Lo peor se avecina

La desastrosa política de salud que este Gobierno ha implementado frente a la pandemia del coronavirus sigue causando estragos entre la población y, como lo demuestran a diario, continúan adoptando decisiones erradas, tardías e insuficientes que sólo agravan la crítica condición sanitaria. El desastre presente y el que se avecina ha sido propiciado por la deplorable gestión del gobierno en funciones. El conjunto de desaciertos y desatinos tiene al país en una dramática situación con más de un millón ciento cincuenta mil personas que han sido contagiadas, con más de 31 000 personas fallecidas y con la pesadumbre de que lo peor aún está por venir.

La ausencia de medidas de prevención que apunten a impedir la propagación constante y acelerada de los contagios se suma a la adopción tardía de medidas que no son del todo eficaces producto de la elasticidad y letra chica que llevan implícitas. A ello hay que agregar una pésima manera de informar las decisiones, basada en un estilo comunicacional orientado a la obtención de rentabilidad política en cada detalle, en cada anuncio. Peor aún, hay que agregar la inexistencia de una real intención de detener la pandemia sobre la base del testeo, la trazabilidad, aislamiento y seguimiento de los contagios para impedir la propagación del virus. No hay ningún interés real por controlar la pandemia sino solamente gestionarla y obtener de ella los mayores réditos posibles.

La política del "Paso a Paso" impulsada por Piñera se ha convertido en letra muerta, en un fraude, una estafa más de un gobierno carente de toda credibilidad. Las cuarentenas resultan inútiles y las sucesivas fases una farsa pues llevan aparejadas una biblia de permisividad para que el gran empresariado pueda seguir ejerciendo sus negocios a costa del desplazamiento de miles de trabajadores en abarrotados medios de transporte público, incluidos los vuelos de aviones con carga humana destinada a la gran minería y otras empresas. Resquicios de permisividad que, por reflejo, son utilizados por la población común que necesita generar ingresos para su sobrevida, desarrollar otras actividades de subsistencia, o que simplemente se sienten con la licencia de permitírselo dado el mal ejemplo que siembra el Gobierno y Minsal con sus desatinos.

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Súmele a todo ello, la fanfarrona puesta en escena del plan de vacaciones que, de modo previsible y evitable, se tradujo en fuente propagadora de contagios, con todas las consecuencias que ello implica. Además, la estupidez de las clases presenciales, y la permisividad para los cultos religiosos y centros comerciales. En suma, las cuarentenas son una falsedad enorme y no rinden el resultado esperado de reducir los efectos nocivos de la propagación del virus debido a la gestión del Gobierno. Por último, Piñera se ha empeñado en forzar una normalidad económica y comercial, ha exagerado el aprovechamiento del plan de vacunación para obtener ventajas políticas, lo que ha inducido a una falsa sensación de exitismo y superación de la pandemia; el resultado está en las salas críticas de los hospitales y en los cementerios del país.

El cierre de fronteras que surgía como necesidad desde hace más de un mes, cuando se conocía la existencia de nuevas cepas de coronavirus en Brasil y otras latitudes, se tardó lo suficiente como para que arribaran al país suficientes personas portando y transmitiendo el virus en sus nuevas y peligrosas versiones. El anunciado cierre, aparte de tardío, tiene los suficientes elásticos que hacen dudar de su concreción efectiva. Es cosa de ver lo débil que es la política de cierre de fronteras terrestres y la falta de controles suficientes.

La capacidad hospitalaria está al tope y la disponibilidad de camas críticas se reduce día a día. El número de víctimas fatales crece sin pausa y las morgues de ciertos hospitales ya no dan abasto. El personal de salud está agotado en extremo y agobiado remando contra una corriente cada vez más densa, y a contrapelo de las decisiones de las autoridades. El desgaste del personal de los centros de salud en una consecuencia lógica de un intenso trabajo en condiciones muy tensas, agravados por la constante pérdida de vidas humanas que no se salvan de la Covid. Este cansancio es un factor que complica aún más la situación sanitaria pero que no es tomado en consideración en las apreciaciones con que Minsal y Piñera fundan sus erráticas medidas.

Este gobierno es el principal responsable del desastre que se ha causado a la población con el equivocado manejo de la pandemia. Movido sólo por intereses distintos a la preocupación por la salud y la vida de la población, el Gobierno ha tenido como principal objetivo defender la mantención de la actividad económica ligada a los grandes grupos empresariales para quienes sirve. El otro objetivo prioritario que ha motorizado el actuar gobernante ha sido instrumentalizar la existencia de la pandemia sanitaria para contener y aplastar la revuelta popular que se había desatado desde octubre de 2019.

El Estallido Social puso al gobierno de Piñera al borde del derrumbe, a la clase política en su conjunto contra las cuerdas y al modelo dominante cuestionado hasta sus raíces. En ese escenario se desató la pandemia mundial y su arribo al país fue visto por el poder como una oportunidad propicia para cobrarse revancha en todos los sentidos y proteger su amenazado sistema de dominación. Este hecho y el subsecuente descrédito de los ocupantes de La Moneda, llevó a que se acrecentara la desconfianza de la población acerca de las medidas anunciadas por las autoridades.

A partir de esa premisa básica, las decisiones relacionadas al enfrentamiento de la pandemia, necesariamente conducían a un desastre como el que ahora vivimos pues el gobierno de Piñera nunca se propuso impedir que el coronavirus invadiera el territorio nacional y se propagara a destajo. La serie de "desaciertos", de "medidas tardías", que caracterizaron los primeros meses de pandemia en Chile corresponden a un deliberado propósito de que se produjeran determinadas condiciones y no a simples errores, o desidia, o incapacidad. Ni siquiera a la preexistencia de una política que reducía la salud a una cuestión de mercado, sino a un propósito específico asociado a la coyuntura del presente.

Lo cierto es que un año después y con toda la experiencia acumulada, tanto nacional como mundial, siguen reiterando los mismos supuestos desaciertos, errores y desatinos, lo que ya no puede ser visto como una falta de manejo sanitario sino como una perversa intencionalidad. Perversión política y humana que es posible aplicarla en un país caracterizado por la desigualdad y la segregación. Esta brutal realidad social permite al poder adoptar medidas nefastas para la gran mayoría de la población, sin correr el riesgo de que sus burbujas de residencia y dominio se vean afectadas, solo la población sufre los efectos de sus políticas atroces.

Perjudicado directo de la brutal desigualdad es y ha sido, precisamente, el sistema de salud pública. La política de convertir la salud en negocio ha llevado a un sistemático desmantelamiento y desmejoramiento de las capacidades, recursos e infraestructura de los establecimientos de salud pública. La lógica neoliberal de desmantelar y desproveer al Estado y potenciar el mercado como mecanismo de relación social ha dejado a la población mayoritaria en desmedro. Esto, a su vez, ha conducido al aumento constante de la segregación como resultado de esta lógica mercantil en dónde obtiene atención sanitaria el que pueda pagarla, la que se torna cada vez más onerosa.

La política de salud aplicada en Chile es errada y fallida. No se sostiene en una idea de prevención y anticipación de acuerdo a las necesidades de la comunidad, de la población, de las condiciones materiales y naturales del país, sino en lo rentable o no de un servicio. La idea de la salud mercantilizada influye en las decisiones políticas concretas que ha adoptado este gobierno frente a la pandemia pues se basa en el negocio, en el gasto para el "consumidor de salud", en curar y sanar a precio de mercado, pues para Piñera y los suyos, medicina es igual a ganancias.

De allí entonces que este Gobierno se ha dedicado a gerenciar el manejo de la epidemia, a gestionar el desastre cual si se tratase de un indicador más de la economía, de la bolsa de valores, o del mercado financiero. Esta gestión ha tenido en consideración de modo permanente la necesidad de aplastar la revuelta, de contener las demandas sociales, de impedir que se afecte los intereses de los poderosos y sostenedores de este modelo. Entre otras cosas, ese es el sentido que tiene el mantener a rajatabla la declaración del Estado de Catástrofe, con la única finalidad de que las Fuerzas Armadas presten servicios de contención y represión sobre la población. Así como el gobierno hace aspavientos y pregona autoalabanzas de la velocidad del proceso de vacunación en el país, así también debieran pregonar que Chile, en el escenario de pandemia, es el único país del mundo en donde se ha aplicado un estado de excepción tan prolongado.

Es imperioso frenar la propagación de contagios y la invasión de nuevas cepas de coronavirus. Resulta urgente exigir de los gobernantes la adopción de efectivas medidas para impedir la propagación aún mayor del coronavirus y sus amenazadoras variantes; medidas que contemplen de modo certero, junto al proceso de testeo y vacunación, realizar el seguimiento y trazabilidad de los contagios, así como aplicar efectivas medidas de confinamiento y de apoyo material a la población. Basta de las muy formales peroratas del ministro Paris y de las absurdas bendiciones de Piñera que solo están destinadas a camuflar sus atroces decisiones. El peligro que significa la pandemia se ha agravado a causa de la irresponsabilidad de estos gobernantes y su falta de empatía con la población. Ninguna medida será suficiente y efectiva sino se abandona la matriz perversa que rige las decisiones sanitarias.

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