El pasado 7 de octubre se cumplieron 24 años desde que la icónica serie estadounidense tuvo su primera aparición por las pantallas de la televisión. A diferencia de parte importante de sus compañeras de generación, «Hey Arnold» se instaló en la retina colectiva de la cultura, trascendiendo hasta la actualidad.
Por Javier Arroyo Olea
Existen dispositivos a los que, con el paso de los años, se les toma más peso respecto a la influencia de generaciones de personas. Los elementos en los que uno/a enfatiza durante la niñez cambian durante el proceso de formación, por lo que el análisis de cuentos, canciones, películas y series también se va modificando.
Esto sucede con la conocida serie animada «Hey Arnold«, la cual cumplió el pasado 7 de octubre su aniversario número 24 desde su primera emisión masiva en 1996, cuestión que fue celebrada y recordada por redes sociales.
La línea argumental es «simple»: en lo suburbios estadounidenses, un niño desarrolla su cotidianidad a partir de encuentros y desencuentros con sus amistades y familiares; acompañado de un contexto particular -viviendo en la casa de huéspedes administrada por sus abuelos- la serie nos permite abordar una multiplicidad de personajes y situaciones trabajadas de excelente forma en cada uno de sus capítulos.
Y es aquella «simpleza» argumental la cual se torna compleja en su aplicación. Pese a que la serie es titulada con el «protagonista», el programa va más allá. El trabajo adoptado en sus breves capítulos es totalmente contextualizado, tanto en situación como en personajes. Por esto mismo, la batería argumental a partir de las experiencias de cada uno de los personajes que se relaciona con Arnold trae consigo una serie de reflexiones -personales y colectivas- que constituyen un aporte notorio a la formación de las y los niños, jóvenes y adultos/as.
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La serie aborda abanicos temáticos. Es imposible -e irresponsable- separar esta obra del aspecto intrínsecamente político presentado de forma que le hiciera sentido a las y los niños. A modo de ejemplo, capítulos relacionados con el personaje de Lila, la reiterativa situación del conocido señor Kokoshka -quien en uno de los capítulos da cuenta de su analfabetismo- o la lujosa vida de Rhonda Wellington que chocaba con la realidad de sus compañeros/as son aspectos que trabajan conflictos políticos, económicos y sociales desde la empatía; así, la animación es un punto a favor para el trabajo político sin necesidad de hacerlo explícito.
Por otra parte, los territorios ocupan una centralidad durante toda la serie. Pareciera ser que cada espacio de la ciudad es un personaje más de los capítulos: la conocida pieza de Arnold con un tragaluz -envidia de muchos y muchas-, las autopistas, los «lotes baldíos», la escuela, los barrios, la locomoción colectiva; una multiplicidad de paisajes que nutren notoriamente y le dan un plus a la experiencia.
Con una inspiración en New York -quizá enfatizada en Brooklyn- la ciudad es un escenario fundamental para el desarrollo de la serie. Además de su excelente trabajo gráfico, constituye un acompañamiento fundamental en cada una de las historias trabajadas.
Quizá el punto de inflexión en el que la relación entre territorio y política se tornó más evidente fue en la película creada en 2002, donde el avance empresarial buscaba desplazar forzosamente a las y los habitantes históricos de la ciudad.
Asimismo, la música es uno de sus acompañamientos vitales. El compositor Jim Lang permitió que el jazz transmitiera emoción a escenas, paisajes y momentos que quedarían marcados en la retina de la población.
En este sentido, el mismo Lang afirmaría que «fue una oportunidad de escribir música muy emocional y aquellos momentos resuenan con la gente de tiempo en tiempo«. El jazz, en diálogo con otros géneros musicales, permitió darle aún más contenido a la serie. «Groove Remote«, su clamada intro, el ending de un capítulo sobre el día del padre («Parents Day Ending Credits«) o la musicalización de la última escena del capítulo de «El Hombre Paloma» forman parte de la memoria musical.
Por esta razón, no es extraño encontrar múltiples artistas que inspiran su obra en esta matriz desarrollada por Lang, mientras que las playlist en plataformas digitales, tituladas con «Hey Arnold» se multiplican periódicamente.
Sería mucho más extenso referirse a profundidad a cada uno de los aspectos de esta notable serie. Los casos propios de «El Hombre Mono», el «Choconiño», «Yuyin», «El chico del pórtico», los conflictos familiares al interior de la casa Pataki, y tantos otros más han sido un gran aporte cultural y valorados por generaciones hasta la fecha.
La disponibilidad de «Hey Arnold» ya es difundida y abierta, incluso por Facebook. En cuanto al orden de los capítulos, puede hacerlo aleatoriamente, pero si busca acompañar la experiencia con un poco más de contextualización, idealmente debe seguir la línea argumental original.
La invitación es, siempre, a revisar la batería temática que trabaja. Fijarse en los detalles, guiños y tramas desarrolladas; pero siempre disfrutar de esta serie que trascendió más de lo que, quizá, muchas y muchos esperaron.