Batalla por la memoria: derrumbe de estatuas en el contexto de protesta social

A nueve meses del inicio de la revuelta social desarrollada en Chile, es fundamental profundizar el análisis sobre las formas y modos que la población adoptó para expresar su indignación. En este plano, el que manifestantes optaran por el derrumbe de estatuas de espacios públicos tomó gran relevancia debido, entre otras cosas, al significado que se le dio: el hacer caer representaciones del modelo para reapropiarse de los espacios.

Por Javier Arroyo Olea

No fue solo Chile. La oleada de protesta social azotó (y continúa azotando) a diferentes territorios y continentes debido a profundos procesos de crisis. La agudización de los conflictos sociales se ha establecido como un continuo que ni la pandemia producto de la Covid-19 ha podido frenar.

En este contexto, las manifestaciones han contemplado diversas formas y modos que los movimientos – e individualidades – utilizan para expresar su descontento, indignación, exigencias y rabia. Sin embargo, el derrumbe de estatuas (o también su intervención) ha sido, durante los últimos meses, una técnica reproducida en diferentes países.

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Estados Unidos, Inglaterra, Italia y Chile son solo ejemplo de aquello: una forma de protesta que ha colocado énfasis, nuevamente, en aspectos culturales y de representación social.

Ante esta situación, a nueve meses del comienzo de la revuelta social en Chile, es importante tomar nota de este fenómeno. No solo desde una mirada particular del momento político, sino que desde la memoria y lo que significa el intervenir o hacer caer una imagen que, muchas veces, la historia oficial posiciona de forma grandilocuente.

América Latina: escenario de conflictos y disputas

Latinoamérica comparte, entre otras cosas, un escenario de conflicto. Sin embargo, las disputas constantes que se dan a nivel local e internacional no consideran solamente elementos de la actualidad, sino que poseen un arraigo histórico que permite analizar los procesos en perspectiva.

Para Javier González, historiador y miembro del grupo de investigación de Memorias Colectivas del Biobío, «tenemos un pasado en común, incluso desde que fuimos colonizados«. En ese sentido, las raíces históricas del proceso independentista tienen relación con aspectos que son trascendentales en la comprensión de los conflictos, dando cuenta de que «no se independizó a las clases populares a nivel de América Latina, sino que se cambió a quienes dominaba«.

Estatua de Pedro de Valdivia. Concepción, 2019 | Fotografía: Amapola (museodelestallidosocial.org)

Es decir, se comparte una historia desde los conflictos que ha permitido, de cierta forma, establecer un diálogo entre los países de América Latina respecto a sus experiencias.

Por esta misma razón es que la memoria histórica, desde la perspectiva de la protesta social, juega un rol fundamental al momento de interpretar los procesos que se están dando.

En este sentido, los métodos de protesta en Latinoamérica tienen, como plantea González, aspectos comunes. El repertorio de estrategias de movilización, en si mismo, es una constante retroalimentación histórica: aprender de los pueblos, de su despliegue y sus formas.

Así, las manifestaciones se desarrollan en un escenario de desigualdad compartida de larga data. En este marco, la instalación del modelo neoliberal a escala latinoamericana es fundamental para los conflictos sociales que se viven actualmente.

Una clase política corrompida, junto al desarrollo de crisis económicas y sociales de alta envergadura, ha facilitado el proceso en donde «las clases populares se levantan«. En ese andar, los movimientos – diversos en su génesis y demandas – han desarrollado formas y modos de expresar su descontento y ejercer presión.

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González comenta que la utilización de las calles ha significado, históricamente, una forma de protesta. La intervención en lo público, en lo cotidiano, es un proceso de larga data que los movimientos sociales han utilizado decididamente.

En esa línea, la protesta social dialoga con el ejercicio de la violencia política popular como forma de autodefensa, pero también como un ejercicio de reivindicación.

Esta intervención de los espacios por parte de los movimientos ha conllevado la ampliación de métodos de protesta: marchas multitudinarias, rayados en edificios públicos y privados, toma de instituciones y el derrumbe de estatuas se han establecido como parte del amplio abanico de formas de expresión.

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En este sentido, y relacionándolo con el arraigo histórico de latinoamérica desde la época de la invasión europea, se ha utilizado e intervenido, de parte del Estado, el espacio público.

La instalación de monumentos sobre procesos y «próceres» de la historia oficial han sido fiel ejemplo de esto mediante el acto de materializar un discurso que no ha sido consensuado, sino que impuesto desde su origen.

Protesta y memoria: alcances sobre el derrumbe de estatuas

Con estos antecedentes, se puede comprender de mejor forma como la intervención en el espacio público, a escala latinoamericana y desde los movimientos, ha sido un escenario de disputa en los procesos de movilización social.

En el caso del derrumbe de estatuas, el proceso data desde hace décadas. A modo de ejemplo, conocida es la fotografía de 1992 en San Cristóbal de las Casas – dos años antes del levantamiento zapatista -, donde un manifestante derriba la estatua de Diego de Mazariegos, fundador de la ciudad.

El derribar esta estatua tiene una importante carga simbólica en el sentido de la protesta: el «¡Basta Ya!» se materializa en una acción. Aquella imposición de figuras y «próceres» de la patria es intervenida por los movimientos para crear sus propias formas y reivindicar su historia.

Manifestante derriba estatua del capitán Diego de Mazariegos. San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, México. 1992. | Fotografía: www.chiapasparalelo.com

Es en este punto donde la batalla por la memoria juega un rol fundamental. La protesta social dialoga constantemente con la memoria de los pueblos en el sentido de las reivindicaciones y las formas de expresión.

Así, los espacios públicos como privados se han instalado como necesarios de disputar, contemplándose incluso el ataque, plantea Javier González, "a quienes nos han hecho daño por décadas, y además a quienes representan".

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Es decir, los símbolos y la representación de lo que genera el malestar e indignación también busca ser intervenido en la protesta social. Y es acá donde las estatuas – en su mayoría – cobran sentido como una estructura a derrumbar, al ser impuestas y representar el sistema que los movimientos buscan suprimir.

En este contexto, Valeria Torreblanca López, egresada de Sociología de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano y Directora de Investigación del Observatorio de Prácticas e Instituciones Policiales (OPIP) comenta que «hay un alejamiento evidente de las figuras que han forjado la historia chilena – con sus personajes – y la población«.

Así, las nuevas generaciones que se han movilizado apuntan a desarrollar roles de identificación que permitan "construir su propia historia".

En el caso de la revuelta social, esto se evidenció potentemente. El derrumbe de estatuas como la de Pedro de Valdivia en Concepción durante la marcha en conmemoración del asesinato de Camilo Catrillanca, significó la intervención del espacio público a través de la indignación. Un «¡Basta Ya!» hacia la figura de un militar genocida que se encontraba en el centro de la ciudad, y todo lo que representaba.

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De esta forma, no solo se derrumban referencias, sino que se instalan otras. Torreblanca afirma que en este proceso también emanan figuras propias de la movilización. Tal es, ejemplifica, el caso del «Negro Mata Pacos» como imagen de la revuelta social levantada por las y los manifestantes.

Asimismo, González comenta que la acción de derribar estatuas también podría considerar el «terminar con aquella omisión histórica y contar desde la calle la otra parte de la historia«. Es decir, llevar a cabo la batalla por la memoria en todos los planos e interviniendo con figuras que "han sido impuestas por las clases políticas que nos han gobernado en distintos periodos, pero no han emanado de la ciudadanía".

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Por otro lado, Valeria Torreblanca afirma que este fenómeno también permite desarrollar un sentido de pertenencia por parte de la población. El «resignificar tu historia» y validar tu experiencia con las y los otros tiene cabida en este proceso que, incluso, llega a «romper con el privilegio, status quo y toda la enseñanza elitista» que se ha reproducido durante décadas.

¿Entonces?: (re)apropiación de los espacios

Los movimientos sociales han avanzado y diversificado sus técnicas de organización y prácticas de manifestación. Sin embargo, existen métodos que, como se ha planteado, tienen un potente arraigo histórico.

Tal es el caso del derrumbe de estatuas. Una forma de (re)apropiarse del espacio intervenido por el Estado, el cual ha impuesto y reproducido modelos que no son significantes para gran parte de la sociedad.

Estatua de Pedro de Valdivia. Cañete, 2019.

Por el contrario, gran parte de estas levantan imágenes relacionadas con la vulneración a los pueblos en diferentes sentidos y dimensiones. Ante esto, tiene sentido el que, dentro de un contexto álgido de protesta social, sean derribadas por quienes buscan construir y establecer nuevos proyectos políticos.

Para Valeria, el mayor desafío ante esta situación tiene que ver con la recuperación de los espacios. El  "volver a configurarlos como espacios propios, espacios comunes«, donde la sociedad pueda expresarse. Así, la memoria colectiva juega un rol fundamental. El «no olvidar lo que pasó en la revuelta» tiene también directa relación con un ejercicio de memoria histórica de larga data.

De esta forma, Torreblanca plantea que los espacios deben ser vistos «como algo nuestro, una extensión de nuestro cuerpo y nuestras demandas". Por ende, la apropiación de estos es esencial en los momentos de alta intensidad de conflictos.

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Por su parte, Javier González plantea que el desafío está en «darle conducción a la apropiación del espacio público«, donde la reivindicación de las figuras populares y la consolidación de la organización territorial son procesos vitales.

Con estos antecedentes, lo propuesto por Enzo Traverso, historiador italiano, tiene sentido respecto a que el derrumbe de estatuas nos entrega una «dimensión histórica a las luchas del presente«.

Esa constante batalla por la memoria que busca, entre otras cosas, derribar al sistema que oprime y, en consecuencia, sus símbolos, apropiándose y reconfigurando el espacio para lo que creará.

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