La renuncia de Luis Enrique Yarur a la presidencia del directorio del banco Bci y su sucesión por parte de su hijo Ignacio Yarur pone sobre la mesa una cuestión que muchas veces se pasa por alto en el ámbito empresarial chileno: la tensión entre el discurso meritocrático y las prácticas heredadas de las elites económicas.
La meritocracia, en términos ideales, sostiene que el éxito debería ser el resultado del talento, el esfuerzo y la preparación individual. Sin embargo, casos como este muestran cómo el poder económico y la influencia suelen concentrarse dentro de dinastías familiares, reproduciendo un modelo que contradice esos principios.
La dinámica queda clara: mientras que Luis Enrique Yarur es celebrado por sus logros al frente del banco, la designación de su hijo como sucesor no responde a un proceso competitivo abierto, sino a un plan de sucesión planificado desde la cúpula familiar. Así, la herencia ocupa un lugar preponderante frente a la competencia justa y abierta que debería caracterizar al ideal meritocrático.
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Por supuesto, Ignacio Yarur cuenta con una formación académica notable y una trayectoria dentro del banco que podría justificar, al menos en parte, su nueva posición. Pero esto no elimina la duda razonable: ¿sería Ignacio presidente del directorio de Bci si su apellido no fuera Yarur? En un sistema verdaderamente meritocrático, el acceso a posiciones de liderazgo debería estar abierto a cualquier individuo con las competencias necesarias, no restringido a aquellos con la «suerte» -o más bien el privilegio- de haber nacido en el entorno adecuado.
Esta situación no solo pone en tela de juicio el valor real que las grandes empresas chilenas asignan a la meritocracia, sino también sus implicancias para la sociedad en general. Si los liderazgos se perpetúan dentro de los mismos clanes familiares, se refuerza una estructura de desigualdad que socava la movilidad social. Esto no es un problema exclusivo de Bci ni de la familia Yarur; es un reflejo de un fenómeno extendido en las altas esferas de poder en Chile. Lo que ha sido criticado por décadas por la propia sociedad chilena.
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El discurso de Ignacio Yarur al asumir también es revelador: "Cuando a él [su padre] le correspondió asumir como presidente del directorio, era un banco pequeño en un país pequeño". Tal afirmación puede leerse como un intento de ensalzar el rol transformador de su padre, pero también sugiere una narrativa donde el éxito es un legado casi naturalizado, sin reconocer que el contexto de privilegio de su familia fue clave para ese crecimiento.
Es necesario preguntarse si los accionistas y los clientes de Bci se beneficiarían más de una transición basada en un proceso de selección transparente, que incluya a un abanico más amplio de candidatos. No es solo una cuestión de principios; también podría serlo de rentabilidad y sostenibilidad a largo plazo. Estudios han demostrado que la diversidad en los equipos de liderazgo --incluida la diversidad de orígenes-- mejora el desempeño empresarial.
Finalmente, la celebración de la gestión de Luis Enrique Yarur durante sus 33 años en el banco no debería eximir de un análisis crítico sobre las formas en que se perpetúan las estructuras de poder en Chile. Si realmente aspiramos a una sociedad más justa, no basta con ensalzar los logros individuales o familiares; es necesario transformar las reglas del juego para que el éxito no dependa de un apellido.