La revolución latinoamericana y la Unidad Popular

En esta columna, la historiadora Ivette Lozoya López presenta un análisis respecto al proceso revolucionario desarrollado a escala latinoamericana y la influencia en el proceso de la Unidad Popular, dando cuenta del diálogo de tradiciones de lucha adoptadas por las izquierdas en el continente.

Por Ivette Lozoya López
Académica Universidad de Valparaíso, integrante de Clase.

Salvador Allende llega a La Moneda en 1970 cuando las ideas revolucionarias en el continente ya estaban consolidadas y los intentos por alcanzar la justicia social o construir el socialismo habían adquirido diversas formas, líderazgos y estrategias asentadas, principalmente, en una identidad latinoamericana y una conciencia de opresión. El latinoamericanismo reinante facilitaba el flujo de ideas, el internacionalismo y la solidaridad entre pueblos.

El ciclo revolucionario de los años sesenta, solo es posible entenderlo desde la tradición de luchas populares en América Latina que se inaugura con la Revolución Mexicana, el levantamiento nicaragüense liderados por Sandino y el de Farabundo Martí en El Salvador.

Esta historia de rebeldía latinoamericana fue construyendo algunas certezas, la lucha por la justicia social debía ser antiimperialista, popular y armada, certezas que se consolidan con el triunfo de la Revolución Cubana.

Pero también existía en el continente una tradición de lucha institucional, una porfiada confianza en que se podía construir un proyecto antioligárquico y popular que lograra, a través de los mecanismos democráticos, tomar el Estado. Esa porfiada esperanza estuvo presente en la experiencia del APRA peruano, en la Guatemala de Arbenz, el Brasil de Joao Goulart y el gaitanismo en Colombia (Pérez, 2019).

En la experiencia de la Unidad Popular confluyeron estas dos tradiciones, no sólo porque en estos años los actores políticos -colectivos e individuales- representaran algunas de estas dos posturas, sino porque varios de ellos, eran en sí, parte de estas dos tradiciones. Allende mismo ¡y qué decir de su partido!, recogían estas dos experiencias históricas aunque finalmente, optaron por la vía electoral. Desde esa estrategia que se comprometió con el respeto a la institucionalidad, el gobierno de Allende se relacionó con América Latina. Líderes políticos, guerrilleros, pueblo pobre, intelectuales y artistas del continente observaron expectantes la experiencia chilena.

Puedes leer: UP 50 | Los trabajadores y la izquierda frente a la derrota de 1973 (1973-1980)

El socialista chileno, al llegar a La Moneda declara que, respecto a la política internacional, iba a dialogar con todos los países del mundo independiente de su adscripción ideológica por lo que inmediatamente reestablecerá las relaciones diplomáticas con Cuba, las que Alessandri había suspendido en 1964 siguiendo la decisión de la OEA.

La declaración de respeto por las diferencias estaba orientada también a la integración latinoamericana. Mario Amorós señala, en uno de sus textos publicados, que Allende no concebía conflictos armados entre latinoamericanos y en ese espíritu realizó visitas diplomáticas a Argentina, país con el que había tensiones políticas y limítrofes, y a Perú, con el que había un desencuentro histórico producto de la Guerra del Pacífico; con Bolivia existía la misma tensión, sin embargo, no llegó a visitarlo debido a que recientemente se había producido el golpe que puso en el gobierno a Hugo Banzer (Amorós, 2008).

El vínculo de Chile con América Latina no solo se remitió al establecimiento de relaciones diplomáticas, comerciales[1] y la recepción de ideas o experiencias políticas, sino también acogió a miles de exiliados de distintos países que habían llegado desde la segunda mitad de la década del sesenta, varios de ellos escapando de las dictaduras recientemente instaladas, esos exiliados vivieron la posibilidad de la construcción del socialismo en Chile como un proyecto propio y se involucraron directamente en la militancia, en el activismo político y en el apoyo al gobierno de Allende. Intelectuales, estudiantes, militantes y trabajadores de distintos países de América Latina pasaron por Chile en esos años apoyando y tensionando la construcción del socialismo.

En la inversa, es decir, en la relación que desde Latinoamérica se establecía con Chile en los años de transición al socialismo hubo tensiones, curiosidad, solidaridades y esperanzas. Las mayores esperanzas eran la posibilidad de superar el capitalismo sin los costos humanos que significaba una revolución armada y construir un socialismo democrático que no repitiera los horrores del estalinismo, la apuesta chilena tensionaba la estrategia que se difundía por toda América Latina, la de la lucha armada. El argumento de la coalición que llega al gobierno en 1970 era que, debido a la tradición institucionalista nacional, era posible una transición democrática, sin embargo, esta convicción no negaba el apoyo que Allende le daría a los sujetos y organizaciones que optaron por otros caminos.

Si bien no se puede afirmar que Salvador Allende agitara o apoyara a las organizaciones guerrilleras que se expandían por toda América Latina, hay por lo menos dos situaciones en las que actuó protegiendo a los integrantes de estos grupos, la primera en 1967 siendo Senador de la República, cuando prestó apoyo para la huida a los guerrilleros que participaron en la incursión a Bolivia liderada por el Che, la otra cuando ya era presidente. En Trelew, Argentina, el 25 de agosto de 1972 bajo la dictadura de Lanusse, un grupo de presos políticos se fugó y huyó hacia Chile en un avión robado generando la presión del gobierno de facto trasandino para la extradición de los rebeldes, las dudas respecto a qué debía hacer el gobierno chileno se disiparan cuando los fugados que no pudieron salir del país, fueron recapturados y luego fusilados en sus celdas, Allende decidió entonces otorgar un salvoconducto a los refugiados para que pudieran viajar a Cuba generando la molestia de la derecha chilena y argentina (Azcoitia, 2017).

Puedes revisar: REGISTRO | UP 50: Pensar la derrota. La clase trabajadora, la izquierda y el socialismo (1973-1978)

Recientemente el uruguayo Aldo Marchesi publicó un estudio donde analiza la articulación de algunas de las organizaciones guerrilleras del cono sur en la Junta Coordinadora Revolucionaria, en ese estudio resalta la importancia del Chile de la Unidad Popular como espacio de refugio para quienes, intentando construir la revolución socialista que terminara con la opresión y desigualdad, fueron perseguidos y expulsados de sus países. La vía electoral al socialismo en Chile estaba conectada con otras formas de alcanzar los mismos objetivos.

Algunos investigadores y personalidades políticas, hablan de experiencia de la Unidad Popular como si ésta hubiese estado determinada por el contexto de la Guerra Fría, desde ese enfoque señalan que "la polarización interna posibilitó la injerencia de actores externos que vieron en Chile un campo de batalla crucial, dentro del contexto de enfrentamiento bipolar, para desplazar los equilibrios regionales y globales a su favor. La intervención de estos actores, en particular de Estados Unidos, Brasil y Cuba, durante el gobierno de la UP, acentuó la polarización y la desestabilización, favoreciendo así la intervención del ejército. Los militares, imbuidos de principios inspirados en la doctrina de seguridad nacional (DSN), decidieron que su intervención representaba la única forma de reorganizar la economía, la política y la sociedad del país para evitar, según ellos, el caos y la transformación del país en un régimen comunista" (Pettina 2008). Así, la historia latinoamericana y chilena sería solo consecuencia de los enfrentamientos entre Estados y afanes imperialistas, sin sujetos, sin intereses ni contradicciones propias. De la misma manera, según esa interpretación la dictadura que se instaló sobre los esfuerzos y esperanzas de alcanzar el socialismo, no habría sido promovida por las elites locales y los intereses económicos del empresariado internacional, sino por la polarización interna y la intervención del conflicto ideológico internacional.

Pero pese a estas interpretaciones, el análisis detallado de la trayectoria del gobierno de Allende nos muestra sujetos concretos, militares, empresarios  y políticos con nombres que no dudaron en aplicar o invocar la violencia desde el primer día del ascenso de Allende al poder. La tradición institucional y la de la lucha popular en América Latina, habían sido derrotadas por la tradicional violencia de las elites continentales aplicada como siempre sobre el pueblo.

Notas al pie

[1] Cuyo máximo evento fue la celebración en Chile de la UNCTAD (Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo en el Tercer Mundo) en 1972.

Bibliografía

Amorós, Mario (2008) Salvador Allende Frente al Mundo. Revista Tareas, Nº 130, septiembre-diciembre.

Azcoitia, Alfredo (2017) Argentina frente al gobierno de Allende, la mirada del diario Río Negro. Estudios fronterizos Volumen 18, Nº 36, mayo/agosto.

Marchesi, Aldo (2019) Hacer la Revolución. Guerrillas latinoamericanas, de los años sesenta a la caída del muro de Berlín. Buenos Aires: Siglo XXI.

Pérez S., Claudio (2019) Hacia una historia de la izquierda chilena desde una perspectiva transnacional: La vía chilena al socialismo y los procesos políticos latinoamericanos, 1952-1917. Revista Izquierda, Nº 48, noviembre.

Pettina, Vanni (2018) Breve Historia de la Guerra Fría en América Latina. México: Colegio de México..

Estas leyendo

La revolución latinoamericana y la Unidad Popular