tan vanas como inútiles en tiempos de tanta información y opinión, basta de estas personas que desde el ego sobrevalorado desechan la discusión política y colectiva que nos devuelva una sociedad más culta, más politizada y más consciente de sus derechos, sin santos patrones que la guíen.
Lo anterior nos lleva a pensar en lo que no es impresentable, debemos presentar ideas y proyectos que nazcan del foro fraterno y profundo de la discusión, dejar de lados las monsergas poscolonialistas que sólo construyen un deber ser, un discurso de superioridad moral que sólo se dirige a cancelar a otros y otras, que confunde el debate político con esta idea pseudo religiosa que impone y desecha, que aplaude y vitorea sin mayor atributo que el colgarse la causa de turno. Menos drama y más ideas debiera ser parte del cambio.
Creo que estas modas, que solamente banalizan la acción política, terminarán pavimentando una mirada conservadora llevándonos a la decepción respecto a los necesarios cambios para Chile, entregando al cómodo progresismo toda la fuerza desatada en la Revuelta.
No nos merecemos, después de tantas personas muertas y heridas, de tantas luchas, que el partido del orden se haga un festín con estos errores. Sólo un sólido proyecto popular hará frente a los ataques que se vienen a los convencionales y, sobre todo, a los sectores populares con vocación de lucha.