Plebiscito: La realidad que no puede ocultar la manipulación mediática

El plebiscito del próximo cuatro de septiembre no sólo zanjará definitivamente el destino del proceso constituyente impuesto por las movilizaciones sociales iniciadas en octubre de 2019, sino que pondrá término a la desaforada campaña mediática de los poderosos y sus sirvientes del establishment político tendientes a ningunear el alcance y la importancia del trabajo realizado por la Convención Constitucional y expresado en el texto de la nueva Constitución.

Convengamos y repasemos que fue el Estallido Social de octubre de 2019 el punto de inicio y el fundamento de fondo para el desarrollo posterior de los acontecimientos políticos y determinaciones respecto del devenir nacional. Fue la movilización del pueblo chileno expresada en las calles y pueblos a lo largo de todo el país lo que obligó a la clase política, dependiente y subordinada de los poderes económicos dominantes, a concebir el "Acuerdo por la paz y la nueva Constitución" como una fórmula para encapsular las demandas de la ciudadanía.

La población chilena demandaba una nueva Constitución y exigía hacer a un lado a la reinante clase política, caracterizada por su servilismo, por la corrupción y descomposición moral, por su vocación represiva heredada de la dictadura como respuesta global a las luchas sociales, y por el gatopardismo (cambiar todo para que nada cambie), cuando la represión no resultaba útil o convincente. Esta misma clase política es la que establece el referido acuerdo con el que pretendieron arrebatar los significados y contenidos que representaba el Estallido en las calles.

El formato con que intentaron neutralizar la exigencia de asamblea constituyente y nueva Constitución se les fue al tacho de la basura pues, pese a las condicionantes y amarras que contenía, la población chilena aún movilizada les impuso modificaciones y reglas del juego que, en sí mismas, eran el reflejo de una voluntad de transformación decisiva y definitiva.

Ejemplo de ello son la representación igualitaria (entre hombres y mujeres en los componentes del órgano constituyente) y la representación proporcional de los pueblos originarios. Cuestiones ambas que ya no sólo son parte de la nueva Constitución sino del nuevo ideario cultural de las organizaciones sociales del pueblo chileno. Esos son hechos indicativos de una realidad que no logran ocultar ni las interesadas encuestas ni las aberrantes manipulaciones mediáticas de los medios empresariales.

 

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Por si ello no bastara, y pese al flagelo y limitaciones prácticas que a comienzos del 2020 introdujo la pandemia sanitaria del Covid-19, la ciudadanía le propinó a los dueños y administradores del modelo dictatorial una categórica y contundente derrota en el plebiscito inicial de octubre de ese año. La serpenteante y camaleónica clase política intentó entonces controlar el proceso subiéndose al carro del cambio constitucional, postulando sus propios representantes para intentar con sus habituales armas electoreras lograr un triunfo que les posibilitara timonear los contenidos y controlar los objetivos de ese proceso. El saldo, pese a las encuestas y las campañas mediáticas, fue una nueva y contundente derrota.

A partir de allí, la camaleónica clase política se ha puesto ropajes diversos y asumido actitudes disímiles para tratar de confundir a la población y sembrar el temor a los cambios y transformaciones. Son estos mismos componentes de esa vieja y descompuesta clase política los que, una vez más, se ponen al servicio de los poderes económicos para impedir que el carro de la historia siga empujando hacia la construcción del nuevo país que la ciudadanía exige y demanda. Cual pregoneros del apocalipsis, se obstinan en aventurar dificultades y presagiar peligros inventados por su imaginación, y que solo existen en su irrefrenable necesidad de poder, de conservar privilegios, de mantener prebendas, y de obtener granjerías mal habidas.

Sin embargo, nuevamente se equivocan y confunden a sí mismos. La ausencia de movilización social en las calles les hace creer que la ciudadanía no existe, o no piensa, o no tiene memoria. La inexistencia de manifestaciones masivas les hace suponer que, de nuevo, lograron su cometido de adormecer y desarmar a la población, tal como hicieron en la postdictadura a comienzos de los 90. Craso error, pero después no digan que "no lo vieron venir".

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La población chilena, la ciudadanía movilizada, se ha expresado reiteradamente en el curso de estos casi tres últimos años demostrando lo que ya sabemos: la decisión y voluntad irrefrenable de introducir cambios y transformaciones definitivas en la estructura de nuestra sociedad. Esa voluntad y decisión ha tenido una expresión orgánica, física, humana, concreta, en los componentes mayoritarios de la Convención Constitucional y, particularmente, en el resultado del trabajo de los constituyentes. En ese esfuerzo se ha canalizado lo que en algún momento se expresaba y materializaba en las inmensas e intensas jornadas de luchas callejeras a lo largo de todo el país.

Ese camino existe. Ya se hizo. Está hecho, por más que los poderosos y sus sirvientes de los medios de comunicación empresariales y de la descompuesta clase política se esfuercen por ningunear esos avances, por negar esa realidad. Los camaleones pueden intentar disfrazarse de gatopardos, pero ya ni siquiera esos vetustos artilugios les darán resultados.

Por último, conviene recordar que el pueblo chileno sí tiene memoria. Estos mismos camaleones que pregonan el advenimiento del infierno transformador y prometen salvaciones del infierno que ellos inventan, son los que no sólo clamaron por más represión sobre el pueblo movilizado sino que causaron represiones, ocasionaron muertes, mutilaciones, heridos, flagelados, detenciones, torturas, causadas por las descontroladas hordas represivas lanzadas contra la población.

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Esos daños y agravios el pueblo chileno no los olvida. No los puede olvidar porque aún hoy se prolongan y se expresan en jóvenes encarcelados por luchar, procesados injustamente, enjuiciados con premeditada animadversión, castigados por un sistema que ha convertido en una doctrina el atropello y el abuso para con los que luchan y la impunidad para los causantes y victimarios.

No puede ningunearse ni ignorarse a los miles de jóvenes que llevaron la batuta en las movilizaciones de los últimos años, que iniciaron el Estallido y le dieron contenido y forma a las demandas populares. Son esos mismos jóvenes y luchadores sociales los que les propinarán una nueva derrota a los poderosos y sus sirvientes lacayos pues, para esta generación de juventud actual, no hay retorno a un pasado explotador y abusivo. La generación del hartazgo seguirá imponiendo los cambios y transformaciones que el país demanda, sea en las calles, en las organizaciones sociales, en las instituciones, en los lugares de trabajo, en los centros de estudio, en las luchas cotidianas y lo hará también en el plebiscito de salida del proceso constitucional del 4 de septiembre venidero. Aunque les pese a camaleones y gatopardos.

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