OPINIÓN | ¿De verdad los conservadores valoran la estabilidad?

La estabilidad es el mantra que recitan los conservadores mientras se arropan con su mantita ideológica, temerosos de que un cambio repentino o una innovación, les haga levantarse del trono. En este contexto, tenemos dos sistemas que, pese a que ellos mismos los encuentran contrapuestos, prometen la paz y el orden: el Partido Único en China, defendido por teóricos como Zheng Yongnian, y la democracia estadounidense, con sus Super PACs y electores por estado, defendida por gente como Bradley A. Smith, donde la estabilidad parece ser una broma cósmica.

Por Ignacio Muñoz Ramírez

Revisemos someramente ambos casos para responder a la pregunta si de verdad lo que valoran es la estabilidad.

Zheng Yongnian y el arte de la estabilidad con partido único

Zheng Yongnian, el trovador de la estabilidad autoritaria, nos dice que el Partido Comunista Chino (PCCh) ha alcanzado un nivel de armonía celestial que los sistemas multipartidistas jamás podrían soñar. Según él, el PCCh es como ese emperador eterno, una máquina infalible que se adapta y ajusta sin perder el control, sin tener que sufrir los dramas de elecciones ni la molestia de escuchar a la plebe. La competencia y pluralismo se resuelven bajo el mismo techo, y los planes los acatan retractores y suscriptores. Todo el poder está en manos de quienes, con mano firme, dirigen el barco del Estado, como si fueran los capitanes de un crucero, pero sin la opción de cambiar de puerto.

Este sistema, claro está, resulta tan estable como un lago sin viento: inmóvil, seguro y completamente aburrido. Pero, ¿qué más se podría pedir? A los conservadores occidentales no debería molestarles. Después de todo, no hay riesgo de caos, y si se mira con detenimiento, hasta puede parecerles una utopía en la que los que no son miembros del partido, no interfieren con el curso de la nación.

Estados Unidos: democracia o la tragicomedia de los billetes verdes y los electores

Ahora crucemos el Pacífico y aterricemos en el extravagante circo de la democracia estadounidense. Un sistema diseñado para ser pluralista, pero donde los Super PACs y los electores por estado hacen que la estabilidad sea tan frágil como una torre de naipes en medio de una tormenta de dólares. Aquí, en lugar de un partido que se mantiene en el poder gracias a su perfección meritocrática (según Yongnian), lo que tenemos es un festín financiero donde los multimillonarios y las corporaciones pueden comprar influencia política como si estuvieran comprando acciones en la bolsa.

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Los Super PACs son el instrumento perfecto para que los millonarios juguetones conviertan las elecciones en su propio Monopoly. No hay límite para lo que pueden gastar, siempre y cuando no hagan llamadas directas a los candidatos (aunque sabemos que hay formas de enviarse mensajes o maletines con dinero). La idea de representación democrática se convierte en una ilusión, y lo que tenemos es un teatro en el que los ciudadanos creen ser los protagonistas, cuando en realidad son solo extras en un guión escrito por Wall Street.

Pero el verdadero premio se lo lleva el Colegio Electoral. ¡Qué gran obra maestra del desequilibrio democrático! Un sistema donde unos pocos estados pueden decidir el destino del país mientras el voto popular es una nota al pie. Aquí, la estabilidad es una promesa rota, porque los candidatos no gobiernan para todo el país, sino para esos pocos territorios impredecibles que determinan el resultado. Y cuando un candidato pierde el voto popular pero gana la presidencia, bueno, eso sí que es estabilidad... para el caos.

Entonces ¿la estabilidad, ese dulce veneno conservador es de verdad lo que se busca?

Lo más fascinante es que ambos sistemas, tan diferentes, ofrecen estabilidad a su manera. China lo logra reduciendo la disidencia política y asegurando que las decisiones se mantengan coherentes, lo que permite un desarrollo económico estable y la concentración del poder. Para los conservadores occidentales que tiemblan ante la palabra «cambio», esto podría sonar como una especie de Shangri-La político. Aquí no hay inmigración que temer ni progresismos descontrolados que amenacen con «destruir la familia tradicional». Xi Jinping, por ejemplo, no proviene de una dinastía de millonarios ni de un linaje aristocrático. Su ascenso es fruto de su habilidad para navegar el sistema. ¿El mérito, entonces, se sobrepone a la cuna? Parece que sí. Un conservador purista podría preguntarse: «¿Qué tiene de malo un sistema que premia el mérito en lugar del caos democrático?».

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En Estados Unidos, por otro lado, la estabilidad es más una quimera que una realidad tangible. La democracia debería ser un mecanismo de equilibrio y rendición de cuentas, pero el poder financiero y las reglas electorales anticuadas la convierten en un espectáculo inestable. El conservador típico estadounidense ama la estabilidad, pero parece no darse cuenta de que su sistema político está diseñado para frustrarla a cada paso. En este caso, va a ser imposible que un niño pobre de Marianna, Arkansas, llegue a ser senador o presidente.

Si eres conservador y estás buscando estabilidad, China te ofrece una versión controlada, rígida, donde el cambio se disputa a puertas cerradas en un espacio donde se llega por méritos. No hay ruido, no hay drama electoral, y el barco sigue navegando sin problemas. Pero el precio a pagar es la ausencia de libertad política como la entienden los liberales. Por otro lado no hay polémicas con el exceso de inmigración o con las agendas progresistas que abogan por derechos de minorías.

Estados Unidos, con su retórica de libertad, da la impresión de ser un campo abierto donde todos pueden participar, pero debajo de la superficie, los intereses financieros y las distorsiones del sistema electoral mantienen el orden... para los que pueden pagarlo. La inestabilidad está siempre al acecho, esperando el próximo ciclo electoral para poner todo patas arriba. Un costo no deseado de esta libertad -para los conservadores- sería la inmigración (los pobres millonarios se ven forzados a contratar mano de obra que viene del otro lado de la frontera) y la lucha por derechos individuales que amenaza con destruir el modelo de "familia ideal".

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En la superficie, ambos sistemas aspiran a lo mismo: evitar el caos. Pero mientras que uno lo logra con procedimientos y metodologías propias de una dinastía, el otro lo pretende con billetes y reglas torcidas. Para el conservador que anhela dormir tranquilo, el sistema chino puede parecer un refugio acogedor, aunque sea a costa de algunas libertades, mientras que la democracia estadounidense sigue siendo un parque de diversiones donde la estabilidad es la atracción más peligrosa de todas.

Parece que no es la estabilidad en sí lo que los conservadores anhelan. Lo que realmente desean es un orden donde las cosas se mantengan tal como están, donde los «otros» no suban al trono, y donde cualquier posibilidad de cambio sea cuidadosamente neutralizada. ¿Acaso el conservador medio preferiría el modelo chino, donde las reglas son claras, y el ascenso al poder está controlado por las élites que saben cómo manejar el barco? Posiblemente. No hay inmigración descontrolada ni luchas por derechos de minorías que incomoden sus cenas familiares.

En Estados Unidos, la «libertad» es un espectáculo con entradas pagadas por los que tienen los bolsillos más profundos. Aquí, la estabilidad es un espejismo, y la inestabilidad, con todo su caos inherente, es parte del precio que se paga por vivir en el país «más libre del mundo». Pero libertad para quién, y estabilidad para qué.

Entonces, querido conservador, si lo que de verdad te quita el sueño es la estabilidad, ¿qué estás esperando? Un billete a Beijing podría ser justo lo que necesitas. Eso sí, a cambio de una pequeña libertad política que, francamente, ¿cuánto valoras?

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