Por Edmundo Arlt
Es muy difícil pensar en una salida a la guerra en Ucrania. Si bien es cierto que la economía rusa es bastante débil y que no será nada fácil una «reconversión» desde una economía de guerra hacia un capitalismo «normal», así como pasar desde un «estalinismo de mediana intensidad» hacia un autoritarismo más clásico --como ha demostrado constantemente Antonio Airapétov--, también es cierto que Putin y su régimen siguen confiando en los beneficios de continuar con la guerra. Según distintos analistas reconocidos, desde War on the Rocks hasta el Institute for the Study of War, actualmente el ejército ruso sigue obteniendo avances en la guerra de desgaste, aunque sin lograr una victoria definitiva. En la misma línea, el gran problema del ejército ucraniano no se ha solucionado ni se resolverá a corto plazo: la urgente necesidad de tropas frescas.
Es claro que Estados Unidos está buscando desacoplarse del conflicto. La última gran compra de armas para Ucrania fue organizada por la OTAN con una venta de armamento estadounidense pagado con euros alemanes. ¿Es esto sostenible en el tiempo? Resulta muy difícil de responder. Tampoco es fácil imaginar a Francia, Italia o Polonia, u otros países de la llamada «Alianza de los Dispuestos», dispuestos a financiar indefinidamente armamento estadounidense que no cambiará sustancialmente el curso de la guerra. Si se toman las palabras de Trump en serio --una apuesta siempre muy arriesgada--, pareciera estar más dispuesto a asumir el rol de ‘facilitador’ de un acuerdo que el de «hermano mayor» de Ucrania marcando líneas rojas al Kremlin. Más aún, en todas las dimensiones las posiciones parecen irreconciliables y siempre cambiantes: Rusia exige un tratado de paz mientras el atlantismo propone un cese al fuego; Rusia exige una Ucrania neutral y desmilitarizada mientras el atlantismo busca «garantías de seguridad» con presencia militar en suelo ucraniano; Rusia exige un reconocimiento e, incluso, una expansión de los territorios conquistados mientras el atlantismo niega dicho reconocimiento.
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John Mearsheimer, quien ha sido el analista que menos ha errado en sus apreciaciones sobre la guerra, insiste en que las diferencias se resolverán en el campo de batalla, aunque nunca especifica concretamente cuánto tiempo le queda al régimen ruso para continuar en este estado de cosas. Pareciera ser que la plataforma internacionalista que ha propuesto la izquierda desde el comienzo del conflicto podría ser una de las pocas salidas realistas. Sin embargo, nadie logra responder claramente cuáles son los intereses de China en todo esto y qué la motivaría a influir en la posición rusa, al igual que ocurre con los otros miembros de los BRICS. ¿Qué decir de la pregunta por el futuro de Ucrania y su posible reconstrucción?
Sin lugar a dudas, el escenario es horrendo.
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