Por Ignacio E. Muñoz Ramírez*
En un rincón oscuro de internet, donde la cultura popular se mezcla con teorías de conspiración y la retórica más incendiaria, se ha gestado un movimiento que está ganando fuerza: los «redpillers«. Autoproclamados guardianes de la «verdad» frente a la «manipulación» masiva, estos personajes se ven a sí mismos como iluminados, aquellos que han tomado la «píldora roja» y, al igual que Neo en The Matrix, han despertado de un sueño fabricado para ver el mundo tal como es, o al menos, como ellos creen que es.
Sumergirme en este agujero negro de estupidez y nostalgia por el antiguo orden es un placer culpable, lo admito. Pasar horas ahí confunde a cualquier algoritmo, y tal vez, a mi propia cordura. Lo irónico es que, mientras yo lo disfruto como una comedia involuntaria, hay quienes lo toman al pie de la letra, repitiendo con seriedad las arengas de estos autoproclamados iluminados. Y ahí está The Joe Rogan Experience, el podcast más escuchado del planeta, funcionando como un megáfono para teorías conspirativas, charlatanes y comediantes mediocres. Es tan influyente que hemos llegado al punto en el que figuras como el expresidente Trump, Elon Musk o JD Vance hacen referencia a "teorías" tan cuerdas como "el gran reemplazo".
Es irónico, casi risible, que estos redpillers, que denuncian con tanta vehemencia las supuestas manipulaciones de los medios y las élites, caigan en patrones de control y manipulación que Noam Chomsky describió en su obra. Chomsky, con su lúcida mirada sobre el poder y la propaganda, nos advertía sobre las tácticas que los poderosos usan para mantener el control sobre las masas. Tácticas que, para desgracia de todos, ahora se ven replicadas por aquellos que dicen luchar contra ese mismo poder.
Te puede interesar: La triste paradoja del NPC en nuestra democracia
Una de las formas de manipulación más insidiosas que Chomsky menciona es la estrategia de la distracción: desviar la atención del público de los problemas importantes e inundarlo con información trivial. Y ahí están los redpillers, obsesionados con temas como la «decadencia moral», "transvestigation" (buscar obsesivamente si alguien es secretamente trans) o la «feminización de los hombres», mientras el mundo enfrenta problemas tan triviales como el cambio climático, la desigualdad económica o la corrupción rampante. Su habilidad para amplificar estos temas hasta el paroxismo no es más que una distracción, una cortina de humo que enmascara los verdaderos conflictos que merecen nuestra atención.
Otro de los puntos que Chomsky subraya es la creación de problemas y luego ofrecer soluciones ¿Cuántas veces hemos visto a estos influencers redpill señalar los supuestos «problemas» de nuestra sociedad --desde la pérdida de valores tradicionales hasta la supuesta conspiración feminista-- solo para luego vendernos soluciones en forma de libros, cursos o clases magistrales en universidades no reconocidas? La lógica es tan simple como perversa: se crean enemigos imaginarios, se exacerban temores irracionales y luego se venden las llaves para escapar de ese pavoroso laberinto.
No olvidemos la estrategia de la gradualidad. Chomsky señala cómo los cambios impopulares pueden ser implementados de forma gradual para evitar el rechazo masivo. En el caso de los redpillers, esto se traduce en la normalización paulatina de ideas reaccionarias. Al principio, todo comienza como un simple debate sobre «libertad de expresión» o «preocupaciones legítimas». Pero, lentamente, esas discusiones se transforman en ataques directos contra los derechos de otros, hasta que de pronto, ideas que alguna vez fueron consideradas extremistas se vuelven aceptables, o al menos discutibles, en el discurso público. En Chile vemos esa retórica constantemente en las apariciones mediáticas de Johannes Kayser, Axel Kayser o Vanessa Kayser.
Sin embargo, lo más preocupante es cómo estas ideas se están infiltrando en la cultura popular. Hoy en día, los redpillers no son sólo voces aisladas en foros oscuros de internet; han ganado un lugar en la corriente principal, donde influyen a través de podcasts, videos de YouTube y redes sociales. Influencers carismáticos, con una retórica pulida y la habilidad de envolver el veneno en un dulce recubrimiento de entretenimiento, están llevando estas ideas a una audiencia más amplia, que, sin saberlo, está absorbiendo un ideario que no es más que una reformulación de los viejos dogmas reaccionarios. Tomemos, por ejemplo, a Javier Milei, quien ha pasado de ser un economista estrafalario y bufón mediático a un fenómeno político, repitiendo con fervor incendiario y desenfrenado esas mismas recetas retrógradas, mientras se disfraza de salvador anti-sistema. Milei no es más que la manifestación tangible de cómo esta peligrosa narrativa se cuela en el subconsciente colectivo, normalizando lo aberrante bajo la máscara de la rebeldía.
Chomsky nos advirtió sobre la concentración de los medios y la fabricación del consentimiento, y aquí estamos, viendo cómo un grupo que se declara en contra de estas prácticas, las reproduce con una efectividad escalofriante. Lo que hace falta recordar es que la lucha contra la manipulación no es sólo una cuestión de quién tiene la razón, sino de cómo se llega a la verdad. Porque si bien los redpillers creen estar luchando contra la manipulación, no se dan cuenta de que se han convertido en expertos manipuladores, que replican las mismas tácticas que denuncian, para moldear una nueva generación de creyentes ciegos.
El reto para nosotros, los que observamos este fenómeno con ojos críticos, es desenmascarar estas tácticas y recordar que la verdadera resistencia a la manipulación no se encuentra en cambiar una mentira por otra, sino en mantener un espíritu de duda, análisis y sobre todo, humanidad.
Como decía el mismo Chomsky, "el objetivo de la propaganda es que la gente llegue al punto de no saber cómo pensar". En ese sentido, la cultura los redpillers ha logrado su cometido: nos ha llevado a un punto en el que pensar críticamente parece una elección en lugar de una necesidad. Pero mientras haya quienes se nieguen a tragar cualquier píldora sin cuestionarla, todavía hay esperanza de que podamos despertar, esta vez, en el mundo real.