Durante el gobierno Demócrata cristiano (1964-1969) se despertaron las esperanzas del pueblo, en un contexto de bonanza económica por el precio de las exportaciones, especialmente el cobre, se produjo una fuerte inversión norteamericana y el horizonte parecía auspicioso para Chile.
En este período la izquierda tuvo fuertes contradicciones en sus organizaciones partidarias, mientras el Partido Comunista (PC) ratificaba la movilización de masas populares y de trabajadores en función de objetivos fundamentalmente electorales (XII congreso de 1965),El Partido Socialista (PS) por su parte, advirtió en su congreso de 1965 lo limitado que eran las formas pacíficas y legales de lucha, llamando a la unidad de la clase trabajadora para llevar adelante una revolución, cuestión que, eso sí, no tuvo un correlato en la práctica.
Puestos en esa situación, sectores de trabajadores y grupos de jóvenes descontentos con las posiciones de la izquierda tradicional decidieron romper con ese estancamiento y resolvieron las contradicciones mediante la fundación, el 15 de agosto de 1965, en Santiago, del Movimiento Revolucionario de Izquierda (MIR).
Hay dos grupos importantes que hacen comprender mejor este origen, la Vanguardia Revolucionaria Marxista (VRM) y el Partido Socialista Popular (PSP), estas organizaciones se habían constituido a través de diversas divergencias y escisiones de los partidos tradicionales, influidos por el trotskismo, el maoísmo y sobre todo, por la revolución cubana. También, y desde el mundo social, se sumaron militantes del sindicalismo radical y de cristianos revolucionarios.
Con estos datos, podemos decir que hacia 1965 surge con el MIR la referencia visible de un nuevo país, un Chile que estando harto de las formas políticas tradicionales de la izquierda comienza a mirarse en sus diversidades, descubre que el pueblo, la masa, es una masa viva y dinámica, construida por sujetos con acentos distintos y todos movidos por la necesidad de acabar con la injusticia, con la discriminación y con la soberbia de la clase dominante.
Desde ese descubrimiento es que el MIR se define y expresa que el pueblo puede ser chileno o mapuche, puede ser hombre o mujer, puede ser cristiano o ateo, puede ser miles de cosas y por eso es pueblo. Ese pueblo reunido y definido como clases populares es el llamado a construir otro país, el MIR nace para "ordenar el naipe", como dice en su declaración de principios de 1965:
"El MIR reconoce al proletariado como la clase de vanguardia revolucionaria que deberá ganar para su causa a los campesinos, intelectuales, técnicos y clase media empobrecida. El Mir combate intransigentemente a los explotadores, orientado en los principios de la lucha de clase contra clase y rechaza categóricamente toda estrategia tendiente a amortiguar esta lucha".
En su ADN el MIR desahució el posibilismo, mostró que su carta era el compromiso político por la liberación del pueblo, porque reconocía una lucha de clases inevitable, apostó con un cierto dejo maximilista, a la revolución, a la construcción de una realidad distinta y en ese camino fue constituyendo prácticas y saberes que nacieron de esos campesinos, técnicos y trabajadores que menciona en su declaración, también con esos cristianos, mujeres y pobladores que le cambiaron definitivamente el rostro a las clases populares y a la política chilena.
Para ser más específico, ese cambio de rostro vino a concretarse en 1967, pero en el período que va entre la fundación y 1967 el MIR se conformó en un núcleo que atrajo a los sectores radicalizados de izquierda, dispersos y descontentos con las políticas del PC y el PS; por su política radical, el MIR significó un golpe en la mesa de una izquierda confundida y errática, que hacia fines de la década encontró un proyecto y una estrategia que le dio identidad, surgida del trabajo de los militantes y de los sectores populares que dialogaron con ellos.
En 1967, en el III congreso del MIR un joven Miguel Enríquez y el grupo de los jóvenes de Concepción asumen la dirección de la organización, rápidamente la ordena y estructura, como quien dice, "profesionaliza" el trabajo de los revolucionarios miristas. Además de lo anterior y tal vez más importante, Miguel y los compañeros logran otorgarle un proyecto ideológico claramente al movimiento: el poder popular.
La etapa más rica del mirismo, esa que va desde 1967 hasta 1973, son los años de la construcción de la idea del poder popular, es una idea que marca los años de la Unidad Popular, es un ejercicio político que remece la cultura política chilena, la cuestiona y logra identificar al MIR con la mayor potencia democrática que el pueblo chileno ha logrado producir: miles de tomas de terrenos, de tomas de fundo, de cordones industriales acompañan esa idea y la refrendan, como lo dijo el mismo Miguel en el sindicato minero de Schwager en abril de 1972:
"Las ideas y banderas revolucionarias son enarboladas por los obreros textiles en Tomé y Chiguayante, por los obreros de las fábricas de Talcahuano, San Vicente, Penco y Concepción, los campesinos de Yumbel, Cabrero y Hualqui, por los pobladores de toda la provincia, por los estudiantes y, especialmente, por los mineros del carbón y los trabajadores del campo y la ciudad a lo largo del país. // Las fuerzas del pueblo, la energía y decisión de sus luchas, su voluntad implacable a golpear a sus enemigos y a defender sus intereses y terminar con el yugo de la explotación, es lo que hace crecer la fuerza de la Revolución. Nuevas capas del pueblo se incorporan a la lucha, haciendo temblar el viejo juego politiquero tradicional".
La idea del Poder Popular nace de la práctica política y social del MIR, nace del enraizamiento en los territorios, de los espacios donde el pueblo construyó su saber, la idea del Poder Popular, el centro del proyecto del MIR, nació no de un grupo de intelectuales, nació de la necesidad de visibilizar a los hombres y mujeres negados por la historia. No es extraño entonces que la dictadura fuera especialmente cruenta en esos mismos lugares y sectores sociales que Miguel nombra y convoca, la dictadura destruyó la industria textil de Tomé y Chiguayante, cuyo golpe de gracia dio la Concertación, por cierto. Los campesinos fueron masacrados en Yumbel, en San Rosendo, en Laja y desaparecidos como sujeto social a manos de la industria forestal y agroindustrial, ni hablar de la industria del carbón, masacrados física y socialmente también.
Pero como dice Miguel las fuerzas del pueblo hacen crecer la fuerza de la Revolución, y las nuevas capas del pueblo que hoy se incorporan a la lucha también buscan derrotar el viejo juego de la política tradicional, hoy disfrazado de diálogo ciudadano y comisiones evaluadoras. Es importante hacer notar que esas nuevas capas incluyeron a los nadie por primera vez, a las mujeres, a los mapuches, a los marginados en la periferia de las ciudades, ellos no existían ni siquiera para los partidos tradicionales de izquierda, por lo menos no como sujetos, tan solo como bolsones de votos en campaña.
El Poder Popular logró expresarse de manera radical y unitaria, en Concepción, es necesario recordarlo. El MIR que recordamos es en lo grueso es ese MIR, el que impulsó la Asamblea del Pueblo de Julio de 1972, destaco lo significativo de ese momento, pues cabe recordar que esa instancia popular agrupó a 59 sindicatos, a 6 federaciones campesinas, a 31 campamentos y comités sin casa, a 17 agrupaciones estudiantiles, a 27 centros de madres y a 5 organizaciones políticas, además de los diversos frentes intermedios del MIR.
En poco tiempo y solo mirando a nuestra provincia, vemos que el MIR y su proyecto logró convocar a diversidad de sujetos y organizaciones, traspasando sus fronteras y unificando al pueblo, respondiendo al poder desde su propia identidad política, esa asamblea partió de la siguiente manera, según lo indica el diario El Sur del 28-07-1972: "denunciar al parlamento burgués y contrarrevolucionario y rendir un homenaje a la Revolución Cubana".
Este Movimiento de Izquierda Revolucionaria, el del proyecto popular y revolucionario es el que vivió y conoció Chile, este mismo MIR tuvo que resistir y en ese esfuerzo, que le costó la vida a miles de mujeres y hombres comprometidos con el pueblo es el que celebramos hoy. Es por eso que más allá de la historia, más allá de las memorias, siempre subjetivas, lo que rescatamos es que ese mismo pueblo y su proyecto se encuentra vivo y presente, golpeado, sin duda pero vivo, y eso gracias a Miguel, a Luciano a Bauchi; pero también a Ana Luisa Peñailillo, a Iris Vega, a María Galindo, a Jane Vanini; también a los 19 campesinos y trabajadores de Laja y San Rosendo, a los compañeros asesinados en la operación Alfa-carbón en Concepción, Los Ángeles y Valdivia, a los combatientes de Neltume, de la Fuerza Central y de las Milicias de Resistencia Popular, a los hermanos Vergara Toledo, y así a todos y todas quienes han construido y conservado la historia y la memoria del MIR, la historia de una organización política que buscó hacer política desde y con el pueblo, con las y los populares.
Ese fue el inicio, ese es el camino.