Rusia se retira, aunque no de Ucrania

El 27 de junio, Vladímir Putin anuncia vagamente una reducción del gasto en Defensa para 2026. Esta previsión tiene tan pocas posibilidades de cumplirse si no termina la guerra, como el resto de las previsiones realizadas en los últimos tres años, pero es sintomática. El Kremlin aún confía en que la situación económica de Ucrania es todavía más lamentable: en suspensión de pagos de facto y un 67% del presupuesto destinado al esfuerzo de guerra. Pero la financiación occidental responde a cálculos políticos, no a la rentabilidad económica, por lo que no se ve afectada por la insolvencia ucraniana. Y la motivación de su población, que libra una guerra defensiva, aunque muy dañada, sigue siendo muy superior a la rusa, que principalmente responde a estímulos económicos.

Por Antonio Airapétov

Moscú, año 2012. Una interminable fila de vehículos ataja por el más antiguo parque nacional de Rusia, Losíny "strov o "la isla de los alces". En la entrada al camino de tierra jóvenes encapuchados que representan a una fantasmagórica empresa de aparcamientos cobran 100 rublos a los conductores que quieren ahorrarse los inacabables tacos de la autopista. La escena representa bien las dos caras de la Rusia contemporánea: el abandono de lo público (caos del tráfico y ausencia de vigilancia en el parque nacional) y la siempre presente y dispuesta "iniciativa privada" (esquemas mafiosos o corruptos que se aprovechan de las carencias de lo público). Un conductor, sorprendido por el periodista, se ríe: "¿Quién no se salta las reglas en alguna ocasión?"

Pero vecinos y activistas denuncian la situación y los medios, inclusive los estatales, se hacen eco. La Rusia de 2012 es un relativo paréntesis entre la ley del más fuerte del anarco-capitalismo de los 1990 y el régimen ultraderechista de los 2020. A imitación de los gobiernos occidentales, los periodistas tienen un margen de maniobra y las protestas populares no pueden ser reprimidas sin más. La autoridad federal medioambiental confirma el veto a la circulación por el parque, la policía coloca barreras en los accesos y, como los implicados las retiran sin contemplaciones, los vecinos de la zona las refuerzan con hormigón armado. El parque de los alces queda a salvo por el momento.

Te puede interesar: España vive su propio caso Hermosilla, filtración de audios que involucran a dirigentes socialistas sacude la política ibérica

Trece años más tarde, el 6 de julio de 2025, la situación es bien distinta. La administración local ha celebrado una consulta electrónica cuyo resultado, nadie lo duda, ha sido el programado de antemano. Al día siguiente una excavadora destroza las barreras para dar comienzo, según el capataz, a unas "obras de mantenimiento" de una carretera inexistente. Por la noche los vecinos las vuelven a colocar. Al día siguiente una veintena de matones con las caras tapadas dispersan a empujones a los congregados para impedir el avance de la maquinaria. La policía lo contempla impasible a algunos metros de distancia. Nadie sabe cuánto durará este pulso, pero en las condiciones actuales las perspectivas de los defensores del bosque no son muy halagüeñas.

 

El Estado en retirada

El Estado ha rendido posiciones en la moscovita "isla de los alces" como las ha rendido en Siria, en Nagorno Karabaj y en Asia Central... En el exterior los vacíos de poder que deja vienen a ser ocupados por potencias occidentales, China o Turquía. En el interior, por los viejos conocidos de los salvajes años 90, un mafioso mejunje de autoridades locales y empresarios con tintes criminales. Aunque parezcan alejados, todos esos procesos son parte de lo mismo: un sacrificio permanente en el altar de la guerra.

La propaganda siempre ofrece rebuscadas explicaciones que entre los internautas rusos se conocían con el jocoso nombre de "el astuto plan de Putin" cuando todavía teníamos ganas de reír. Cualquier fracaso es explicado como una retirada táctica prevista de antemano que acabará conduciendo al país a la victoria estratégica. La capacidad del régimen para mantener su propia estabilidad, al igual que el indudable olfato político del líder ruso, permitían en otros tiempos mantener esa ilusión de control. Desde 2022 queda patente que todo es improvisación y huida hacia delante.

 

Autofagia

Desde 2022, ante la mirada incrédula de los rusos, "el astuto plan de Putin" resulta en indultos a cambio del enrolamiento en las fuerzas armadas. Toda clase de delincuentes, inclusive condenados por crímenes de lo más atroces, salen en libertad gracias a la guerra. El legislador produce leyes y la maquinaria judicial produce condenas para quienes las incumplen, pero el fin de este proceso, normal en cualquier país, no es una sociedad más segura sino la producción de material fungible para las fuerzas armadas.

La escasez de hombres para el frente exige un perfeccionamiento constante de esta trituradora y en agosto de 2024, imbuidos del espíritu de eficiencia neoliberal, los tecnócratas rusos simplifican el procedimiento. Se suprime el "inútil" acto de juzgar y en adelante cualquier acusado puede firmar un contrato con Defensa antes de que se produzca el juicio, ahorrándose (y ahorrándole al Estado) el costoso proceso. Actualmente el 12% de los detenidos acaban en el frente sin llegar a juicio. El régimen se la jugó a todo o nada con la invasión y ahora se ve obligado a ceder todas sus posiciones, inclusive la aplicación de sus propias leyes.

 

Economía, la última frontera

La guerra fagocita también la economía rusa: Borís Kagarlítsky ya apuntaba en su momento que los sectores no relacionados con la industria militar estaban siendo severamente castigados y las finanzas públicas se encontraban igualmente en la cuerda floja. Durante tres años el déficit presupuestario ha sido tapado con las reservas del Fondo de Bienestar Nacional que se había conformado en los 15 años anteriores para, supuestamente, garantizar la estabilidad del sistema de pensiones. Pero en mayo de este año, como señala el economista marxista e investigador del Instituto de Economía de la Academia de Ciencias de Rusia, Oleg Komólov, el rublo fuerte y la caída de los ingresos por exportación de los hidrocarburos, obligan al gobierno a triplicar el déficit previsto para 2025. La previsión de déficit por primera vez supera el saldo restante en el Fondo de Bienestar.

Las voces de alarma llegan desde las más altas instancias: el ministro de Economía advierte que el país podría estar ya en recesión y la presidenta de la Cámara Alta de la Duma pide prepararse para la "austeridad extrema". El 27 de junio, Vladímir Putin anuncia vagamente una reducción del gasto en Defensa para 2026. Esta previsión tiene tan pocas posibilidades de cumplirse si no termina la guerra, como el resto de las previsiones realizadas en los últimos tres años, pero es sintomática. El Kremlin aún confía en que la situación económica de Ucrania es todavía más lamentable: en suspensión de pagos de facto y un 67% del presupuesto destinado al esfuerzo de guerra. Pero la financiación occidental responde a cálculos políticos, no a la rentabilidad económica, por lo que no se ve afectada por la insolvencia ucraniana. Y la motivación de su población, que libra una guerra defensiva, aunque muy dañada, sigue siendo muy superior a la rusa, que principalmente responde a estímulos económicos.

El Kremlin ha retrocedido ya de todas partes con tal de no retroceder en Ucrania. Pero podría estar llegando a ese punto desde el que ya no hay adonde retroceder.

 

Sigamos discutiendo en mi canal de Telegram.

 

*Imagen del parque nacional de Rusia, Losíny "strov o "la isla de los alces".

Estas leyendo

Rusia se retira, aunque no de Ucrania