El Sistema de Evaluación de Impacto Ambiental de Chile es como un guiso que lleva buenos ingredientes, pero se cocina a fuego lento y, a veces, con demasiadas manos en la olla. La Ley 19.300 estableció un marco robusto, lo que en teoría suena bien: proyectos que requieren un Estudio de Impacto Ambiental (EIA) o una Declaración de Impacto Ambiental (DIA). Sin embargo, parece que en la práctica esto se traduce en incertidumbre, demoras y burocracia que harían sonrojar al más paciente de los estoicos.
Por Ignacio Muñoz
Se dice que la ley es clara, pero cuando cada autoridad regional le pone su toque personal, las empresas no saben si están en un concurso de improvisación o en una novela de Kafka. La suspensión de la Central de Bombeo Paposo es un buen ejemplo: un día el Estudio de Impacto es suficiente, al siguiente, no lo es. Depende de quién tenga el bolígrafo ese día.
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Y luego está el clásico problema de la lentitud: Las demoras son casi una tradición: ya sea por papeleo interminable o por apelaciones judiciales que se estiran como las promesas de un deudor de pensión. Esto deja a los inversores preguntándose si deberían haber invertido en paciencia zen antes de apostar por la energía renovable. En el caso del proyecto minero Pascua Lama, entre cambios de criterios luego de una polémica aprobación, se cancela definitivamente el proyecto 18 años después.
Por supuesto, no podemos olvidar la participación ciudadana. Teóricamente, todos tienen voz, pero la mayoría de las veces esa voz llega tarde, y cuando llega, ya todo está cocido. Las comunidades afectadas miran desde afuera cual vagabundo viendo como cenan las personas detrás de la vitrina de un restaurante.
Permisología: El Truco para Evitar la Responsabilidad
«Permisología» es una palabra que suena casi cómica, como si fuera inventada en una sobremesa llena de abogados buscando maneras creativas de saltarse las reglas. En realidad, apunta a un objetivo más sombrío: quitar del camino cualquier regulación que interfiera con el negocio, sin importar las consecuencias ambientales. En teoría, uno podría pensar que menos regulaciones significan más inversiones, pero eso es solo la mitad del cuento. La verdadera inversión, la que realmente vale, es la que se sostiene en el tiempo, y para que eso ocurra, la regulación es crucial. Sin reglas claras que aseguren la sostenibilidad, lo que parece una ganancia a corto plazo se convierte en una catástrofe a largo plazo, con suelos contaminados y aguas envenenadas. A fin de cuentas, el capital inteligente prefiere un entorno predecible y regulado que le permita operar sin tener que preocuparse por consecuencias civiles o ambientales devastadoras que, tarde o temprano, terminan saliendo mucho más caras que cumplir con la «permisología».
Ahora, comparemos esto con Noruega o Alemania, donde el proceso parece salido de una orquesta bien afinada, donde cada instrumento sigue su partitura. Allí, los criterios están claros desde el principio, y las decisiones no se alargan más que un final de una mala telenovela. La UE incluso tiene una taxonomía verde que hace que todo el proceso sea tan predecible como un desenlace de película de vaqueros.
Pero ¿Qué es una taxonomía?
En el caso de la economía verde, una taxonomía define qué actividades son ambientalmente sostenibles y cuáles no, como un chef que te dice qué ingredientes van en la receta y cuáles mejor dejar fuera ¿Por qué atrae negocios? Simple: elimina la incertidumbre. Los inversores, que ya tienen suficientes dolores de cabeza con los vaivenes del mercado, agradecen no tener que adivinar si su proyecto va a pasar por un filtro técnico o una ruleta burocrática. Una taxonomía clara es como ponerle semáforos a la carretera: hace que el viaje sea más rápido, seguro y, lo mejor de todo, predecible.
¿Y Chile? Chile está aún por escribir su final. Necesita una taxonomía verde que ponga orden en el caos, algo que dé a los inversores la confianza de que no están entrando en un laberinto sin salida. Un sistema más eficiente, más claro y predecible, podría evitar que los proyectos con comunidades se sientan excluidas de las decisiones que impactan sus vidas o que se queden estancados en un limbo de papeleo interminable.
En resumen, Chile comenzó una ruta, y tímidamente trata de trazar un horizonte productivo que atraiga inversiones, pero debe afinar su melodía. Mientras tanto, seguimos esperando que la partitura se vuelva más clara y la sinfonía, más armoniosa.