Por Joaquín Pérez
El golpe militar del 11 de septiembre en Chile dejó una enseñanza al mundo: que la democracia liberal es solo una propaganda y que la voluntad popular reflejada en las urnas solo se respeta si el ganador es alguien del poder, servil al poder o cooptable por el poder.
Las acciones de desestabilización contra Allende, aún antes de asumir, ya le obligaron a firmar "garantías constitucionales" a la oposición de aquellos años, garantías que hoy el candidato del PC en Chile ha vuelto a sacar a colación.
Hoy nuestro vecino país Perú vive una situación similar, terminadas las elecciones presidenciales esa misma noche se supo que el profesor Pedro Castillo había vencido por estrecho margen a Keiko Fujimori, por encuesta de boca de urna IPSO en resultados que no han variado desde entonces.
Los órganos electorales (ONPE) y todos los órganos del poder hicieron lo imposible por aplazar el conteo de votos, escrutadas el 100% de las actas, estuvieron obligados a reconocer el resultado que dio ganador al profesor Castillo, varios mandatarios se adelantaron a felicitar el triunfo de Castillo como los de Argentina y Bolivia.
Pese a esto, Castillo siguió sin ser proclamado, debido a la recusación de actas que realizó el partido de Keiko Fujimori en el Tribunal electoral, pasaron los días y el tribunal dio sentencia, las recusaciones del fujimorismo fueron rechazadas. Sin embargo los fujimoristas posterior a su derrota en tribunales electorales, recurrieron a los tribunales de justicia.
La semana recién pasada la Unión Europea, Estados Unidos y la propia OEA, tradicionales órganos imperialistas, que han intervenido políticamente en nuestro continente a favor de las derechas, reconocieron que las elecciones en Perú fueron ejemplares.
Sin duda ello determinó que los tribunales de justicia terminando la semana fallaran a favor de Castillo, otro factor fueron las filtraciones de los audios del encarcelado Vladimiro Montesinos conspirando contra asunción de Castillo.
Sin duda el Fujimorismo ha escalado a cada instancia que ha tenido el reconocimiento final de los resultados, con claros escenarios posibles. El primero un golpe blanco, que sin duda se diluyó tras las filtración de los audios de Montesinos; y el segundo entorpecer el nombramiento de Castillo hasta obligarlo a dar garantías a los distintos grupos de poder antes de que asuma, y de ahí en adelante mantener su gobierno atado y controlado por la mayoría parlamentaria de derechas.
El triunfo electoral de Castillo ha despertado amplias expectativas y entusiasmos en sectores populares del Perú, como también en la política regional que ven en su triunfo la posibilidad de cerrar una nueva década perdida de neoliberalismo en el subcontinente.
El pueblo peruano ve en el triunfo de Castillo la posibilidad de terminar no solo con la corrupción y la expoliación de los recursos naturales del país, sino que también avanzar en la transformación de la estructura de una sociedad que vive anclada al racismo del régimen colonial.
El racismo ha vuelto aflorar con violencia en las elites limeñas tras el triunfo de Castillo, la mafia de los "cuellos blancos" están detrás de los pronunciamientos golpistas de diversos políticos y también ex generales de las fuerzas armadas.
Pero si bien la reacción tiene dos escenarios posibles, Pedro Castillo también. La primera someterse a las elites y dar garantías al "orden institucional, social y económico", cuestión que afloró tras su último discurso en Plaza San Martín en Lima, tras conocerse el veredicto de los tribunales de justicia a su favor, donde reconoció el papel de la OEA y señaló que mantendrá en su cargo al presidente del Banco Central, para dar estabilidad de los mercados.
La segunda opción de Castillo, y la única viable para cumplir al menos en su programa de gobierno, es convocar inmediatamente una asamblea constituyente para redactar una nueva Constitución que derogue la actualmente vigente que fue creada durante el fujimorismo, la cual fue su principal promesa de campaña.
El dirigente sindical y presidente electo dijo durante la campaña que disolvería el Parlamento si éste se negara a votar la reforma para convocar a un proceso constituyente.
Si Castillo no lo hace, no tiene ninguna posibilidad de avanzar y se transformará en otro más de esos gobiernos que aparentemente eran de izquierda y que terminaron defraudando al pueblo, como Lenin Moreno en Ecuador, el mismo Ollanta Humala en Perú o la Nueva Mayoría en Chile.