Por Kathia Cancino Rojas
Antes del mayo feminista la funa ya corría por las venas de la sociedad. Primero llegó como un movimiento político que pretendía hacer frente a la impunidad y masivas violaciones a los derechos humanos heredadas de la reciente dictadura.
Si bien el término tiene un origen aún más antiguo, proveniente del mapudungun -lengua madre en algún tiempo remoto-, bien puede su acepción utilizarse hoy por hoy y significar lo mismo. La palabra "podrido" puede usarse en cada una de las funas por redes sociales que buscan actuar en lugares olvidados por la justicia, para comprender que el victimario es un alma podrida. Algo de él sale, tal vez desde lo más profundo de su ser, susurrándole al oído que sus actos no son profanos si no más bien pueriles y que no dañarían a una mosca.
El accionar después del hecho es simple: lo que no se recuerda -o se piensa no recordar- se olvida, dando paso a cuestionamientos futuros donde se culpabiliza a la víctima por exponer sus culpas -las de él- años más tarde, arruinando la imagen perfecta construida a través del tiempo.
Por supuesto y obviando ya los calificativos poéticos, enmarcar a la funa en un mecanismo político y social es tal vez quedarse cortos, pues entrega una justicia a la que la justicia misma aún no llega: una liberación tal que repara. La culpa que por años se lleva dentro, que carcome y pudre el alma se libera entonces, y pudre a los otros, quienes tratan de bajarle el perfil a tales acusaciones e, incluso, llegan a extremos de contrafunar(se).
Al respecto, Yuri Gahona expresa en su artículo "Si no hay justicia... hay FUNA" que: "La FUNA es una expresión propia de la juventud, de una juventud que no es indiferente, que cree que tienen algo que decir, que quiere contribuir a la creación del mundo en que cabe vivir".
Si bien tales acepciones son referentes a la funa política en un contexto de violación a los derechos humanos postdictadura, los movimientos sociales y políticos transmutan a medida que las generaciones lo hacen, de manera que pensar en tal mecanismo como un eje importante dentro del movimiento feminista es claramente entender a las nuevas masas creadas en y por las redes sociales.
Si antes la funas eran un constante boca a boca en una manifestación a las afueras de Simón Bolívar 8800, ex cuartel Simón Bolívar, el Internet y las redes sociales otorgaron una posibilidad de masificar y denunciar -sin caer en el olvido- el virus aún incurable del machismo. Pero tal movimiento no llegaría si no de la mano de la fuerza femenina que protege sus espacios porque entiende que cada mujer vive una guerra diferente.
Así, primero con la revolución del #Metoo, movimiento estadounidense que explotó en 2017 y dejó en evidencia los acosos y abusos sexuales cometidos en el ámbito hollywoodense, en los espacios universitarios de nuestro país ya se miraba con recelo la inoperancia de las autoridades respecto a los propios abusos cometidos en las instituciones, tanto por pares como por docentes y personajes de mayor autoridad.
En tal contexto, el mayo feminista ocurrido el pasado 2018, entregó por fin la fuerza de la unión en contra de la violencia patriarcal y sentó los precedentes para una lucha que jamas cesaría. Las mujeres se levantaron y gritaron ¡Basta! a las opresiones y a la denominada categoría de ciudadanas de segunda clase. La funa, entonces, se utilizó para materializar abusos que de otra manera quedaban en el olvido, con una justicia lenta y carente en materias de género.
Claramente se podría argumentar que tales actos no hacen más que mancillar la honra del victimario e incluso, levantar calumnias e injurias en contra de alguien con conductas intachables. En tal sentido, se puede apelar a que "se crean situaciones en donde se enjuicia a alguien, teniendo una repercusión negativa para toda persona, empresa o producto que sea funado, porque se crea una imagen negativa en su entorno sin tener la certeza de que lo que fue contado o expuesto sea verídico y sin tener que haber pasado por la justicia legal", como lo sugiere Javiera Duarte Labbé en el artículo Las funas de facebook como evidencia clara del panóptico de Foucault en la actualidad.
Pero tales argumentos quedan a la deriva si lo analizamos desde la perspectiva de la justicia social, donde la cancelación de espacios se debe a la transgresión de los límites de lo correcto y de la moral. Edixela Burgos y Gustavo Hernández, en un artículo referente a la cultura de la cancelación y su consiguiente y posible autoritarismo en las comunidades, explican que tal acción activa las redes sociales para rechazar abierta y tajantemente actos que inciten a la injusticia social, la intolerancia, el odio y el resentimiento.
Estos conceptos serían contrarios a los principios universales de la convivencia humana, por lo tanto se configurarían como un mal necesario dentro de los espacios comunes: el poder reconocerse como individuos decentes y no como un camuflaje que es, en realidad, un peligro para la sociedad.
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La funa llega para quedarse en un sistema que, finalmente, no protege a sus mujeres como sí protege la integridad tal vez dañada y supuestamente injuriada de sus representados. Llega como un mecanismo que permite reconocer a los abusadores encubiertos y teje redes en los territorios femeninos continuamente marcados por la injusticia.
El movimiento feminista y sus batallas ganadas, extiende una mano amiga a toda mujer que necesite del apoyo y contención que requiere el vivir en carne propia las inclemencias del patriarcado. Cualquier atentado a la cuerpa se transforma en un atentado contra el machismo que corroe nuestra sociedad, porque el movimiento feminista es la columna vertebral de todo movimiento político-social reciente en la historia de este país. Mueve masas y las une, donde no existen categorías sino la única dicha de vivir luchando porque sumisa ni cantando.
Y más que ello aún, representa la valentía de ponerse bajo el ojo y los cuestionamientos ajenos, las dudas imperiosas que llegan a dudar de la fidelidad de los hechos porque llegan años tarde, callados durante un tiempo infinito por el miedo a la desnudez y la recriminación social. Tal y como lo expresó Yuri Gahona, si no hay justicia hay funa, más en un país que parece conocer la justicia solo cuando sus individuxs se levantan en masas a gritar: ¡Basta!
Fotografía principal: Kathia Cancino Rojas