En mis tiempos de cineclubista y colaborador de la desaparecida revista de cine "Enfoque", buena parte de los amigos críticos tenían como referente a Juan Menie. Este era un personaje de ficción creado por el escritor Mauro Yberra. Pues Juan, una especie de doble del ficticio, reside actualmente en París. Me guardo la identificación carnal para proteger su invisibilidad, aspaviento que ha mantenido desde la cuna y lo acompañará hasta la tumba.
Bartolomé Leal / Trazas Negras
Se le distinguía a Juan Menie como el chileno (ahora francés) que más sabía de cine. A él se consultaba por películas inglesas raras, filmografías de cineastas japoneses olvidados, actrices italianas en papeles secundarios de comedias de segunda, oscuras versiones no convencionales del Hombre-Lobo, compositores de bandas sonoras de una o dos cintas execradas... Respondía con erudición medida y verborrea mínima; pero de saber, sabía.
Cuando se le preguntaba por su cineasta predilecto, por lo general respondía: el italiano Mario Bava. No siempre. En otras ocasiones musitaba: el español Amando de Ossorio El cine de horror era su tecla predilecta. Casi nadie lo conocía a Bava. Juan sí, lo buscaba (con otras películas que alimentaban su gula cinéfila) por institutos binacionales, salas de reestreno, canales de TV y algún viaje. Eran otros tiempos, no como ahora que con el emérito VHS primero, el DVD y el Blu-ray después, e incluso la TV de pago y YouTube, se puede acceder a películas que han sido objeto de deseo por décadas.
Mario Bava es un autor de culto, para mí, precisaba Juan. Nadie como él ha sido capaz de hacer el mejor cine de horror en color en la historia del género. Aunque su primera obra maestra es en blanco y negro, La máscara de Satán, de 1960, barroca, vaticana, cruel. Sublime Barbara Steele, musitaba Juan Menie. No puedo negar, elaboraba, que Bava seguía los patrones establecidos por la Hammer Films y Roger Corman, pero a su modo tremebundo. ¡Produjo, escribió guiones, fotografió y dirigió más de un centenar de películas entre 1943 y 1979! Usó seudónimos. Su influencia llegó a los grandes: Coppola, Scorsese, Visconti, Fellini, la dupla Robert Rodríguez/Miller, Kubrick, Lynch, Tim Burton… Varios de ellos lo han expresado en libros y entrevistas.
Les voy a mencionar apenas tres películas fundamentales, seguía perorando Juan. La fusta y el cuerpo, de 1963, que reúne a un joven Christopher Lee con una sex-symbol de la época, Dhalia Lavi, una historia de crímenes, fantasmas y sadomasoquismo explícito, en su tiempo censurada y prohibida. Ambientada en un palazzo romano, donde la particular forma de iluminar de Bava, ajena a preocupación por la verosimilitud, otorga a la película un aire envolvente de misterio, poesía pura. Otra de mi gusto es Black Sabbath o Las tres caras del miedo, también de 1963, con Boris Karloff, que une tres historias de Chejov y Tolstoi.
Mario Bava con un personaje
La "familia" de Bava la componen demonizados y demonizadas, brujas, vampiros, asesinos seriales, torturadores, psicópatas, lunáticas, criptas, sarcófagos y escorpiones, todos los miedos, cuyo mundo desquiciado recrea en insólitas escenografías y desinhibidas escenas. Muchos de los amigos cineclubistas que no conocían esas películas escuchaban hipnotizados a Juan, que se sentaba muy tieso en una silla, con una pierna envolviendo a la otra como una serpiente.
La tercera cinta que señalaba nuestro amigo era Seis mujeres para el asesino, de 1964. La ambientación en una elegante mansión de alta costura es un prodigio de originalidad y erotismo, donde maniquíes desnudos alternan con mujeres preciosas que se visten y desvisten entre decoraciones sofisticadas, mientras un asesino de cara cubierta y sombrero de fieltro acecha para perpetrar recónditas venganzas e inenarrables perversiones. Palabras de Juan Menie. Vale señalar que Bava es referente no solo en el género giallo (amarillo), el policial italiano, sino en la ciencia-ficción, con su clásico El planeta de los vampiros (Terror en el espacio), de 1965. También incursionó en el spaghetti western con Roy Colt y Winchester Jack (1969). Los géneros populares y los bajos presupuestos eran lo suyo.
Bueno, en otras ocasiones Juan se volaba parloteando sobre Amando de Ossorio. El gran maestro español del cine clásico de horror. Una caja de sorpresas, musitaba y cerraba los ojos. Pongan atención sobre todo a su tetralogía de los años 70 denominada de los "Templarios Ciegos". Varias fueron filmadas en Portugal para escapar de la censura franquista. ¡Voyons! Eso sí que es el horror sin límites. Gótico. Católico para mayor gloria. ¡Imperdible! Anoten: La noche del terror ciego (1972), El ataque de los muertos sin ojos (1973), El buque maldito (1974) y La noche de las gaviotas (1975). Ossorio tenía bastante experiencia en cine B a esas alturas de su carrera. De allí su mano fina para dirigir.
En todas hay un protagonista colectivo, un grupo de caballeros inspirados en la llamada Orden del Temple o templarios, héroes de las Cruzadas, que buscan venganza tras la matanza perpetrada contra ellos por orden del papa Clemente V, en el siglo XIII, a punta de bulas justificadoras de las torturas (entre ellas dejarlos ciegos) y las hogueras públicas. Son momias desprovistas de ojos, pero bastante videntes, que se levantan de sus tumbas pestilentes para acabar con la gentuza que los traicionó.
Juan Menie reducía los ojos a una raya y evocaba para sí, no para la audiencia, escenas memorables. Bellos trenes humeantes, excitantes escenas lésbicas (Juan, un voyeur aplicado, se exaltaba con esas descripciones), secos paisajes ibéricos, monasterios en ruinas: el inicio de La noche del terror ciego nos pone a punto para los horrores que vienen. Las momias encapuchadas saliendo de sus tumbas, los caballeros templarios llegando a caballo a una ermita abandonada, la persecución de una mujer que osa enfrentarlos, las extrañas cruces del cementerio, los monjes medievales bebiendo en patota la sangre de una beldad tajeada; todo eso puede llamar a la condenación feminista, susurraba mi amigo.
En Ossorio hay un esfuerzo de realismo extremo, peroraba Juan Menie, lo cual se nota cercano a subgéneros televisivos como el melodrama de clase media, lo que hace más fuerte el contraste con el horror sangriento de sus cadáveres vivientes, a menudo anacrónico. La segunda entrega de la tetralogía, El ataque de los muertos sin ojos, en algunos aspectos supera la primera y, sobre todo, la complementa con elementos faltantes para redondear la historia de antes y después, el "nunca olvidarás" de los templarios masacrados. Un bocado para quienes quedaron enganchados con la anterior. Hoy se le llamaría "precuela".
En la tercera entrega, más morosa y medida, quizá menos espectacular, El buque maldito, la acción se traslada a un galeón de la época de la conquista que lleva sarcófagos de templarios que acechan a los barcos, para raptar víctimas propiciatorias, sobre todo damas curvilíneas en cruceros vacacionales. Aquí lo más suculento son imágenes bastante directas y claras de los monjes en su sepulcro flotante, sus caras de cuencas vacías en planos mucho más iluminados, la violencia de sus ataques. Amén de unos codiciosos a ratos espantosos. La escena de los monjes resucitados saliendo del mar es memorable, remataba Juan Menie.
La noche de las gaviotas, el cierre de la saga, remite a un fenómeno nuevo. Los templarios muertos consiguen aliados entre la gente de un pueblo supersticioso. Sobre todo de las mujeres mayores, que vestidas de negro y la cabeza con velo, actúan como un siniestro coro para entregar mujeres jóvenes a la avidez de sangre de sacrificio para los horrorosos caballeros embozados, que cabalgan por la playas en sus caballos también muertos. Los monjes bebiendo la sangre de sus víctimas son emulados por unos cangrejos playeros en su tarea destructiva final de los cuerpos de las mujeres del poblado, amenazado de aniquilación.
Mario Bava desde el barroco y Amando de Ossorio desde el gótico, nos han dado una versión diferente a la tradición anglosajona del cine de horror; sus productos están sujetos a todas las influencias, sí, pero asentadas en una raigambre cultural que da sustento a sus siniestras historias. Dignas de visionar por aficionados al horror clásico carentes de prejuicios contra lo que no es gringo, ni pegados en las alharacas preciosistas en boga en materia de trucos o efectos.
Fotos:
-Lectura: Mario Bava con un personaje
-Lectura: Amando de Ossorio con un monje de su tetralogía
Este artículo ha sido publicado en el noveno número de la revista que puede ser adquirida a través de su sitio web trazasnegras.cl