EDITORIAL| La corrupción de cada día

Si bien el caso Hermosilla es el tema de moda para hablar de corrupción, y es natural dadas las implicancias que está teniendo en el mundo político y empresarial, no deja de sorprender la cantidad de casos abiertos y que duermen esperando una sentencia. La opacidad de estos casos está determinada por el pobre seguimiento mediático a estas situaciones: una vez decretadas las formalizaciones y medidas cautelares se apagan los focos y micrófonos, pasando al próximo caso de crónica roja.

Esta letanía es la que provoca la naturalización de los procesos. Parece que fuera normal destituir a un alcalde, como acaba de pasar con el edil de Puerto Montt. Que decenas de cargos de elección popular estén procesados por mala gestión de recursos públicos, por decirlo suavemente. Es así como todos duden del alcance de la justicia, de las policías y, por cierto, de los medios.

Nuestra corrupción de cada día se solaza en detalles faranduleros: viajes de placer, videos en fiestas o audios llenos de la prepotencia arribista propia de nuestra sociedad actual, eso circula por las redes sociales y los medios de comunicación buscando, insuflando la mal llamada funa como única forma de castigo a los delincuentes de cuello y corbata, mal llamada porque es solo un descargo, no tiene la fuerza de la denuncia que contiene la impunidad como motor.

Al contrario, denunciar la corrupción tiene muchas veces la forma de la envidia. Nadie piensa en los recursos que se pierden para mejorar nuestros accesos a servicios sociales, a generar mejores formas de vida para los grupos discriminados y para la población en general. En realidad, el tratamiento al hecho corrupto está teñido por la lógica del que salió "pillado", porque todos lo hacen y solo a los tontos los descubren. Esa manera de pensar nos destruye como colectivo, nos hace débiles como comunidad.

La corrupción de cada día es todavía una cuestión inmadura en la sociedad chilena, no se toma realmente en serio y solo es carne de campañas electorales y contenido para los medios y redes sociales. No ha alcanzado la dimensión de un problema que nos hace peores, de esto ni los grupos críticos en la política o en la academia se han hecho cargo debidamente.

Ya no basta con memes ni virales, dejando atrás cualquier superioridad moral de progresistas y derechistas. Es imperativo una conciencia que no permita la corrupción bajo ningún concepto.

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