Die Linke, en vez de plantear una campaña dirigida a su clásica clientela en pos de lograr el 5%, supo capitalizar las protestas contra los coqueteos de la democracia cristiana con el AfD. A diferencia del partido verde, abandonó la política identitaria reintroduciéndola dentro de las clásicas demandas universalistas de la izquierda.
Por Edmundo Arlt, corresponsal en Berlín
Alemania tuvo este pasado domingo las elecciones más relevantes en la historia de la República Federal. Más relevantes que el decidir sobre el curso de la reconstrucción posguerra, como lo fue con Adenauer, o sobre la relación con el este comunista y la democratización interna, como lo fue con Brandt. Más relevante que la reintegración de la vencida Alemania comunista, como lo fue con Kohl, o sobre la introducción de reformas neoliberales por parte de la socialdemocracia, como lo fue con Schröder. Este domingo se decidía quién se enfrentará a las múltiples e interconectadas crisis que tienen atrapado al país teutón. Una recesión que continúa por tercer año consecutivo. Unas negociaciones de paz en la guerra de Ucrania entre EEUU y Rusia en las cuales no juega actualmente rol alguno. Un atentado terrorista al mes que vuelve a poner el debate de la migración una y otra vez en sus términos más histéricos. Una reconfiguración del sistema político que hace cada vez más evidente la completa erosión de la estructura de pactos posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Todo lo anterior, sumado a un crecimiento exponencial del neofascismo de la "Alternativa para Alemania" (AfD).
Estas elecciones, cabe recordar, fueron anticipadas a causa del quiebre de la coalición de gobierno entre socialdemócratas (SPD), verdes (Bündnis 90/Die Grünen) y (neo)liberales (FDP). Este quiebre fue sólo la sima de un gobierno plagado de conflictos internos entre los partidos gobernantes. Ejemplo de ello es la detestada "ley de calefacción", fruto del maximalismo verde, que en su redacción original obligaba a todas las viviendas a instalar la versión de calefacción más eficiente, contemplando multas pecuniarias para quien no lo hiciese dentro de un plazo de diez años. Todo esto mientras el país se debatía en cómo capear el primer invierno sin gas ruso. Sin embargo, ningún tema generó tantos conflictos como la total negativa (neo)liberal a reformar la constitucionalización de la regla fiscal atada al crecimiento económico - "freno de deudas" en alemán.
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La transformación del panorama político postelecciones puede resumirse en cinco puntos. Nunca los partidos del clásico binomio socialdemócrata y democracia cristiana habían obtenido tan miserables resultados electorales. Mientras el viejo SPD, fundado en 1863, cosechaba la peor elección de su historia (16,41%), la "unión" CDU/CSU sólo lograba conseguir su segundo peor resultado histórico (28,6% ) después del desastre del 2021 (24,1%). Si bien esta última se alzó con la victoria y coronará a su líder, Friedrich Merz, como canciller, lo hizo con un partido cada vez más debilitado por el neofascismo. De hecho, el AfD logró quitarle un millón de votos. En segundo lugar, quedaron fuera del parlamento por no superar la barrera del 5% tanto el neo(liberal) FDP (4,3%) como la "Alianza Sahra Wagenknecht" (BSW - 4,97%). Después de que la prensa publicara las conspiraciones de los neoliberales para quebrar al gobierno, el partido se volvió invotable para la mayoría de quienes le brindaron su confianza en la elección anterior. Los principales beneficiados de esta debacle fueron tanto democratacristianos como neofascistas, quienes le capturaron un millón setecientos mil y setecientos mil votos respectivamente. A diferencia del 2013, cuando el FDP también quedó fuera del parlamento con el 4,8%, en esta ocasión es difícil imaginar un regreso. Las "ideas de la libertad (negativa)" se ven mejor representadas hoy por la democracia cristiana, pero especialmente por el AfD. La exclusión del FDP es bien representativa de la alteración del equilibro de fuerzas políticas pues siempre fue el partido "bisagra" que posibilitó o desintegró las coaliciones de gobierno. Después de tener sorprendentes resultados electorales el último año a nivel regional en el Este (Sajonia 11,8%, Brandemburgo 13,5% y Turingia 15,8%) y europeo (6,2%), el partido de la renegada Sahra Wagenknecht queda fuera del parlamento por meros 14 mil votos. Quien quebrara al clásico partido de izquierda Die Linke para perseguir una agenda seductora para con el votante del AfD hoy acepta la necesidad de reformar el partido. Esto partiendo por la obviedad de sacar su nombre de él. En tercer lugar, se encuentran los verdes. A pesar de haber decapitado a su inepta directiva después de la debacle en la elección europea, donde perdieron un 8,6%, los verdes encajaron su séptima derrota electoral consecutiva (¡) logrando meramente conseguir un 11.6% en esta elección federal. Esta derrota se explica por la porfía del partido a abandonar la política identitaria y transformar su maximalismo frente al desafío medioambiental en un pragmatismo universalista que apele más allá de la clase media educada que pide su cappuccino con leche de avena en el barrio burgués de Prenzlauer Berg. Mientras el maximalismo se ejemplifica en la descrita "ley de calefacción", la fracasada política identitaria hace lo propio en la "política exterior feminista" de la ministra de exteriores verde Annalena Baerbock. Dicha política feminista no sólo fue incapaz de generar un embargo a las bombas alemanas que emplea Israel para asesinar a mujeres, niñas y niños en Gaza, sino que fue incapaz de rescatar pronta y efectivamente al personal afgano - también femenino – que trabajó para las tropas alemanas durante dos décadas. Todo esto mientras la ministra se lamentaba constantemente de las evidentes políticas misóginas del régimen talibán, pero jamás defendiendo a la población afgana residente en Alemania del racismo causado por la entendible colera pública ante los atentados perpetrados en territorio alemán por terroristas de ese país. En cuarto lugar, se encuentra una impresionante votación para el clásico partido de la izquierda no-socialdemócrata Die Linke. Después de una catastrófica votación en la pasada elección federal (4,9%), en la cual entraron al parlamento sólo mediante una excepción a la barrera del 5%, sea esta sacar la primera mayoría en mínimo tres distritos, lograron escalar este pasado domingo hasta el 8,8%. En vez de plantear una campaña dirigida a su clásica clientela en pos de lograr el 5%, el partido supo capitalizar las protestas contra los coqueteos de la democracia cristiana con el AfD. A diferencia del partido verde, abandonó la política identitaria reintroduciéndola dentro de las clásicas demandas universalistas de la izquierda. Ejemplos de ello son tanto una discusión diferenciada sobre migración como una vuelta a la discusión sobre la obscena desigualdad alemana donde el 10% más rico posee el 60% de la riqueza. Contra esto último, proponen una fuerte reducción impositiva para la clase trabajadora y las familias, como una fuerte inversión en infraestructura, salud y educación.
El cambio más significado es empero el crecimiento del neofascismo, el cual alcanzó un segundo lugar en la elección detrás de la democracia cristiana. En los últimos tres años y medio, el AfD logró doblar su votación desde un 10,3% en 2021 a un 20,8% este domingo. También consolidó su liderazgo en los territorios de la antigua Alemania Democrática, donde fue la fuerza política más votada. Pero aún más grave, confirmó la tendencia mundial de que, a diferencia de las mujeres jóvenes, los hombres jóvenes se inclinan cada vez más hacia la ultraderecha. Si esto no fuese poco, el partido logró diseccionar el ya mencionado millón de votos de la democracia cristiana, además de sumar novecientos mil votos de personas que antes no votaban. Este rotundo éxito habla de un partido que se ha vuelto inmune a escándalos relativos a colaboraciones con el espionaje ruso y chino; a la organización de reuniones secretas para planificar políticas migratorias racistas; a la relativización continua de los crímenes nazis, sea diciendo que no todos los miembros de las infames SS eran criminales o que Hitler era realmente un comunista, o la triangulación ilegal de donaciones pecuniarias al partido. La posición inmejorable del AfD le permitió incluso proponer en su programa la reforma impositiva más pro-clases altas de todos los partidos políticos sin sufrir mella alguna. También aprovechar una reciente torpeza de la democracia cristiana, la cual logró una mayoría en el parlamento federal para aprobar dos posicionamientos anti-inmigración con apoyo del AfD.
El pasado viernes comenzaron las negociaciones entre democratacristianos y socialdemócratas para formar un nuevo gobierno, de las cuales se ha restado el canciller Scholz como una forma de asumir consecuencias políticas debido a la derrota. Es de esperar que ambos partidos acuerden un endurecimiento de las medidas contra la migración irregular, en especial mediante la extensión de los polémicos controles fronterizos y el bloqueo al ingreso de nuevas personas solicitantes de asilo. Si bien la democracia cristiana prometió endurecer los requisitos para la nacionalización, por ejemplo, prohibiendo nuevamente la doble nacionalidad, es poco probable que logre ejecutar estas amenazas. Es de esperar que la socialdemocracia se oponga rotundamente a derogar su reforma estrella, la cual fue sin lugar a dudas fue la más progresista de la historia de Alemania relativa a nacionalización. No obstante, ambos partidos carecen de un concepto complejo de integración migratoria que permita contrabalancear una aproximación meramente punitiva. En términos económicos, es también probable que se llegue a un acuerdo respecto de flexibilizar la regla fiscal mediante una negociación que involucre una reducción de impuestos para las clases altas a cambio de un financiamiento de los derechos sociales y de subvenciones en sectores clave de la economía. En política internacional, Merz no hará ningún cambio frente al prófugo Netanyahu. Es una incógnita qué posición tomará frente a EEUU, la delicada posición geopolítica europea o quien estará a cargo de exteriores, es decir, si alguien de su partido o de su muy probable aliado.
La oposición estará a cargo del AfD, de los verdes y de la izquierda. Mientras es de esperar que el AfD siga con su exitosa política de meramente esperar los errores del enemigo, no es claro qué sucederá entre verdes y amarantos. La peor posición la tienen los verdes. El orientarse a la derecha, sería acercarse a socialdemócratas y democratacristianos sin estar en el gobierno, mientras orientarse a la izquierda podría significar alejarse de sus bases más liberales. Necesario es de recordar que en esta elección los verdes perdieron setecientos mil votos frente a Die Linke. Ojalá ambos partidos logren emular la estrategia de sus pares franceses con el Nuevo Frente Popular, articulando una política de izquierda antifascista que combine la presencia en las calles con una salida a las múltiples crisis por fuera del neoliberalismo. Todo lo anterior con un horizonte que incluya un posible futuro gobierno federal con la socialdemocracia. Por lo pronto, la pregunta seguirá abierta: Quo vadis Alemania?
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