La demanda que enfrenta el mundo del arte, pensar su condición y trazar caminos para recuperar su experiencia creativa

El mundo del arte y la cultura que desde siempre ha estado afectado por una estructural precariedad, vive hoy una crisis cuyos efectos económicos y sociopolíticos son de tal magnitud, que hacen que esa tradicional pobreza alcance niveles demoledores. Sin recursos por el cierre de sus espacios de trabajo y por la carencia de fondos o ayudas efectivas y sustanciales que les permitan un piso mínimo de manutención , miles de sus trabajadores y trabajadoras han sido arrojadas a un intolerable abandono, lo que sumado a la absoluta incertidumbre respecto a su duración y particularmente a la grosera puesta en evidencia de una institucionalidad y unas formas de gestión que responden exclusivamente a lógicas neoliberales, hacen que el sector como nunca antes haya entrado en un verdadero estado de riesgo vital.

Rodrigo Alarcón M. / resumen.cl

La situación alcanza tal envergadura, que no solo está arrasando con la posibilidad básica de auto sustentarse como fuerza de trabajo y campo laboral, sino que también está hipotecando la posibilidad de seguir impulsando la propia acción creativa. Como ya señalamos, la intolerable falta de recursos y de estabilidad laboral que hoy se profundiza, es parte de la aciaga tradición del mundo de la cultura, pero lo que hoy hace que este trance adquiera dimensiones aun más dramáticas y lapidarias, es que pone en riesgo la existencia del arte como una actividad autónoma, exploratoria y crítica de las prácticas sociales y esencialmente de los discursos del poder.

Por lo mismo, más allá del cliché que dice que «toda crisis es una oportunidad», la magnitud de esta verdadera tragedia dictamina que este es el momento en que se debe asumir de forma radical, la necesidad de pensar el arte y la cultura y la crucial importancia que tiene para el desarrollo de una comunidad sana y realmente democrática. Son tan profundos los efectos de la crisis, que de no enfrentarlos con una acción y reflexión contundentes por parte de sus cultores y cultoras, posteriormente a la pandemia no solo continuarán igual o peor de empobrecidos, sino que quedarán más paralizados y ciegos ante las reales causas de esta estructural y aguda precariedad. En este sentido, se torna vital fortalecer políticamente la mirada y la acción del sector frente a esta contingencia, lo que inevitablemente le obliga a remontarse por sobre la justa y urgente lucha por los recursos, de manera de tomar conciencia de las profundas y nefastas razones de esta PERMANENTE CRISIS! que hoy vive su momento más negro.

Los discursos críticos al modelo que una mayoría relativa de artistas desde siempre han movilizado (algunos por inercia o esnobismo, otros y otras por efectivos compromisos con la lucha por los derechos y los recursos) son conocidos y reiterados. Sin embargo, la verdad de las cosas es que lo que hoy se vive, estas últimas décadas ha sido la normalidad para el mundo del arte y la cultura, que con el paso del tiempo -de tanto vivir en la precariedad y en su intento por sobrevivir-, fue naturalizando las formas de gestión y financiamiento, con el terrible costo hasta ahora no asumido ni menos problematizado, de ir perdiendo sus propios límites entre lo que es ser explotado y explotador dentro de la gestión neoliberal, sufriendo el «contagio» de aquel cinismo propio de este modelo que avanza en el vacío, simulando ser creativo, colaborativo, democrático y constructivo en el sentido comunitario, pero que en su verdadera naturaleza y realidad reduce en el campo artístico a los sujetos a una atomización (que separa del otro y la comunidad), a una competencia descarnada (que hace que las y los colegas sean una amenaza en los concursos por los fondos), a un extremo individualismo reflexivo y creativo (donde las creaciones de las y los demás ni siquiera se aprecien, compartan y valoricen) y al empobrecimiento de la capacidad de dar sentido y autonomía a su propia obra (en muchos casos creando no a partir de un proyecto de reflexión propio, sino por temáticas bajadas de las «tendencias» metropolitanas y replicando formatos de producción, gestión y difusión validados en los principales centros de reproducción de las industrias «creativas»).

Todo lo anterior se traduce en que explotado y explotador se reúnen en un solo y mismo sujeto artista/gestor, quien por medio de estos formatos de gestión a que ha sido sometido, se convierte a la vez que «artista» en una inconsciente especie de policía especializado en desmontar todo potencial crítico y emancipatorio de la acción cultural. Por mínimo que sea este potencial, estas modalidades de gestión actúan no solo escamoteando la creatividad, sino reduciéndola hasta convertirla en lo que podríamos describir como «lo que queda de un proyecto», después del proceso de «reducción y pauperización simbólica» y, por otro lado, de acomodo efectista que se hace para así cumplir con lo que «hoy se hace», en buen chileno con lo que «la lleva» tanto a nivel nacional o internacional.

El proyectismo y su precariedad no solo achata la biografía de los y las artistas, sino que los priva y expropia de su experiencia tal como lo hace el neoliberalismo a escala general. Walter Benjamin señalaba que el sujeto al final del día terminaba sus tareas extenuado por un montón de acontecimientos, donde ninguno de ellos se convertía en experiencia, es decir, en una vivencia propia, reflexionada, sentida y proyectada autónomamente. Por eso hoy podemos preguntarnos ¿qué queda al final del proyecto? ¿qué queda al final de la labor artística?; al parecer la respuesta es que lo que resulta es la incapacidad de hacer esa experiencia, es la estéril y por momentos insoportable repetición «de lo mismo de lo mismo» que hoy refleja el arte y la cultura.

Lo que hoy se vive se llama «proyecto», no experiencia artística y cultural, se llama «indicador», «mediación», «creación de audiencias», «curatoría» o «archivo». ¿Cuántos archivos se montan sin haberse preguntado por la condición del archivo mismo?. Hoy se abren procesos, se apertura, se visiona, sin preguntar muchas veces por qué se hace aquello que se abre y se visiona. Y si observamos las tareas que se han impuesto por la debacle económica del momento que se vive, aparece aun más dramáticamente el proceso de «catastrado», en torno al cual el pensar e interrogar sobre sus alcances y significados a estado totalmente ausente, cuestión muy grave y desalentadora toda vez que ese catastrado evidenció la absoluta distancia e indiferencia de la institucionalidad cultural (ministerio, municipalidades, universidades etc.) para el gremio del arte y la cultura.

Como se observa, estamos en el arte contemporáneo frente a los que Carlos Ossa denomina como el sujeto del capitalismo cognitivo, un individuo que es víctima de la empresarización de sí mismo, del individuo que es comido por su propio afán de acumulación, de la exageración de las lógicas del emprendimiento, cuyas consecuencias son ese individualismo posesivo antes mencionado dentro de los efectos de los actuales modos de gestión cultural y que constituyen un obstáculo gigante para la creatividad. Recordemos que los modelos de gestión y proyectos (que van más allá de los sistemas de financiamiento), son una especie de secuestro del cual nadie se siente libre después de haber pasado por él, pues posteriormente queda la sombra de la precariedad, bajo la cual desaparece toda otra forma posible de impulsar y desarrollar la tarea cultural.

El actual sistema de proyectos es, en consecuencia, la destrucción de la experiencia creativa, la anulación de la experimentación libre que constituye toda exploración creativa del arte. Esta exploración es devorada por la normalización de la gestión cultural y de la «producción artística», convertidas hoy en cálculo productivo, en estrategias de los planes publicitarios en que se convierten los proyectos, con el objetivo de que sirva para adjudicarse fondos en la cadena de postulaciones o gestiones futuras. Es decir, el hacer artístico es reemplazado por criterios instrumentales que impone el modelo, criterios cuyas perversiones llegan al extremo de que entre grupos de artistas, donde a pesar de que todos han demostrado trayectoria y creación artística propia, se discriminen entre «profesionales y amateur» basándose en indicadores o insumos estandarizados por la industria cultural; algo así como que un portafolio, una agenda (aunque sea inflada) o un set de fotografías externalizada con alguna productora, hace la diferencia.

Son precisamente estas modalidades las que hacen que el cinismo se apodere del arte contemporáneo, pues a través de ellas las industrias creativas transforman al sujeto en un ser doble, por un lado en cultor de un lenguaje artístico y por otro en un impropio agente financiero-cultural, igual a cualquier agente gestional del mundo financiero. Ejecutado y ejecutante, explotador y explotado, ambos polos reunidos en un solo sujeto, quien cada vez más en su totalidad queda más «amarrado y sometido» a las lógicas financieras, empobreciendo hasta niveles sin retorno a la dimensión creativa.

La pregunta que salta, entonces, es qué tipo de artista queda después de todo esto, qué identidad se desarrolla en la cultura?. La respuesta es ninguna. Es decir, el resultado es la despolitización, la inautenticidad o la derrota dentro de la historia de la labor del arte y la cultura en las comunidades locales. Un ejemplo de esto es la lluvia de archivos actuales que terminan soterradamente siendo sitios de destitución del arte crítico (últimamente del arte de la revuelta), sitios de encierro de la disidencia y de aseguramiento del orden y la normalidad, en tanto el orden y la normalidad es ejecutada, reproducida y padecida, como señalamos, por el mismo sujeto, aquel que invisibiliza las formas de organización popular (de la comunidad periférica con la que convive o de la cual él mismo viene) bajo el indicador de «moda» como es la asociatividad (donde hay por ejemplo saberes sobre las formas en que se organizó e impulsó cooperativamente el arte bajo la dictadura); aquel que al tiempo de trabajo le llama timing, que a la imagen de la vida con que pretende «dialogar y crear» en sus trabajos, aspiracionalmente la maquilla bajo el último protocolo de pixeles llegados de la metrópolis; aquel que hoy se ve obligado a llamar patrimonio a la memoria, aquel que se ve impelido a auto promoverse y tranzarse en «ferias de programación» más parecidas a una compra y venta de insumos, que a un vínculo de trabajo y circulación de creaciones.

Finalmente, en esto radica la demanda ética que la situación impone, hay que preguntar por cómo se lucha para romper esta trágica situación y por cómo se sale de esta profunda inautenticidad . La sobrevivencia es la mayor urgencia, pero pensar, actuar e intentar salir de esta «cárcel perfecta» que es la gestión cultural» en el mundo de la gestión y creación del arte contemporáneo, es la demanda ética al cual este mundo se enfrenta, cuya tarea consiste en desarmar la ignorancia que sobre su propia condición tiene y trazar caminos para hacer posible su experiencia real y autónoma.

El arte y la cultura en Chile nunca ha tenido instituciones propias, nunca las ha instituido y ni siquiera ha consolidado caminos destituyentes de aquellos aparatos con que el modelo lo somete, reduce y modula, por ejemplo aquello que hoy es el MINCAP. Si sus comunidades no salen de la ceguera y no logran avanzar hacia un horizonte de autonomía, democracia cultural y vínculo sociopolítico efectivo con las comunidades, el mundo del arte y la cultura seguirá en la misma nefasta ruleta de la precariedad y del cinismo que resulta de un actuar que no logra ser consciente de que la mayoría de los y las artistas se han visto forzados, en los actuales modelos de gestión, a ser al mismo tiempo explotados y explotadores. Y es precisamente en la toma de conciencia de esta tragedia, donde se juega el futuro del arte y la cultura y su acción como potencia crítico-creativa de todo un pueblo.

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