[resumen.cl] En el Chile de la dictadura cívico-militar, las expresiones de resistencia no se detuvieron. De manera progresiva en el tiempo, la organización popular dio pasos y avances concretos en su lucha. De igual forma, el ejercicio de la protesta contribuyó enormemente al término del proceso dictatorial. Aquí, las Jornadas de Protesta Nacional (JPN) cumplieron un rol fundamental, tal como las desarrolladas el 2 y 3 de julio de 1986.
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Las Jornadas de Protesta fueron parte del enorme abanico de respuesta que los movimientos y organizaciones políticas utilizaron durante la dictadura cívico-militar para manifestarse contra el régimen.
El exigir el fin inmediato del régimen era la piedra angular de las manifestaciones que se expresaron en diversos territorios a nivel nacional.
La paralización en centros de trabajo, manifestaciones en el centro de las ciudades y poblaciones, intervenciones públicas mediante la agitación y el desarrollo de intensos enfrentamientos contra los agentes represivos fueron parte de la tónica de extensas jornadas que fueron expresión de resistencia.
«Dejemos las calles vacías»: 2 y 3 de julio de 1986
Con la idea de desarrollar un paro secuencial hasta octubre de ese año, la Asamblea de la Civilidad convocó a la décimo quinta JPN para el 2 y de 3 de julio de 1986.
La centralidad estaría en lo presentado en el documento conocido como la «Demanda de Chile». Con un total de siete apartados, la exigencia de la democracia se tornó central previo y durante la jornada.
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Esta idea de democracia, señaló la convocatoria, se extendía a planos tales como la garantización de una vida digna, el reestablecimiento del Estado de Derecho, el respeto de los derechos humanos e incluso una educación y cultura pluralista.
Así, la convocatoria tuvo cabida y expresión en diferentes formas a nivel nacional.
Las manifestaciones contaron con una importante cantidad de modos de protesta. A modo de ejemplo, la Asamblea de la Civilidad realizó un instructivo dirigido hacia la «desobediencia civil» previo a la fecha.
Esto conllevaría, entre otras cosas, agitar para que la jornada tuviera asidero en la población; cuestión que venía cumpliéndose progresivamente de parte de sectores organizados.
La Jornada de Protesta del 2 y 3 de julio significaría, entre otras cosas, un notable reflejo de la capacidad del movimiento popular. La masividad e intensidad de las acciones contribuyeron al avance de la resistencia contra la dictadura, además de romper el cerco permanente que secuestró a Chile durante 17 años de régimen.
En este contexto, la violencia política ejercida por el movimiento conllevó, también, una importante respuesta de los aparatos represores de la dictadura.
«Caso Quemados»
La represión, constante y profunda durante dictadura, no se tardó en mostrar durante la jornada de protesta del 2 y de julio.
En la madrugada del 2 de julio, el fotógrafo Rodrigo Rojas de Negri se encontraba cubriendo una acción que realizaría un grupo de personas. Constaba del levantamiento de una barricada en la comuna de Estación Central de Santiago.
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Sin embargo, fueron interceptados por efectivos militares, siendo detenidos Carmen Gloria Quintana y Rojas de Negri.
En un horroroso e injustificable acto de violencia, los militares rociaron bencina a ambos jóvenes y les prendieron fuego, siendo trasladados a las afueras de Santiago y arrojados a una zanja.
Quintanta logró sobrevivir, sin embargo Rojas de Negri falleció días después en base a la gravedad de sus heridas.
Los dichos de Pinochet fueron expresión – como tantas otras – de la desdicha humana del régimen dictatorial.
Ante esto, la sociedad se vio remecida. Nuevamente, en contexto de jornada de protesta, la represión se expresaba de forma cruda.
La memoria: historia viva
La historia, como herramienta de diversa utilidad, permite comprender de mejor forma los procesos de nuestra sociedad.
La resistencia contra la dictadura cívico-militar ha sido parte importante del ejercicio de memoria del pueblo y los movimientos sociales en la actualidad.
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En este sentido, las Jornadas de Protesta significaron parte de este proceso. La indignación y organización, elementos aún vigentes en la sociedad, fueron parte del motor para luchar contra el régimen.
De esta forma, la memoria histórica ha permitido revitalizar el no olvidar. No solo la represión del Estado, sino que tampoco a la capacidad de resistencia de un pueblo; mucho menos sus triunfos.
El aumento de las investigaciones, a través de la historia reciente y el trabajo de fuentes orales y escritas ha sido parte de este proceso de no olvido. Su expresión, también, en trabajos audiovisuales como La ciudad de los fotógrafos (2006) ha permitido (re)vitalizar lo que nunca debe ser olvidado.
La resistencia contra la dictadura reflejó la capacidad del movimiento popular. Su innovación, masividad e ímpetu son, entre otras cosas, profundamente valorables.
Y la memoria – viva – debe dar cuenta de aquello, valorando el rol de las y los protagonistas: quienes estuvieron, quienes siguen, quienes están y, por su puesto, de quienes vendrán.