Por Alejandro Baeza
Chile vio este Mundial desde casa. Por segunda vez consecutiva, la selección chilena de fútbol quedó fuera de una Copa del Mundo luego de los éxitos de la denominada «generación dorada», en que se vivió un periodo como potencia futbolística basada en la coincidencia de un grupo de jugadores supertalentosos que tuvimos la suerte pudieran jugar juntos -y de la que se profitó hasta el cansancio-, pero sin una política deportiva de proyección detrás.
Lo mismo ocurre en los Juegos Olímpicos, cita deportiva de la que Chile forma parte desde sus inicios modernos en Atenas en 1896, y de la que lleva tres versiones consecutivas: Londres 2012; Río de Janeiro 2016 y Tokio 2020, sin que sus deportistas obtengan una sola medalla, ni siquiera de bronce. La última medalla chilena, fue una de plata obtenida por el tenista Fernando González en Pekín el año 2008.
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Estos resultados no son más que otro reflejo del nulo interés del Estado en promover el deporte en un sistema enfocado solamente en las ganancias económicas inmediatas cortoplacistas y donde la falta de infraestructura, de financiamiento, la corrupción de dirigencias y la apropiación de espacios son frecuentes, dejando que el desempeño deportivo caiga solamente en los esfuerzos personales y familiares de las y los atletas.
Y es que la crisis del modelo económico, social y político, el carecer de un proyecto país, de la desmantelación del Estado, la educación y la salud por décadas tiene sus efectos que entre otras cosas se manifiesta en los resultados deportivos de Chile.
La falta de interés en promover una cultura deportiva por parte de este sistema solamente enfocado en la productividad económica dejó a Chile en un vergonzoso lugar que hizo que la prensa internacional, como el medio australiano Honi Soit, nos comparara el año pasado con el rendimiento de países como Birmania o Mónaco «Chile extiende su récord olímpico de más Juegos Olímpicos sin premios olímpicos» agregando que «hay 19 naciones con más apariciones en los Juegos, pero cada una ha tenido medallas en al menos un evento, dejando a Chile en la cima de un podio de desgracias perennes».
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A esto, hay que sumar que la cultura neoliberal chilena ve la práctica de deporte, artes y cultura como pasatiempos no dignos de una carrera, por lo que la mayoría se ve en la obligación de sacar un título técnico o prefesional y dedicarse a estas prácticas en el momentos libres, imposibilitando una competencia real con representantes de países donde el deporte es una carrera tan válida y apreciada como cualquier otra. La excepción claramente es el fútbol del que sí se puede vivir, pero dada la estructura del clasismo feroz y aspiracional de Chile, está restringido (salvo muy pocas excepciones) a los sectores más marginados de la sociedad, llegando al punto en que buena parte de la sociedad tiene un relación dual con los futbolistas de admiración y respeto, pero a la vez desprecio por su origen social, forma de hablar y hasta modo de vestir.
Asimismo, cada vez en nuestras ciudades la deficiente o derechamente nula planificación urbana y la depredación inmobiliaria nos está dejando sin posibilidad de fomentar ninguna otra cosa que no sea la vida individual «hacia dentro» y la forma social orientada hacia el consumo en centros comerciales como principal actividad social y familiar.
Las ciudades experimentan una sistemática densificación de población que requiere de espacios deportivos, de recreación, esparcimiento y cultura. La desaparición de canchas abiertas y gratuitas, están en una medida relacionadas con la ocupación de estos espacios por proyectos inmobiliarios mayoritariamente de departamentos. Esto, mientas las precarias multichanchas de barrio, sufren del abandono y se transforman lamentablemente en centros de actividades que poco tienen que ver con el deporte.
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La apropiación de espacios deportivos no está restringida solamente a inmobiliarias depredadoras y desinterés de gobiernos locales y centrales. La dictadura también tuvo mucho que ver en la reducción de la práctica deportiva con un daño tan grande que aún no es posible recuperarse.
En Concepción, por ejemplo, en los años 60 se planificó en el Barrio de Puchacay, la construcción de una villa olímpica, con una serie de instalaciones deportivas, ese espacio estaba entre el Actual Estadio de Fútbol de la ciudad en la Avenida Collao, hasta el Estadio Atlético Puchacay, en la misma arteria. Unido a ello estaba el Club de Tiro al Arco deportivo, que estaba al final del pasaje Atacalco.
El proyecto nunca prosperó, a pesar que los terrenos fueron donados para dichos fines, el negocio inmobiliario, principal financista de la corrupción política en este país, lo impidió. Finalmente sólo sobreviven el estadio de fútbol y el Atlético. Sin embargo, este último, días antes de terminar la dictadura militar, fue arrebatado a los vecinos de la ciudad y traspasado por Pinochet al Ejército y desde entonces se encuentra secuestrado por la institución castrense.
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Durante décadas y cada uno de los gobiernos de la postdictadura, las asociaciones deportivas de Concepción han solicitado la devolución del ex Estadio Atlético Puchacay, hoy Estadio Atlético Militar, a la comunidad y asociaciones deportivas, todas y cada una de las administraciones comunales han sido cómplices de este despojo a las y los penquistas, especie de botín de un ejército que desató una guerra contra su propio pueblo.
En manos de la administración castrense se han firmado contratos con las empresas Entel y Universidad San Sebastián. Esta última, un establecimiento educativo privado que arrienda las instalaciones desde el 21 noviembre del 2011. Su contrato sigue hasta el 21 noviembre del 2031.
Estos contratos demuestran una relación económica entre la entidad educativa privada y la rama de la Fuerzas Armadas, por más de una década y se extendería por diez años más. El contrato firmado el año 2011 establece una renta por concepto de arriendo de 268 UF mensuales, el equivalente a $5.953.084 recepcionados por una institución que se encuentra hace años en el ojo del huracán por fraudes con dineros fiscales, en casos de corrupción en los que están procesados incluso varios de sus ex comandantes en jefe. Por lo mismo, las y los atletas llevan años demandando al Estado que restituya el Estadio Atlético.
De concretarse el traspaso a la Asociación Deportiva Regional Atlética del Bío Bío, el recinto ayudaría a más de 1000 atletas que componen los 20 clubes de la asociación. «El estadio se encuentra en pésimas condiciones, las graderías están malas, los camarines también. Más de 20 años y el espacio está muy deteriorado, es vital que vuelva a manos de la comunidad, todos los atletas de la región estamos con esperanza de lograrlo» afirmó a RESUMEN en 2018 Richard Montaña, integrante de la Asociación Deportiva Regional Atlética del Bío Bío.
Así las cosas, sin infraestructuras, sin políticas que fomenten el deporte, sin una estructura organizativa adecuada y sin espacios para el desarrollo de una cultura deportiva, seguiremos dependiendo de la suerte para que vuelvan a nacer individuos igual de talentosos para conseguir alguno que otro logro que traiga alegrías a un pueblo que tanta falta les hacen.