"El niño y la garza" y el fin de la era Miyazaki: Sueños, metáforas y optimismo

Este jueves 11 de enero se estrenó en Chile, seis meses después que en Japón, El niño y la Garza, (Kimitachi wa Dō Ikiru ka o «¿Cómo viven?» en su nombre original), el largometraje número 23 del aclamado Studio Ghibli y el décimo de Hayao Miyazaki en la dirección dentro de éste y el que todo hace indicar, ahora sí, será su última producción.

Por Alejandro Baeza

La película está basada en una novela de 1937 del mismo nombre. Una adaptación bastante libre, tal y como fueron los casos Ponyo o El viento se levanta. Nuevamente la dirección de Miyazaki es acompañada en su tándem habitual, las composiciones musicales del maestro Joe Hisaishi, quizás no en su mejor versión.

Fue estrenada el 14 de julio de 2023 en Japón sin ninguna campaña de marketing ni publicidad, no hubo tráileres ni imágenes promocionales, pero pareciera que Ghibli -y sobre todo Miyazaki- no la necesita. Tras su primer fin de semana en salas, fue la película Ghibli con mayor recaudación en su historia. Cuando se estrenó en Estados Unidos, quedó inmediatamente en primer lugar, por encima de cualquier producción hollywoodense, rompiendo todos los récords para una película de animé. En tanto, Rotten Tomatoes le dio una valoración positiva del 96%.

Hasta la fecha ha sido nominada a 15 premios -número que probablemente aumente- y cosechado preseas importantes como los de la asociación de críticos de Los Ángeles, la de Boston, de Nueva York, Toronto y otras, así como un Globo de Oro a mejor película animada (la primera película extranjera en ganarlo y también la primera de animación no CGI), situación que probablemente se repita en los Oscar.

Este verdadero fenómeno se debe sin duda alguna al (re)nombre de su director. Un estreno de una nueva película de Hayao Miyazaki evidentemente a estas alturas genera interés en todo el planeta. Son más de cinco décadas de trayectoria de éxitos comerciales y de alabanzas por parte de la crítica, de películas que ahora son clásicos, que lo posicionan como uno de los exponentes más importantes de toda la historia de animación no sólo japonesa, sino en general.

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Sobre todo cuando se trata de la que a todas luces será su última película, la despedida de una leyenda. Por eso, probablemente Miyazaki quiso hacer de su retiro una experiencia más personal y dar a la audiencia algo que no esperan. Y es que El niño y la garza es una película que puede catalogarse como «diferente» dentro del catálogo Ghibli.

En primer lugar rompe con la tradición de tener protagonistas mujeres y esta vez el personaje principal es Mahito, un niño de 12 años que en los primeros minutos del filme ve morir a su madre en un tipo de escena que ya habíamos presenciado antes en la filmografía del estudio, particularmente en La tumba de las luciérnagas: los bombardeos incendiarios de Estados Unidos contra la población civil japonesa durante la Segunda Guerra Mundial, en este caso, sobre el hospital donde ella estaba internada.

De hecho, esta obertura es uno de los momentos más interesantes en términos de técnica de animación, una fluidez de movimiento y deformación de cuerpos que transmite velocidad, desesperación y dolor de manera brutal. Una escena que probable en este preciso momento estén sufriendo otros niños, ahora en Gaza, producto de los bombardeos israelíes, que también han sido contra hospitales.

Sin embargo, lo que llama más la atención es que se trata de la película más onírica o surrealista de toda la carrera de Miyazaki. Llena de alegorías, metáforas, sueños, sueños dentro de otros sueños, que incluso pueden en algún momento complicar el hilo narrativo y producir esa extraña sensación de no saber qué está pasando, algo muy raro en Ghibli. Una duda de qué es real y qué no en lo que estamos viendo. A ratos incluso daba la impresión de estar leyendo algún cómic de Jodorowsky, así que puede que  esto haga que el filme no sea del gusto de todo el mundo y no satisfaga a parte de la audiencia, de hecho, ha sido el motivo de los comentarios menos favorables que obtuvo en Japón. Un estilo de narración con la que ya había experimentado en el videoclip de On Your Mark de 1995.

Aun en medio de estas «locuras» y cumpliendo con su costumbre de no mostrar historias con buenos ni malos, realiza un montón de alegorías dentro del mundo de fantasía y animales antropomórficos a lo que ocurre el mundo y la naturaleza del ser humano, incluso una referencia a nuestra propia relación con una eventual entidad metafísica superior (las que no puedo comentar acá sin hacer spoilers).

Por su parte, el protagonista tampoco es del todo bueno y realiza actos que pueden considerarse cuestionables. Lo mismo ocurre con su padre, Shoichi, un hombre bondadoso que da muestras constantes de preocupación y amor por su hijo y su familia en general, que a su vez trabaja fabricando equipamiento para la muerte en la guerra e incluso en un momento lleva a la casa fuselajes de la cabinas del Mitsubishi Zero, el caza de combate usado por la Armada Imperial Japonesa durante la Segunda Guerra Mundial, y ambos, padre e hijo, admiran su belleza. Uno de los aviones más letales del conflicto que además pasaron a la historia por ser el modelo que usaban los suicidas pilotos kamikaze y cuyo diseñador fue el protagonista de la anterior película de Miyazaki, El viento se levanta (2013).

Además, como parte de la burguesía industrial clásica de mitad de siglo en Japón, es parte del sector económico más beneficiado. Tiene vehículos que le gusta presumir y que los niños vean a su hijo (muy privilegiado, dada la situación del país) en un auto, mientras los demás niños trabajan en los conocidos como «esfuerzos de guerra». Incluso ve como algo bueno el que la guerra no tenga fin pronto, porque es bueno para los negocios. El único personaje con aires de ganador y el más contento y enérgico de toda la película.

En cuanto a la parte de animación propiamente tal, resulta difícil destacar algo particular de un largometraje tan visualmente hermoso. No obstante, uno de los aspectos más lindos (como siempre) son los fondos de cada escena, aquellas acuarelas pintadas a mano. Un trabajo que es su especialidad desde que saltara a la fama con ello con los fondos que hizo para las series Heidi y Marco (de su amigo, socio, compañero y mentor, Isao Takahata) y que en esta ocasión pareciera ser que están en su punto más alto. Es un verdadero deleite que se disfruta mucho más en la pantalla grande del cine. Sus pinturas son obras de arte que trasmiten la frescura del campo, el olor de un bosque, la humedad, el agua, el polvo en ambiente cerrado, etc. Una joya visual.

Asimismo, es una película de animación tradicional con apenas un par de escenas con CGI, pero que cuando se usan calzan perfecto con lo que se quiere transmitir. Largometrajes que cada vez se hacen menos y recuerdan el tipo de animación tradicional que acompañó casi todo el siglo XX, antes de los computadores.

Finalmente, el mensaje habitual de optimismo que intenta plantear Miyazaki en cada una de sus películas está en uno de los diálogos finales, que para evitar hacer spoilers se resume así: Sí, el mundo puede ser una mierda y un lugar muy difícil, pero se puede seguir adelante si te rodeas de las personas adecuadas. De eso se trata El niño y la Garza.

Ahora, Hayao Miyazaki anuncia el fin de su carrera. Si bien no se trata de la primera vez, pues ya comentó que lo pensaba como opción en 1997 tras el estreno de La princesa Mononoke, lo afirmó de forma taxativa cuando trabajaba en El viento se levanta, aludiendo que ya no entendía a los niños de hoy, lo cierto es que ahora, con 83 años de edad, todo hace indicar que es mucho más que probable que sí sea la despedida. Una personal, extraña, autobiográfica y experimental, la más experimental de todas, paradójicamente, realizada con su más avanzada edad.

Por ello que a estas alturas, luego de decenas de películas, series, premios y horas de alegrías y de calentar corazones  con confortable felicidad, lo único que resta por decir es: Muchas gracias por todo.

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