Las fiestas de Navidad y Año Nuevo llegan cada año envueltas en un aura de alegría, unión y esperanza. Sin embargo, detrás de los adornos brillantes y las campañas publicitarias, muchas personas experimentan un contraste sombrío: un deterioro en su salud mental. Lejos de ser un periodo de felicidad universal, estas fechas pueden intensificar sentimientos de ansiedad, tristeza y soledad.
Por J. Murieta
La relación entre esta época y el empeoramiento de la salud mental tiene raíces profundas y multifacéticas. Por un lado, está la presión social por cumplir con ideales inalcanzables: reuniones familiares perfectas, gastos excesivos en regalos y cenas opulentas. Esta expectativa irreal alimenta un sentimiento de fracaso personal en quienes no pueden, o no desean, cumplir con ese modelo.
A esto se suma el impacto económico de las celebraciones. Muchas personas enfrentan un estrés financiero significativo tratando de cumplir con compromisos sociales que, en ocasiones, superan sus capacidades económicas. El endeudamiento o la sensación de insuficiencia ante los hijos o seres queridos refuerzan una espiral de culpa e insatisfacción personal.
La temporada también exacerba la soledad. Para quienes han perdido a un ser querido, enfrentan rupturas familiares o simplemente viven aislados, las fiestas actúan como un recordatorio agudo de sus ausencias. Esta soledad emocional puede conducir a un incremento en los índices de depresión e incluso pensamientos suicidas en algunos casos extremos.
Por otro lado, el agotamiento emocional no puede ser subestimado. Durante semanas previas al cierre del año, las personas intentan cumplir con sus responsabilidades laborales, familiares y sociales, todo mientras se preparan para las celebraciones. Esta sobrecarga puede culminar en un estado de fatiga mental y emocional, despojando a las fiestas de la alegría que deberían aportar.
Es necesario recalibrar nuestra forma de entender esta temporada. Las fiestas no deberían ser sinónimo de opulencia o perfección, sino de conexión genuina y cuidado mutuo. Crear un entorno donde sea válido hablar de nuestras emociones, descansar sin culpa y priorizar el autocuidado puede marcar la diferencia.
Además, como sociedad, debemos romper el tabú sobre la salud mental durante estas fechas. Reconocer que es común sentirse abrumado, ansioso o triste durante Navidad y Año Nuevo es un primer paso hacia un manejo más compasivo de estas emociones. También es crucial que quienes enfrentan desafíos más serios sepan que no están solos y tengan acceso a redes de apoyo psicológico.
Las luces de esta temporada no deben ocultar nuestras sombras, sino ofrecernos una oportunidad para reflexionar y sanar. Al final, las fiestas no deberían ser una prueba de rendimiento social, sino un espacio para conectar con lo esencial: nuestras relaciones humanas y el bienestar.
Si bien el empeoramiento de la salud mental en esta época no siempre puede evitarse, replantear nuestras expectativas y priorizar la empatía nos permitirá vivirla de manera más equilibrada, lejos de las presiones que empañan su verdadero propósito.