Vida artificial, ¿qué hay detrás?

Silvia Ribeiro* / La Jornada   

La construcción de organismos vivos, creados por computadora y a partir de unos cuantos químicos, avanza a un ritmo mucho más rápido que la capacidad de la sociedad para comprender y debatir sus implicaciones o elaborar mínimas regulaciones de bioseguridad para prevenir sus impactos. Urge también entender qué intereses comerciales hay por detrás, que actúan para liberar al ambiente y poner en los mercados, sin supervisión independiente ni regulación, los productos que se derivan de estas nuevas formas de vida artificial.

El 24 de marzo 2016, el controvertido científico y empresario Craig Venter anunció la creación en su laboratorio de una nueva forma de vida, una bacteria cuyo genoma fue construido totalmente en forma artificial y que bautizó JCVI-Syn 3.0. La revista Science publicó un artículo refiriendo el proceso el 25 de marzo. (http://goo.gl/PvMrfu).

Sintia 3.0, como la apodamos en el Grupo ETC desde sus orígenes, se diferencia de la primera versión, Sintia 1.0, creada en 2010, en varios aspectos. (Aquí una historia popular de Sintia, http://goo.gl/F3t0Y9 y quiénes estaban detrás de ésta http://goo.gl/FUWJIe).

La diferencia más notoria con Sintia 3.0 es que según sus creadores ahora lograron un genoma mínimo funcional, es decir, no copiaron en su totalidad el genoma de un organismo existente (la bacteria Mycoplasma mycoides) sino que lo redujeron a la mínima cantidad posible de genes para que una vez trasplantado en una bacteria vaciada de su genoma original, sobreviviera y mantuviera la capacidad de auto-replicación. A diferencia de Sintia 1.0 que tomaba semanas en replicarse, Sintia 3.0 se replica en tres horas.

La versión Sintia 2.0, fue el resultado de sintetizar el genoma de M. Mycoides y trasplantarlo a una bacteria diferente, Mycoplasma Capricolum, para mostrar que un genoma artificial podía insertarse en otro organismo y comandar allí las funciones de esa célula según el genoma de otra.

La búsqueda del genoma mínimo necesario para la vida no es nueva. ¿Por qué buscar tal cosa? Por un lado, para investigación. Un genoma mínimo podría usarse como plataforma para experimentar la función de genes específicos que se le agregaran.

Pero en el caso de Craig Venter, sus emprendimientos siempre han tenido un componente igual o mayor para obtener logros comerciales. Venter se hizo famoso por liderar el secuenciamiento del genoma humano por parte del sector privado, cuya concreción se anunció en conjunto con el mapa del consorcio público Proyecto Genoma Humano. Venter era parte de ese proyecto público, pero se retiró en medio del proceso, se llevó la información obtenida, se asoció con una empresa y luego fundó la suya propia, tratando en el camino de patentar los genes humanos que iban conociendo. Es sólo un ejemplo de los muchos en que Venter ha buscado privatizar conocimiento y bienes comunes de la humanidad.
Con Sintia, el objetivo de Venter es crear un chasis genético, al que se le puedan agregar genes con diferentes funciones para usos industriales y comerciales. Venter menciona que Sintia 3.0 también se puede usar para investigación científica, pero habrá qué ver a qué costo, ya que a este personaje le es totalmente ajeno hacer nada por interés público o sin fines de lucro.

A esta carrocería biológica se le podrían colocar genes de funciones como, por ejemplo, digerir celulosa y azúcares para ensamblar a partir de sus componentes, nuevas combinaciones químicas que produzcan combustibles, plásticos u otras sustancias industriales. Venter ya tuvo contratos con las petroleras BP y Exxon para desarrollar combustibles con biología sintética. No es el único, las mayores trasnacionales de energía, agronegocios, farmacéutica y química están en la carrera industrial de la biología sintética. La industria no ha logrado escalar la producción de combustibles, pero ya hay productos como saborizantes, fragancias y cosméticos (vainilla, vetiver, azafrán, aceite de coco, stevia y otros) que están en el mercado o en camino.

Significativamente, del genoma artificial de Sintia 3.0, que quedó en 473 genes, los que la construyeron no saben para qué sirven 149 de éstos, toda una tercera parte, pese a intensos estudios. Reconocen también que el genoma creado se replica, pero no saben si tiene los genes necesarios para sobrevivir en otros ambientes. Digamos, Sintia está viva, pero no saben bien cómo.

Estas y otras lagunas que abundan en el campo de la biología sintética serían interesantes si sólo se refirieran a experimentos en laboratorio, pero se vuelven seriamente preocupantes cuando ya hay productos en mercados y al consumo. Su producción no sigue normas adecuadas para esta potente tecnología (no existen), sino que en muchos casos, se fermenta con el nivel de seguridad de la fermentación de cerveza, con alto riesgo de escapes al ambiente, como ya sucedió en Brasil.

Por estas y más razones, varias organizaciones internacionales, junto a científicos críticos, planteamos en el Convenio de Diversidad Biológica (CDB), desde 2010, la necesidad de una moratoria internacional a la liberación y uso comercial de la biología sintética, para permitir a la sociedad informarse y debatir sobre ella. Los países que primero se opusieron a aplicar el principio de precaución fueron México y Canadá, luego apoyados por científicos afines a las trasnacionales y otros pocos países. El tema sigue en debate en el CBD y será uno de los puntos centrales de discusión de la próxima conferencia de las partes (COP 13) que se realizará en Cancún en diciembre de este año.

*Investigadora del Grupo ETC

http://www.jornada.unam.mx/2016/04/02/opinion/021a1eco

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