Por Edmundo Arlt
El pinochetismo le ha dado una victoria rotunda a la derecha en su hora más negra. Demostró que un conservadurismo reaccionario a cualquier reforma es la mejor estrategia ante una crisis interna (revuelta) y externa (pandemia). Esta victoria tiene cuatro componentes. Los escaños congresales para forzar acuerdos se encuentran garantizados, manteniendo de paso la tutela jurídica sobre la Convención Constitucional. Además, cosechó buena parte del voto pentecostal en un Frente Social Cristiano liderado por el nuevo Partido Republicano con 14 diputados y 1 senador. Logró también demostrar para todos los efectos prácticos que Apruebo Dignidad carece del apoyo de las clases populares protagonistas de la Revuelta. Finalmente, existe la opción real y amenazante de tener el primer presidente pinochetista democráticamente electo, evidenciando así que más vale una campaña pragmática que la intelectualidad de papel de diario.
El Frente Amplio funcionaba bajo la expectativa de conseguir una holgada primera mayoría en la elección. Una minoría twittera, eufórica desde de la victoria contra Jadue, creía incluso poder ganar en primera vuelta. Hoy se recuperan de un gancho ascendente quedando cuatro segundos para levantarse. El mareo impide ver dos errores en la estrategia adoptada para la segunda vuelta.
Primero, 'ganarse el voto de centro' mediante una serie interminable de abrazos concertacionistas, abandonando así el "plan de gobierno" recién publicado hace tres semanas. El candidato no habla ya de "refundar las policías", sino sólo de "reformarlas". Apruebo Dignidad ya no existe en esta elección, sino que estamos derechamente ante una neoconcertación.
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Segundo, desear motivar al "abstencionismo" y a la izquierda anti-Boric mediante una apelación insistente a meros compromisos de valor: Boric o el Fascismo, ¿qué prefieres? Desmilitarizar el Wallmapu o un indulto general, buscando motivar a la propia izquierda, serían medidas audaces para una candidatura que no lo es. Estos dos errores no hacen más que resumir el punto sostenido majaderamente por el octubrismo: la mera reforma institucional sin política popular de masas no sólo seguirá fracasando en el futuro, sino que le puede entregar ese descontento generalizado contra el orden público neoliberal a la demagogia de Parisi o al pinochetismo de Kast.
La segunda vuelta, sea que termine en una victoria o en una derrota, no augura ningún futuro prometedor para el país. Un eventual gobierno de izquierda deberá enfrentar, sin mayoría congresal, variados desafíos: una severa crisis económica, un Wallmapu bajo un clima insurreccional, un narco en expansión, unas policías, Fuerzas Armadas y Fiscalía absolutamente penetradas por la corrupción. Además de un empresariado opositor a cualquier reforma estructural económica o derechos sociales. Pero lo que es aún más grave: una fuerte confianza de las clases populares en desconfiar de la institucionalidad. Para la derecha el clima sería perfecto: cada error sería aprovechado para exaltar la conservación del statu quo y la necesidad de reacción ante los cambios.
Todo esto mientras las discusiones cruciales podrían ser incluso decididas por el Partido de la Gente. Por su parte, una derrota de la izquierda significaría una solución pinochetista de las crisis, probablemente similar a la de 1982. Sea ésta una alianza del conservadurismo reaccionario con el empresariado en pos de expandir la monetarización de la vida, reduciendo drásticamente el gasto público y aplastando cualquier resistencia popular. ¿Qué haría una oposición neoconcertacionista en este escenario? Difícil de pensar. No tendrían el gobierno, tampoco el Congreso… pero lo más desolador es que tampoco tendrán al pueblo.
De una vez por todas. Por una izquierda octubrista.