El 17 de diciembre de 1986, Guillermo Cano Isaza, director del periódico El Espectador, fue asesinado a tiros por sicarios vinculados al Cartel de Medellín, liderado por Pablo Escobar. Este crimen marcó un punto crítico en la violencia desatada por el narcotráfico en Colombia durante los años 80, situación que Cano denunció también en su última editorial.
Tuvieron que pasar 37 años para que el Estado colombiano pidiera perdón y reconociera su responsabilidad en el asesinato de Guillermo Cano Isaza, quien ejerció como director del periódico El Espectador hasta recibir cinco disparos de sicarios vinculados al Cartel de Medellín, comandado por el narcotraficante Pablo Escobar.
Su asesinato profundizó la crisis vivida durante la década de los ochenta e inicios de los noventa ante un auge del narcotráfico en las ciudades colombianas, donde el poder de los carteles se profundizó en los barrios y en la clase política del país, arrastrando un legado de extorsión, desapariciones, secuestros y asesinatos.
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Así, previo a Navidad, la tarde del 17 de diciembre de 1986 el entonces director de El Espectador fue interceptado mientras manejaba por las calles de Bogotá, siendo asesinado a tiros por dos sicarios. Pero no fue lo único; posteriormente, el propio Cartel de Medellín se dedicó a continuar amedrentando al periódico y la familia de Guillermo Cano, siendo objetivos paramilitares.
La entrega de El Espectador del día siguiente a su asesinato planteaba que «el crimen causó consternación y una inmensa oleada de protestas, así como inmediatas medidas por parte del gobierno para reprimir la acción de los violentos».
Paradójicamente, en su última editorial, Guillermo Cano hacía referencia a la próxima Navidad que pretendía pasar junto a su familia. En el escrito, el entonces director de El Espectador alertaba que «en vísperas de este 24 de diciembre de 1986, han ocurrido una serie de acontecimientos que han sacudido hondamente las fieras del alma», frente a la violencia desatada en Colombia.
Ante este escenario, Cano fue tajante: «el poder de la corrupción que ha contaminado a este país, en otros tiempos potencia moral ejemplar para otros pueblos de nuestro continente y de otros mundos, todo ello se ha acumulado en este diciembre negro para que mis ojos no vean las luces de los árboles adornados, ni los volcanes, ni las rodachinas, ni el incendio fluorescente de las bengalas, ni para que mi corazón se alegre con la música de los villancicos, ni para que mi espíritu se sienta realizado al descubrir en las pupilas de las nietas el deslumbramiento ante el espectáculo del pesebre, amorosamente construido por los mayores».
A puertas de una nueva Navidad, el asesinato de Cano cumple 38 años en una región como lo es Latinoamérica, donde no pocos periodistas y comunicadores sociales están arrojados a su suerte al afrontar e investigar a narcotraficantes, políticos o quien ostente de poder.
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Fotografía principal extraída desde portal Colombianosilustres.com