¿Qué quiere China con Ucrania?

Otro es el planteado por la agresiva política económica de Donald Trump que se expresa tanto en la contención de China como en el sometimiento de Europa. La agresiva política arancelaria de EEUU convierte a China y a la UE en aliados naturales. A comienzos de este año Pekín buscó un frente común con los europeos, pero, como bien sabemos, las élites europeas terminaron por doblegarse a los designios de Washington.

Por Antonio Airapétov

"China y Ucrania están unidas por una amistad tradicional. Durante los últimos 33 años, desde el establecimiento de relaciones diplomáticas, las relaciones chino-ucranianas se han desarrollado de forma constante y la cooperación en diversos ámbitos ha arrojado resultados impresionantes. Estoy dispuesto a cooperar para impulsar nuestras relaciones bilaterales hacia un desarrollo estable y a largo plazo y generar grandes beneficios para los pueblos de ambos países." – Xi Jinping, 24 de agosto de 2025

"China y Rusia deben fortalecer el apoyo mutuo en foros multilaterales, salvaguardar eficazmente los intereses de desarrollo y seguridad de los dos países, unir a los países del Sur Global y avanzar en el desarrollo del orden internacional en una dirección más justa y racional." – Xi Jinping, 15 de julio de 2025

¿Qué quiere realmente China más allá de las declaraciones diplomáticas? ¿Qué papel quiere y puede desempeñar en la solución del conflicto ruso-ucraniano?

 

El ambiguo rechazo de la invasión

Formalmente China mantiene su adhesión a la Carta de la ONU y apoya la soberanía y la integridad territorial de Ucrania, hasta el punto de reconocer que la "Operación Militar Especial" del Kremlin es una "agresión internacional". Sobre esta base se constituyó en 2024, al amparo de Naciones Unidas, el grupo Amigos de la Paz (además de China lo integran potencias regionales como Turquía, Argelia, Bolivia, Brasil, Arabia Saudita, Colombia, Egipto, Indonesia, Kazajistán, Kenia, México, Sudáfrica y Zambia). Se proponía: congelación inmediata del conflicto; respeto a la soberanía, independencia e integridad territorial de los países; respeto a la Carta de Naciones Unidas; atención a las legítimas preocupaciones geopolíticas de las partes. No obstante, esta prometedora iniciativa fue rechazada tanto por Rusia como por Ucrania.

La postura oficial china debería conducir, en teoría, a una condena de la invasión, pero en la práctica Pekín evita hacerlo y proclama su neutralidad en el conflicto, ya que, afirman sus diplomáticos, la OTAN es la última culpable de lo que sucede: “Estados Unidos, con su mentalidad de Guerra Fría, tiene una responsabilidad ineludible en el surgimiento y agravamiento de la crisis ucraniana”. Ya era un secreto a voces que Pekín temía la desestabilización de la Federación Rusa si el Kremlin fracasaba en Ucrania cuando en julio de este año se filtraron las declaraciones de su ministro de Exteriores en las que ¡sorpresa! reconocía a los diplomáticos europeos que "no quería que Rusia perdiera la guerra". Las únicas llamadas públicas al orden que las autoridades chinas se han permitido hacer al régimen ruso se han producido cuando desde Moscú se ha agitado la amenaza nuclear.

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Si Pekín teme una derrota de Rusia, una postura coherente sería ofrecerse como garante activo de la seguridad ucraniana. Vladímir Putin así lo deseaba, Donald Trump se lo ha llegado a proponer, e incluso en la UE se han oído voces favorables al despliegue de pacificadores chinos. No parecía una mala opción: China tendría en su mano terminar con el conflicto, evitar una clara derrota del régimen ruso, contener a la OTAN, y extender su influencia internacional. Pero Pekín no tiene prisa por enfangarse en un barrizal tan remoto como Ucrania.

 

El ambiguo apoyo de Moscú

Y es que las élites chinas tienen tan buenos motivos para desear que Rusia no pierda como para desear que, en realidad, nadie pierda y el conflicto continúe indefinidamente... Como explica el sinólogo ruso afincado en Alemania Aleksey Chigadáyev "cualquier conflicto en el que EEUU está implicado en cualquier parte del mundo reduce la capacidad estadounidense para contener a China en la región de Asia-Pacífico". Esto era así durante el mandato de Biden y lo es aún más con Trump y su fijación con la potencia asiática.

Como apunta Chigadáyev, cada vez que aparecen elementos militares importados de China en el frente de Ucrania hay medios ucranianos y occidentales que lo esgrimen como una prueba irrefutable del apoyo activo de Pekín a la guerra de Putin. Pero al examinar cada caso con detenimiento, siempre resulta que son negocios privados con mero interés mercantil. No es raro, incluso, que las mismas compañías suministren los mismos componentes también a Ucrania. Las autoridades chinas, estima Chigadáyev, no están detrás de estos movimientos, aunque tampoco tienen motivación suficiente como para combatir este tráfico.

El jefe de la diplomacia china Wang Yi señalaba en abril de este año: "Si China realmente apoyara a Rusia, este conflicto habría terminado hace mucho tiempo." Y lo confirma alguien tan poco sospechoso de simpatías con Pekín como el director del think tank atlantista New Geopolitics Research Network Mijaíl Samus: "Un aumento significativo del apoyo militar chino a Rusia sólo será posible cuando Pekín lo reconozca como necesario y eficaz en su confrontación con Washington."

 

Los dividendos de la guerra

Tener a EEUU entretenido en Ucrania no es el único beneficio que extrae Pekín de la guerra en Ucrania. La extrema dependencia de Rusia, debilitada por el esfuerzo bélico y las sanciones, la deja a merced de los intereses chinos. El comercio bilateral ha superado los 244.800 millones de dólares estadounidenses en 2024. China ha sustituido en gran medida a Occidente, tanto como el gran importador de los recursos naturales rusos como el gran proveedor de su mercado de manufacturas.

Por un lado, el Kremlin malvende el gas, el petróleo, la madera y demás recursos naturales de los rusos, y cuando se resiste a hacerlo, los chinos le aprietan fuertemente las tuercas (he ahí la interminable construcción del gasoducto siberiano Sila Sibiri 2, bloqueada desde hace años por China porque no quiere financiar la obra ni pagar precios de mercado por el gas ruso).

Por otro lado, mercados rusos gravemente afectados por la retirada de los fabricantes occidentales son tomados por los productores chinos. El mercado de los vehículos es paradigmático. Vista la incapacidad de Moscú para reconstruir su industria, los vehículos chinos han inundado el país alcanzando una cuota de mercado del 78%.

 

Las relaciones con Europa

Pero Rusia para China es mucho menos que China para Rusia. La Unión Europea, con todas sus dificultades, sigue siendo un socio mucho más interesante para Pekín que Moscú. Además, grandes retos les unen. O deberían.

Uno es tan importante como la descarbonización de sus economías y el desarrollo de las renovables: entre las grandes economías, son las más dependientes de la importación de hidrocarburos.

Otro es el planteado por la agresiva política económica de Donald Trump que se expresa tanto en la contención de China como en el sometimiento de Europa. La agresiva política arancelaria de EEUU convierte a China y a la UE en aliados naturales. A comienzos de este año Pekín buscó un frente común con los europeos, pero, como bien sabemos, las élites europeas terminaron por doblegarse a los designios de Washington.

Grandes contradicciones también alejan a China de Europa. El desequilibrio de su balanza comercial es equiparable al mantenido entre China y EEUU (300 mil millones de euros a favor de China). En este caso la industria automotriz también desempeñó un papel crucial. El miedo al hundimiento definitivo de la producción europea pudo con la sacrosanta devoción al libre mercado profesada por los tecnócratas de la Unión que, a diferencia de Rusia, levantaron grandes barreras a la entrada de automóviles eléctricos chinos. China, por su lado, ha empezado a racionar la exportación de sus tierras raras, de las que depende en un 90% la Unión Europea.

Como varios analistas señalan, China se enfrenta a una gran crisis de sobreproducción, y eso en un contexto de descenso de la población y crecimiento del paro (que ya roza el 15% entre los jóvenes). Especialmente si las amenazas de Donald Trump se terminan de consumar. Ante esta situación China puede seguir la tentación de intensificar el discurso nacionalista, que siempre está en la recámara de su arsenal propagandístico, como se ha visto en la celebración del reciente desfile militar por el fin de la Segunda Guerra Mundial. A fin de cuentas, es la respuesta habitual para cualquier gran potencia que desea mantener bajo control la situación interna en tiempos difíciles y China no es una excepción. Y es imposible intensificar el relato identitario sin que eso tenga repercusión en las relaciones exteriores. Pero pongamos que nada está decidido todavía. Si Pekín no abandona su tradicional pragmatismo económico ante las represalias trumpistas, el gran mercado europeo cobrará aún mayor atractivo para su economía, por no hablar de su habitual interés en el acervo tecnológico y las inversiones europeas.

El eventual estrechamiento de relaciones entre China y UE tendría además otro efecto: elevar el interés en Rusia como corredor, tanto terrestre como marítimo (la ruta ártica pronto se abrirá como gran vía de tránsito por el deshielo del Océano Glaciar). Pero eso solo será posible a condición del fin de la guerra en Ucrania y la normalización de las relaciones ruso-europeas que, a su vez, dependen del redimensionamiento de las veleidades expansionistas del putinismo.

A diferencia de Rusia y EEUU, hasta ahora China no ha desplegado ninguna invasión a gran escala. Puede que la lógica de la competición imperialista tarde o temprano también nos lleve a ese punto, pero lo que quiere Pekín, por ahora, es simplemente seguir haciendo negocios. Europa, en ese sentido, tiene mucho más que ofrecerle que Rusia. Y Pekín, por su parte, le puede ofrecer una solución al atolladero de Ucrania.

 

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