Desde que Donald Trump irrumpió en la escena política, su estilo impredecible ha sido un factor polarizante. Ya sea como empresario o como presidente de Estados Unidos, ha generado opiniones opuestas y ha mantenido al mundo en vilo con una mezcla de audacia y decisiones que bordean la excentricidad ¿Pero realmente es su imprevisibilidad una ventaja táctica o un riesgo para la estabilidad mundial? Hagamos repaso a su estilo y decisiones para formarnos un panorama de este fenómeno.
Por Ignacio Muñoz Ramírez
Uno de sus momentos célebres (e infames) en política internacional fue su retirada del Acuerdo Climático de París en 2017. En esa ocasión, argumentó que el acuerdo limitaba la soberanía estadounidense y «cargaba a EE.UU. con deberes desventajosos». Su decisión causó conmoción internacional, porque el Acuerdo de París había sido visto como un paso crucial hacia la cooperación global en la lucha contra el cambio climático, que el mismo parece negar. Su retirada generó incertidumbre sobre el compromiso estadounidense con la acción climática, lo que afectó tanto a la confianza internacional como a los planes de inversión en energías limpias.
En un movimiento similar de rechazo a compromisos multilaterales, Trump retiró a EE.UU. del acuerdo nuclear con Irán. Argumentó que el pacto no aseguraba suficientemente que Irán no desarrollaría armas nucleares y criticó los términos del acuerdo como débiles e ineficaces. La salida de EE.UU. desató una escalada de tensiones en el Medio Oriente, y sus impactos repercutieron en la economía global, especialmente en el precio del petróleo, afectando a países importadores neto de combustibles. Este cambio de política obligó a reajustar las expectativas en torno a la estabilidad de las relaciones internacionales en la región, aumentando los costos energéticos para países dependientes de estas importaciones.
En 2018, su guerra comercial con China fue otro claro ejemplo de su estilo de negociación de alto riesgo. En esta ocasión, Trump impuso aranceles de hasta un 25% a las importaciones chinas, alegando que con esto defendía los intereses de la industria estadounidense. Esta medida fue un punto de inflexión en la historia comercial de EE.UU. y de China, con consecuencias profundas para la economía mundial. Para países como el nuestro, cuya economía depende en gran medida de sus exportaciones a China, esta guerra comercial representó un peligro latente: la baja en la demanda de productos y la caída de los precios del cobre afectaron directamente a los ingresos de exportación y al crecimiento económico chileno. En su lógica, el caos es una herramienta, un tipo de diplomacia de alto riesgo donde la confusión se convierte en una supuesta ventaja. Las señales que ha dado hasta ahora son aún más preocupantes: pretende elevar todavía más las tarifas, especialmente para la importación de autos eléctricos, ahora que BYD ha logrado ser mucho más eficiente y atractivo para los consumidores del planeta.
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El contexto latinoamericano tampoco quedó fuera de sus decisiones imprevisibles. La renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en 2018 lo demuestra: Trump amenazó en varias ocasiones con retirar a Estados Unidos del acuerdo si México y Canadá no aceptaban sus condiciones. Este cambio abrupto generó temores de desestabilización en el mercado norteamericano y provocó ansiedad entre inversionistas que dependían de las condiciones comerciales del tratado. En última instancia, Trump logró modificar el tratado en beneficio de EE.UU., pero no sin crear un ambiente de incertidumbre que afectó los flujos de inversión.
Donald Trump también aplicó su agresividad y falta de previsión en el ámbito empresarial. En 1988, compró el famoso Hotel Plaza de Nueva York por 407.5 millones de dólares, una cifra exorbitante en esa época, insistiendo en tener control absoluto de la negociación. La adquisición se convirtió en una carga financiera insostenible y tuvo que vender el hotel poco tiempo después, mostrando una falta de cálculo en los costos reales de sus decisiones. Otro de sus proyectos fallidos fue la compra de la aerolínea Eastern Air Shuttle, rebautizada como Trump Shuttle. En lugar de prosperar, la empresa se vio obligada a venderse debido a la rigidez de Trump y a la falta de flexibilidad en su gestión. Su adquisición de Resorts y Casinos en Atlantic City, incluyendo el Trump Plaza, el Trump Castle, y el Trump Taj Mahal a mediados de los 80, llevó a una acumulación masiva de deudas, que eventualmente resultó en la bancarrota de varias de sus propiedades. Estos episodios muestran un patrón donde Trump parece confiar en un impulso de "ganar a toda costa", sin importar los costos colaterales.
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Para algunos, su estilo audaz y su rechazo a la diplomacia tradicional es una cualidad deseable; lo ven como un líder capaz de desafiar a rivales económicos sin temores, algo que sectores empresariales perciben como un valor. Sus partidarios creen que su estilo "sin miramientos" es necesario en un mundo de rivalidades globales, donde cualquier muestra de debilidad puede ser fatal para los intereses nacionales. Sin embargo, para otros, sus decisiones erráticas e imprevisibles son una amenaza para la economía global. Con Trump, la diplomacia y los negocios dejan de ser juegos de estrategia para volverse espectáculos teatrales, donde él, naturalmente, es la estrella principal.
Posibles efectos en la economía Chilena
Para países como Chile, estar en el vecindario global es un tanto complicado. Lo que ocurre en las oficinas de Washington o en las reuniones de alto nivel en Beijing no es solo tema de interés internacional: es, en cierto modo, un asunto de sobrevivencia económica. Cada vez que uno de estos gigantes decide ajustar tarifas o pone en marcha una nueva política de "defensa", los efectos suelen llegar a nuestra economía con la rapidez en que cobra una isapre. Así, aunque Chile quiera mantenerse al margen, resulta inevitable que cualquier cambio de humor económico global afecte nuestro crecimiento.
Con una matriz productiva centrada en el cobre, Chile se encuentra a menudo en una posición vulnerable. Nos guste o no, somos los primeros en sentir la baja de precios en los metales y la última parada en el tren de decisiones económicas globales. Basta una desaceleración en China o un alza de aranceles en Estados Unidos para que nuestro PIB empiece a tambalearse. ¿Y si a esto le añadimos un liderazgo impredecible en una potencia como EE.UU.? Bueno, ahí el asunto se complica. Trump, en particular, representa esa combinación explosiva entre decisiones repentinas y un estilo de negociación que mezcla bravata con una especie de diplomacia de circo. Y para Chile, eso puede significar más de un dolor de cabeza.
Aquí algunos de los escenarios que podrían complicarnos, cortesía del presidente electo Trump y su política «MAGA»:
La administración Trump, con su afán por el proteccionismo y sus alianzas estratégicas a golpe de timón, podría generar tensiones comerciales y diplomáticas que afecten a Chile directa e indirectamente. Al fin y al cabo, somos un país que depende de la estabilidad global para mantener su economía a flote, y en un mundo donde los acuerdos y alianzas se manejan al ritmo de caprichos políticos, el impacto sobre Chile es inevitable.
Ante este panorama, la estrategia de Chile debería centrarse en diversificar sus socios comerciales y en fortalecer su estabilidad interna. De lo contrario, seguiremos siendo ese primo que, con su cobre y litio en mano, trata de abrirse paso entre gigantes que parecen jugar a ver quién provoca más olas. Y es que, mientras ellos disfrutan de sus torbellinos económicos, nosotros tenemos que nadar contra corriente, tratando de evitar que cada ola nos arrastre aún más en el caos global.
En una economía global interconectada, la imprevisibilidad se convierte en un arma de doble filo. Aunque puede ser atractivo para quienes desean rupturas drásticas, la falta de coherencia representa un obstáculo para aquellos que dependen de la estabilidad para sus inversiones y exportaciones. ¿Está el mundo preparado para asumir el riesgo de una figura como Trump en el tablero global? En el horizonte, emergen potencias dispuestas a desafiar el unilateralismo, mientras las economías más vulnerables esperan el desenlace de este juego de alto riesgo.
En este contexto, el sello de Trump como negociador polarizante seguirá siendo objeto de fascinación y de temor, un líder divisivo cuya influencia todavía retumba en los pasillos del comercio y la diplomacia. Para algunos, es el ícono de la acción sin tapujos; para otros, un riesgo en ascenso.